_
_
_
_
Anatomía de Twitter
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Racismo navideño

La felicitación de Navidad de los Biden se convierte en un arma arrojadiza más en la cruzada de populismos, racismo y xenofobia que recorre el mundo

Decoraciones navideñas de la Casa Blanca.
Decoraciones navideñas de la Casa Blanca.KEVIN LAMARQUE (REUTERS)
Rebeca Carranco

La Navidad es exigente con el ciudadano. Hay que mostrarse medianamente feliz y de buen humor. Con ganas de compartir mesa y mantel, rodeados de árboles, luces y bolas brillantes, mientras Mariah Carey retumba en bucle en el rincón más impensable de la ciudad más perdida. Solo la perspectiva ilusa de ganar la Lotería de Navidad mantiene a flote la moral y la esperanza.

La otra opción es recluirse en X ―sí, la antigua Twitter―, y esperar a que amaine el temporal. Estos días millones de personas ―y no es una hipérbole― se entretienen con la felicitación de Navidad de la Casa Blanca. El tuit de Jill Biden con el espectáculo de claqué de la compañía Dorrance Dance acumula más 19 millones de reproducciones y 38.000 comentarios. Lo que para unos es un espectáculo de danza y diversión para otros es un vídeo con “condimentos woke de inclusión forzada” con la “intención evidente de eliminar el sentido cristiano de la celebración”. “Horrible”, tuitean a modo de resumen quienes añoran el festín de árboles de Navidad, luces y chimeneas que sirvió Melania Trump.

La felicitación de Navidad de los Biden es un arma arrojadiza más en la cruzada de populismos, racismo y xenofobia que recorre el mundo, alimentada con ligereza por los dirigentes políticos. “Los alcaldes de Junts en el Maresme piden la expulsión inmediata de los migrantes multirreincidentes”, tuiteó el pasado 13 de diciembre Nació Digital. La publicación llegó a medio millón de personas, divididas entre quienes están a favor de la medida y quienes consideran que azuza la xenofobia. “Esto es la rana que hierve a fuego lento. Nosotros somos la rana. La inmigración es el agua hirviendo”, define uno de los usuarios del primer grupo.

Hace años que el racismo navega sin control por Twitter. Millones de perfiles anónimos, en muchos casos en los que sus usuarios se identifican sin problemas como policías, alimentan el odio hacia el migrante. El último ejemplo son las imágenes de varios jóvenes ―”jóvenes de jovenlandia”, les identifican los grupos que exigen que se explicite su origen― atacando las puertas de una discoteca en Girona donde no les han dejado entrar. El tuit de la Cadena SER con las imágenes acumula casi 350.000 reproducciones. “Votad a la Sílvia Orriols y que Alianza Catalana crezca. De aquí, al Parlamento de Cataluña”, propone como solución uno. Orriols es la nueva alcaldesa de Ripoll, que se ha ganado el puesto con discursos abiertamente antimusulmanes, en el municipio en el que se criaron los autores de los atentados terroristas de 2017 en La Rambla de Barcelona y Cambrils.

La gestión de la migración es uno de los grandes retos sobre la mesa de los dirigentes políticos. Y también la ocasión perfecta para salir a la caza del descontento de los ciudadanos. Es sorprendente la poca repercusión que ha tenido en X el artículo del periodista Ot Bou en Vilaweb, donde analiza con clarividencia el oportunismo detrás del auge de las corrientes antiinmigración, y de la reacción contraria de quienes critican los postulados propios de la extrema derecha. “La inmigración ocupa los agujeros que la independencia ha dejado en muchos ángulos muertos del debate público. Junts y Esquerra se preparan para sacar tajada”, opina Bou, en una columna sin desperdicio ante una realidad ya tangible. Solo hay que mirar a los barcos que encierran a los peticionarios de asilo en el Reino Unido.

Si se desea superar rápido y sin heridas de guerra las comidas de Navidad, lo mejor es dejar estos debates en el anonimato de X. Así nadie se lleva desagradables sorpresas. A la vez, es una ocasión perfecta para definitivamente ponerles fin.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_