Una Navidad en lo desconocido
No hay que buscar respuestas. Sólo hay que aventurarse y seguir


Fue en la Navidad del año pasado. Había salido a correr por los alrededores de la ciudad en la que nací. El entorno ha cambiado, no lo reconozco. Correr es a veces una forma de huir hacia adelante, y adelante puede haber cualquier cosa: el mar o la noche oscura. La frase de Cortázar “Te quiero y hace noche y frío” dibuja un páramo ―el enamorado solitario, solo en su noche sin esperanzas―, o el paraíso: el enamorado solitario, añorando el reencuentro que se producirá en breve. No hay muchas conclusiones. Quizás esto, del Tao te king: “Por eso dice el sabio: gobernar/ es saber asumir el desgobierno;/ y el poder es lidiar con la impotencia”. Y también este fragmento: “¿Por qué se ensaña el cielo? Nadie sabe”. No hay que buscar respuestas. Sólo hay que aventurarse y seguir. Esa noche cené con mi padre, mis hermanos y el hombre con quien vivo. Les conté mi recorrido y concluyeron que había pasado por la vera de un basural, cerca de una cárcel de máxima seguridad y de un barrio de emergencia. Uno de mis hermanos miró al hombre con quien vivo y le dijo: “¿Cómo la dejás correr por ahí?”. Me hizo gracia, como si alguien pudiera “dejarme” hacer algo. El hombre con quien vivo atemperó diciendo: “Es ingobernable”. Yo pienso que soy bastante gobernable, en el sentido de ser bastante civilizada. Por lo demás, hago lo que me da la gana y me rodeo de personas a las que eso parece no hacerles mal. Mi padre dijo: “Se sabe cuidar sola”. Dije: “Sí, me sé cuidar”. El hombre con quien vivo dijo: “Bueno, pero mejor no correr por caminos desconocidos”. Le respondí: “No he hecho otra cosa en toda mi vida”. Y él, que era un camino peligroso que yo no conocía en absoluto y en el que no me hubiera aventurado si no fuera yo, dijo: “Es verdad”. Brindamos. Era una linda noche. No sé cómo decirlo bien.
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