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Columna
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Matar la compasión

Acribillar a todos los habitantes de un territorio porque los asesinos proceden de la zona me recuerda las más terribles inercias tribales, la ciega y salvaje violencia que quiere exterminar de raíz a todo un grupo humano

Columnas de humo tras los bombardeos de Israel sobre Gaza.
Columnas de humo tras los bombardeos de Israel sobre Gaza.MAHMUD HAMS (AFP)
Najat El Hachmi

La primera víctima de una guerra no es la verdad, es la compasión. Para aniquilar al otro hay que neutralizar todos los mecanismos innatos de la empatía, hay que evitar por todos los medios la tendencia natural a ponernos en el lugar del otro y apiadarnos de su dolor y sufrimiento. Esto es, para convertir a madres, niños, abuelos e hijos en el enemigo hay que psicopatologizar a la población, cauterizar los canales por los que surge la emoción que lleva a sentir el dolor del otro como propio. Claro que esto yo lo escribo sin haber enterrado un hijo y no sé qué tipo de persona sería si hubiera pasado tan terrible trance, si me hubieran arrebatado lo más querido, los seres que más robustecen en las madres esa capacidad de hacerte cargo de otro ser humano.

Amos Oz, en su Queridos fanáticos, nos recordaba que el extremismo que tanto afeamos a los terroristas a veces está también instalado en el comportamiento de quienes se consideran hombres de paz. En estos días de imágenes terribles desde el otro extremo del Mediterráneo yo me aferro a las lecturas de quienes piensan para la paz, me defiendo así de quienes pretenden arrebatarme la capacidad de compadecerme de las víctimas. Estaba lamentando los asesinados por Hamás cuando me vinieron a recordar la situación de Palestina. Reconocí al instante este mecanismo de la dialéctica bélica: no llores nunca los muertos del enemigo. ¿Pero cómo va a ser el enemigo una gente que estaba en una fiesta? ¿Una niña llena de vida? ¿Una turista alemana? ¿Una anciana que sacan de su casa antes de incendiarla?

Puedo llorar las muertes que ha provocado Hamás y seguir indignada por la situación en la que viven los palestinos desde hace tiempo, no olvido que Gaza entera es un verdadero campo de concentración. Puedo señalar que la respuesta del Estado de Israel de aniquilar a una población civil que en muchos casos nada tiene que ver con Hamás es una venganza inhumana y no justicia. Acribillar a todos los habitantes de un territorio porque los asesinos proceden de la zona me recuerda las más terribles inercias tribales, la ciega y salvaje violencia que quiere exterminar de raíz a todo un grupo humano. Paradojas de la vida: sabemos cómo funciona esta terrible inercia por todo lo que hemos leído precisamente de la Shoah. Y ya siento apelar a algo tan monstruoso, pero miren de cerca a las madres palestinas. Verán que lloran las mismas lágrimas que las madres israelíes.

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