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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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¿Queremos derrotar a Putin o nos conformamos con un empate?

Hasta ahora, el apoyo occidental ha ayudado a Ucrania a resistir. A un año del cambio de mandato en la Casa Blanca urge no solo desbloquear los nuevos fondos, sino reconsiderar la estrategia

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, durante su conferencia de prensa de fin de año, el pasado día 14 en Moscú.
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, durante su conferencia de prensa de fin de año, el pasado día 14 en Moscú.SPUTNIK (via REUTERS)
Andrea Rizzi

El flujo de ayuda occidental a Ucrania sufre serias tribulaciones. Los responsables directos son la Hungría de Viktor Orbán en la UE y los republicanos aislacionistas en EE UU, que torpedean los procesos para mantener fluido ese flujo. Aclarado esto, conviene preguntarse sin rodeos: ¿quieren la UE y EE UU derrotar a Putin en Ucrania? ¿o se conforman con que no gane él, con un empate?

No hay duda ninguna de que la UE y EE UU han hecho muchísimo para ayudar a Kiev desde la gran invasión rusa del febrero de 2022. Según datos recopilados por el Instituto Kiel, las instituciones europeas han dado apoyo financiero y militar a Ucrania por valor de unos 85.000 millones de euros desde entonces hasta el 31 de octubre pasado, con otros casi 50.000 si se suman las acciones bilaterales de Estados de la UE. Washington, por su parte, otros 71.000 (con mayor proporción militar). Esto ha sido esencial para permitir que las fuerzas de Ucrania resistieran la invasión.

Además, Europa se ha liberado eficazmente de la dependencia del gas ruso, y Occidente en su conjunto ha infligido duras sanciones a Rusia. Algunas -congelación de activos- han sido más eficaces que otras -techo al precio del crudo- pero es indudable que en conjunto han complicado la vida del Kremlin.

Este jueves la Unión Europea ha dado el gran paso de abrir negociaciones para la adhesión al grupo de Ucrania (y Moldavia). Es un gesto de altura, una excelente noticia, que envía un fundamental mensaje político. Mientras, los países europeos aumentan su gasto militar, mientras Finlandia se ha integrado en la OTAN y Suecia está cerca de conseguirlo.

Todo esto es impresionante. Sin embargo, los hechos dicen también otras cosas.

La ayuda occidental ha sido muy consistente, pero siempre extremadamente cautelosa, llegando a dar saltos cualitativos en el armamento suministrado solo después de largos procesos de ponderación y negociación. Probablemente, de haber sido más rápidos, se habrían visto mejores resultados.

La misma retórica de los líderes occidentales señala esa cautela extrema, un titubeo a la hora de buscar una derrota plena de Rusia en Ucrania. Se suele hablar de apoyo a Kiev hasta cuando haga falta y de evitar que Putin gane.

La cautela es comprensible: Rusia dispone de un tremendo arsenal nuclear, y su líder ha advertido de que está dispuesto a usarlo. La amenaza tuvo eficacia, inyectando la semilla de la duda a cada paso militar occidental: ¿cruzaremos una línea roja?

Los hechos también dicen que no solo los nuevos grandes paquetes de ayuda de la UE y EE UU están bloqueados, sino que, en el segundo semestre de 2023, el flujo de apoyo ya se ha ido resecando sensiblemente, con nuevos compromisos y desembolsos muy inferiores con respecto a periodos anteriores.

No hay razones para el pánico. Es probable que en EE UU se logre de alguna manera alguna clase de desbloqueo, y poca duda hay de que la UE seguirá apoyando, si no es con la retirada del veto de Orbán, con un mecanismo ad hoc entre los otros 26 -algo parecido se hizo cuando Cameron vetó reformas necesarias para salvar el euro en 2011, y Merkel y Sarkozy montaron una maniobra alternativa entre todos los demás- o con ayudas bilaterales.

¿Pero adonde conduce esta senda? La realidad sobre el terreno es que Putin ha logrado sobreponerse a la pésima planificación de la invasión inicial y a la espectacular contraofensiva ucraniana de septiembre de 2022, que recuperó mucho terreno. Rusia ha consolidado sus defensas en el frente y su capacidad de producción de armamento en casa. La esperada contraofensiva ucraniana de 2023 ha sido, cuando menos, poco eficaz.

Con una ayuda constante es probable que se prolongaría la actual situación de empate bélico. Pero este es un equilibrio menos sólido de lo que se podría pensar a la vista de tantos meses de escasos avances. Lo es por ambas partes. Ambas tienen una férrea voluntad de luchar, en el caso de Ucrania una voluntad popular, en el de Rusia una voluntad del tsar que gobierna con mano de hierro. Pero en ambas pueden abrirse grietas.

En ambos casos es clave lo que haga Occidente. Porque en el lado ucraniano las grietas solo se pueden abrir por un flojeo de los medios para combatir que trastoque la moral mientras la industria rusa deshorna más y más balas; por el ruso, porque el coste socio-económico de mantener la guerra se torne insostenible.

Y el caso es que, aunque decepcione ver a Putin consolidado, la realidad es que su situación no es tan sólida. Para lograr este resultado, su esfuerzo es inmenso. Un estudio publicado por el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo sobre el presupuesto ruso para 2024 señala que la inversión en la guerra corresponde a un 35% de todo el gasto gubernamental. Como dijo, también esta semana, el jefe del Estado mayor británico, el almirante Radakin, “La última vez que vimos esos niveles de inversión en defensa fue al final de la Guerra Fría y el colapso de la URSS”. Radakin señaló que Rusia gasta más en la guerra que en Sanidad y Educación juntos.

Un aumento marginal del esfuerzo occidental -mínimo en proporción al esfuerzo ruso- haría más insostenible aún la posición rusa. Putin, claro está, trataría de aguantar a cualquier precio. ¿Pero hasta donde podría, hasta dónde se lo permitirían?

Los países occidentales tienen, colectivamente, la fuerza para desequilibrar el empate actual. No han querido. Putin hasta ahora no ha respondido con el arma nuclear a las cautelosas escaladas de apoyo militar occidental, entre otras cosas porque China -socio indispensable de Rusia- se ha manifestado claramente en contra. Pero no se puede minusvalorar el riesgo de que, ante la perspectiva de una derrota total -por ejemplo de la pérdida de Crimea, con todo su significado estratégico y simbólico- recurriría al arma atómica. A la vez, no se puede minusvalorar el riesgo de que una ayuda estancada o incluso menguante a Ucrania, acabe produciendo no ya un empate, sino un deterioro de la posición de Kiev.

¿Qué queremos? ¿Seguir invirtiendo decenas de miles de millones para mantener el conflicto en empate con la sociedad ucraniana en constante sufrimiento? ¿Un armisticio a la coreana con el país partido grosso modo en las líneas actuales? ¿Un Putin que pierde terreno en Ucrania y que, aunque el objetivo no sea un cambio de régimen, perdería pie también en casa con los riesgos que ello conlleva? De entrada, lo urgente es desbloquear los nuevos fondos para sostener a Kiev. Pero, queda solo un año antes de que empiece un nuevo mandato en la Casa Blanca, y hay que reconsiderar ya cuál es, a la luz de todas las circunstancias, el objetivo en Ucrania. Reducir el apoyo a Kiev, y probablemente incluso mantener el mismo nivel, es un riesgo mayor para Europa que aumentarlo.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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