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Xenófobos

Periodistas y columnistas que censuran a Junts como un partido que rechaza a los inmigrantes no ven esa misma llaga en Vox

La Cruz Roja atiende a migrantes llegados a Barcelona en julio de 2019.
La Cruz Roja atiende a migrantes llegados a Barcelona en julio de 2019.Joan Sánchez

La xenofobia no es un cuento. Es la peste y el cólera. La semana pasada, cuando el Gobierno pactó con Junts ceder a Cataluña competencias migratorias, periodistas y columnistas afearon que se cedieran “a un partido xenófobo”. Se referían a Junts. Son los mismos que no veían la viga de la xenofobia voxiana, lacerante como una llaga, putrefacta como el pus, cuando preveían que la formación ultra pudiera formar Gobierno con el Partido Popular.

Ignacio Camacho advertía el viernes en Abc de que Puigdemont es, entre otras cosas, “escaso de coraje, insulso de retórica, resentidillo, agrandado de aires” —cada semana alguno rompe el insultómetro— y también “un xenófobo de manual”. Xenofobia, cosa mala. El pasado 20 de julio, cuando la izquierda cargaba contra la posibilidad de un pacto de don Alberto con los xenófobos de Vox, Camacho escribía que “la negación de la legitimidad del adversario es un recurso político clásico, alimentado en la posmodernidad por el uso masivo de la hipérbole como elemento de agitación de instintos exaltados”.

Iñaki Ellakuría titulaba el viernes en El Mundo que “Junts exhibe perfil xenófobo tras conseguir de Sánchez la gestión de la inmigración en Cataluña”. Afeaba lo que consideraba actitudes xenófobas del partido independentista catalán. Porque la xenofobia es la peste. Pero Ellakuría durmió mal, porque al día siguiente publicó una columna para defender a pseudomedios de comunicación xenófobos a los que llamó “periodismo crítico” y “profesionales honrados”, en referencia a activistas de ultraderecha con micrófono.

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Pedro Narváez, subdirector de La Razón, escribió que Junts “abraza la teoría (...) del ‘gran reemplazo’ por la que los europeos blancos serán sustituidos por islamistas de cualquier raza o negros de cualquier religión”. Un bulo que corre por Europa desde hace años con su peste xenófoba a rastras. Hace bien Narváez en advertir al lector, porque en su periódico se encuentran columnas que negaban la xenofobia de Vox, partido defensor de esa teoría conspirativa. Esas denuncias se veían como “rasgado demagógico de vestiduras de la corrección política”, escribía en abril de 2021 Carlos Rodríguez Braun.

En Libertad Digital (al fondo a la derecha) escribía la semana pasada Antonio Robles que dar competencias migratorias a la Generalitat era “un viejo sueño racista” del nacionalismo catalán. Robles escribía en noviembre que “el día que el PP y Feijóo dejen de temer ser satanizados por pactar con Vox, Pedro perderá el poder de intimidarles”. Porque la xenofobia de Vox no molestaba mientras asumiera el papel de muleta popular.

José Alejandro Vara opinaba en Vozpópuli que el presidente “ha terminado entregando el bastón de bando [sic] a una colla de supremacistas, ebrios de rencor y henchidos de butifarra”. El supremacismo, como la xenofobia, es malo. Aunque en agosto Vara todavía escribía que “Macron está perdido, rodeado por cinco millones de magrebíes que deciden quién manda en las calles”, afirmación que a servidor le da olor a xenofobia.

Jorge Vilches, que ha ido bajando por varios digitales reaccionarios (El Español, Vozpópuli, Libertad Digital) para acabar en The Objective, afeaba el sábado a Sánchez que “se entregue inmigración a un partido xenófobo”. Se refiere a Junts y se entiende que no le guste la xenofobia. Una semana antes, atacaba a quienes critican que para representar al rey Baltasar se usen hombres blancos embetunados. Enemigo de la xenofobia, en diciembre defendía a Vox mofándose de quienes temen “el coco ultra”.

En agosto, Vilches escribió Lo que hay que cambiar en Vox y citó tres cosas: dejar de lado su intención de acabar con las autonomías, que vendan mejor su negativa a todo lo que tenga que ver con la Agenda 2030 de Naciones Unidas (fin de la pobreza, igualdad de género, acción por el clima, entre otras) y conectar mejor con el electorado obrero. No se le ocurrió que la xenofobia fuera un problema.

Alsina

Idafe Martín, que firma una columna sobre medios en EL PAÍS, según unos, y mamporrero sanchista de Lo País, según otros, escribió la semana pasada que Carlos Alsina había pedido a don Alberto que votara no a los decretos del Gobierno. Martín le adjudicó una opinión que no es suya pues él lo que había hecho era contar que el PP pedía eso al líder popular. Martín erró. Nadie es perfecto.

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