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Tribuna
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El talón de Aquiles de Sánchez

La ausencia de abstenciones en la investidura anticipa una legislatura larga. La estruendosa reacción a los pactos y la presencia de Vox ayudan a galvanizar la mayoría. El punto débil es la arrogancia del hiperliderazgo del presidente

Pedro Sánchez, el viernes en Madrid.
Pedro Sánchez, el viernes en Madrid.SUSANA VERA (REUTERS)
Juan Rodríguez Teruel

Apenas se ha dicho, pero es importante: las elecciones generales del 23 de julio conformaron el Parlamento menos fragmentado desde 2011. Y por ello se parece más a la complejidad gestionada por los dos grandes partidos en el pasado, cuando no obtenían mayoría absoluta que a la jungla parlamentaria de esta última década.

El 23-J indicaba un mapa factible de pactos y alianzas. Sánchez ha sabido recorrerlo, con un resultado ilustrativo: será investido con más apoyos de los que tuvieron Calvo Sotelo en 1981 (aunque el 23-F arrojó luego las abstenciones a su favor), González en 1989, Zapatero en 2008, Rajoy en 2016 y el propio Sánchez en la pasada legislatura. Solo tendrá en contra al bloque PP/UPN-Vox.

La ausencia de abstenciones (algo que solamente había sucedido con Aznar en 2000, y la mencionada investidura de 1981) sugiere dos derivadas. Una, Sánchez aspira a una legislatura más larga de lo que muchos analistas presumen. Dos, la estruendosa reacción a sus pactos ayudará a galvanizar por un tiempo esa mayoría. Veremos el primer test en las elecciones europeas de 2024.

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En realidad, el resultado de esta investidura apenas presenta novedades. Desde 1977, los gobiernos españoles han fluctuado entre el rodillo de la mayoría absoluta y el acuerdo con las otras Españas, incluyendo a menudo también a quienes querrían separarse de ellas. Ayer como hoy estos acuerdos levantaron presagios de ruptura territorial y sospechas de ilegitimidad. Solo la lamentable degradación del valor del significado de las palabras permite añadir hoy retóricas tan superlativas como endebles, tanto en algunos preámbulos de los pactos firmados como en los discursos de reacción severa que los denuestan.

Algunos dirán, y quizá no sin razón, que existían fórmulas parlamentarias alternativas que pasaban por un entendimiento entre los dos grandes partidos en detrimento de los demás. Cabe plantearse por qué hoy debería funcionar una mayoría tan sobredimensionada cuando no fue posible en momentos de mayor riesgo para la estabilidad del país (ni en el inicio de la democracia, ni tras el 23-F, ni tras el 11-M, ni cuando España estuvo a punto de hundirse financieramente, ni siquiera tras el Parlamento en el limbo surgido de diciembre de 2015).

Y cuando esa gran concertación pareció aproximarse, muchos votantes la rechazaron. La abstención de un PSOE roto en noviembre de 2016 abrió el paso a un Sánchez que por entonces ya empezaba a emitir un discurso que hoy favorece el entendimiento con nacionalistas e independentistas. Y la sola posibilidad de que Ciudadanos pudiera haber pactado con el PSOE en 2019 condujo a su hundimiento (y no al revés, como suele afirmarse) y catapultó a Vox.

Ahí radica la única gran diferencia del actual contexto parlamentario respecto a los últimos 40 años. La ruptura electoral de la derecha por su flanco más conservador explica por qué en estos momentos solo el PSOE está en capacidad de articular mayorías transversales, cuando ayer se beneficiaron de ellas Suárez, Calvo Sotelo y sobre todo Aznar. Mientras Vox resista como un grupo parlamentario mediano, el PP solo podrá gobernar de la mano de una desmovilización socialista que haga posible una mayoría absoluta conservadora. Eso favorece la frágil solidez de la nueva mayoría parlamentaria, aunque también revela su talón de Aquiles: el exceso de arrogancia que pudiera acumular Sánchez si se toma demasiado en serio su hiperliderazgo.

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