Continuidad en el Gobierno

La salida de Nadia Calviño ha supuesto la primera crisis en el Gobierno de Pedro Sánchez tras su constitución el pasado 20 de noviembre. Calviño, que ha desempeñado un papel decisivo en los gabinetes de Sánchez como vicepresidenta primera, se incorpora el día 1 de enero al Banco Europeo de Inversiones, con lo que dejaba dos huecos importantes: la decisiva vicepresidencia primera, con su tarea de coordinación del trabajo de todo el Ejecutivo además de la dirección de la política económica de España, y el propio Ministerio de Economía, Comercio y Empresa, con una interlocución fundamental con los sectores productivos y, a la vez, con Bruselas en vísperas de la aplicación de las nuevas reglas fiscales.

Para la primera tarea, Sánchez ha decidido apostar sobre seguro. María Jesús Montero acumula años de trabajo junto a él al frente de Hacienda, con solvencia y un talante discreto y negociador, lo que le ha permitido mantener una relación fluida con todas las corrientes del progresismo que anidan en un Gobierno de coalición como el español, diversidad que provocó no pocas tensiones en el Ejecutivo anterior. Son las suyas, además, características nada desdeñables dada la compleja legislatura que los socialistas tienen por delante en el Congreso. Montero pasa a liderar el equipo económico del Gobierno a la vez que mantiene la Vicesecretaría General del Partido Socialista. Hacía mucho tiempo que no se daba en España la figura de una vicepresidencia tan poderosa. Habría que remontarse a los casos de Alfonso Guerra, en el PSOE, o Francisco Álvarez Cascos, en el PP.

Tampoco ha querido arriesgar el presidente en la elección del nuevo ministro de Economía. Carlos Cuerpo, extremeño de 43 años, miembro del equipo de Calviño, formado en la universidad pública de su región y máster por la London School of Economics, es economista del Estado como su antecesora, cuyo equipo ha integrado como director general de análisis macroeconómico y secretario general del Tesoro. Es en ese puesto donde ha destacado por su acertada administración de la deuda pública en un periodo en el que los tipos de interés no han dejado de crecer. Su gestión ha servido para mantener plazos de repago más largos y una prima de riesgo que apenas ha sufrido modificaciones en este tiempo de turbulencias. Con anterioridad, había ejercido como analista en la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef) y trabajado cuatro años en la Comisión Europea. El nuevo ministro ha sido de hecho pieza clave en las negociaciones desarrolladas en Bruselas y, muy especialmente, en las que culminaron con el acuerdo sobre las nuevas reglas fiscales.

Su elección confirma la continuidad en la filosofía de una política económica cuyos resultados globales deben considerarse positivos, en un contexto muy marcado por la pandemia y por la invasión en Ucrania. Cuerpo tiene por delante importantes retos, como la necesaria consolidación fiscal, un crecimiento económico muy atenuado para 2024 y el paquete de reformas e inversiones pendientes en el marco del Plan de Recuperación. Su capacidad y solvencia técnica están fuera de duda, pero aún tiene que demostrar el alcance de su liderazgo político en un contexto que no va a ser sencillo dada la composición del Parlamento que debe aprobar sus reformas.

Los equipos de gobierno se miden por sus políticas, por su capacidad de generar consensos y por sus resultados. De momento, los cambios ministeriales confirman los equilibrios internos del Gobierno y blindan una política económica que ha funcionado razonablemente bien.