Laureano y el sexo
Son nuestros pequeños hechos, nuestras acciones íntimas, las que más tenemos que se conozcan o difundan, por naturales que sean, sobre todo cuando no se corresponde con la realidad
En el primer capítulo de la serie Fariña, basada en el libro de Nacho Carretero, se incluyó una escena en la que los personajes de Laureano Oubiña (interpretado por Carlos Blanco) y de Esther Lago (Eva Fernández) están haciendo el amor cuando irrumpe la Guardia Civil en su casa para detener a Oubiña. En el polvo, Oubiña embiste por detrás, que es como miles de años antes fornicaban las parejas: mirando al horizonte para estar avisada de que se acercase alguna bestia. La postura que celebra la hegemonía del ser humano sobre el resto de las especies es el misionero: mirándose el uno al otro, celebrando su posición en la cadena alimentaria sin miedo, pero con muchas posibilidades de que aparezca la Guardia Civil a ponerte las esposas. A Oubiña se las pusieron igual porque el horizonte que vigilaba era la pared de la habitación.
Tras ver la serie, el excontrabandista montó en cólera. Había un pudor muy tierno, muy inocente, en su dolorida queja: simplemente no quería salir follando, y más con la esposa que años después fallecería en un accidente de tráfico. Lo que le molestó fue el sexo, no tanto la droga, quizá porque por la segunda ya había sido condenado: en el sexo no se habían metido los jueces. Hasta que se lo plantó él mismo delante: interpuso una demanda a la productora y a Atresmedia. En su enfado había algo del dolor que también había en García a propósito de la caricatura que hacen de él en la serie Reyes de la noche; de todas las quejas que pudo tener sobre las actitudes del personaje que interpretaba Javier Gutiérrez, la primera y a veces la única que hacía García era demoledora: “Yo no bebo alcohol”. Era lo más desgarrador que tenía que decir Oubiña sobre la serie: él no estaba follando cuando lo detuvieron, ni siquiera estaba en Pazo Baión. Su famosa detención en pijama ocupó muchas páginas de la época, pero lo cierto es que si estaba en pijama, lo estaba en su casa de Laxe, no se le detuvo en Pazo Baión, donde sí aterrizó el helicóptero el joven juez Baltasar Garzón: sólo faltaba que fuese él el que entrase en la habitación encontrando a Oubiña y Lago mirando al horizonte, por si venían las bestias, y encontrándose de golpe al juez que veía amanecer.
Así que en Vilagarcía de Arousa, donde pasa casi todo, se celebró este martes un juicio en el que se debatía entre muchas otras cosas si un polvo ficticio atentaba contra el honor de un personaje real, y volvían a juzgarse los límites de la ficción y sus pintorescos atajos. Oubiña, por ejemplo, defiende que esa escena de sexo no está incluida en el libro de Carretero: ¡acabáramos! Ramón Campos, productor de Bambú, recuerda que la serie está basada en ese libro, no lo reproduce. Aunque quizá el que mejor puntería tiene con el verbo es Diego Ávalos, responsables de Netflix: “La serie está inspirada en hechos reales”. Y aunque la demanda no parece que vaya a ir a ninguna parte (las palabras del fiscal: “El honor del señor Oubiña no lo pone en peligro Fariña sino sus propios actos”), el daño que se atribuye un hombre desconocedor (por qué habría de serlo) del terreno ambiguo en que se mueven las adaptaciones de lo real a la ficción, es humano: son nuestros pequeños hechos, nuestras acciones íntimas, las que más tenemos que se conozcan o difundan, por naturales que sean, sobre todo cuando no se corresponde con la realidad.
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