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Tribuna
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El falso dilema de la reforma y la ampliación

Si se quiere ir demasiado rápido en la incorporación de nuevos países a la Unión Europea podríamos volver a los tiempos previos a Maastricht: un gran mercado común sin integración política

Von der Leyen y Zelenski
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de Ucrania, Volódimir Zelenski.SERGEI SUPINSKY (AFP)

La invasión rusa de Ucrania se ha convertido en uno de los principales catalizadores de cambio en el mundo y en Europa. En la Unión Europea y en su imaginario colectivo el impacto está siendo evidente. La rapidez con la que está evolucionando todo el ecosistema comunitario así lo demuestra. Cuando existe una amenaza, real o imaginada, se avanza rápido, incluso, a veces, demasiado rápido y sin pensar. En el caso de la UE se ha demostrado con gran claridad que cuando existe voluntad política para actuar, se actúa.

Y así ha sido el caso con la política de ampliación de la UE. Todavía resonaban en las capitales de los Balcanes occidentales las palabras pronunciadas por Juncker en 2018 diciendo que no habría más ampliaciones sino se resolvían antes las disputas territoriales y todavía se miraba con recelo desde Tirana y Skopje el freno puesto por parte de Francia a la apertura de negociaciones y el cambio repentino de metodología, cuando tuvo lugar la invasión rusa de Ucrania y Bruselas reaccionó ofreciéndole a Ucrania y a Moldavia una candidatura con la que soñaban pero nunca pensaron que llegarían a alcanzar. Y con ese simbólico gesto de unidad frente al agresor, casi sin pensarlo la UE abrió las puertas a una ampliación equiparable a la de 2004 en cuanto al número de miembros, pero con un país que marca la diferencia por su tamaño, su economía y sus circunstancias: Ucrania.

Los debates de estos días nos retrotraen a aquellos que tuvieron lugar allá por mediados de los años noventa donde se discutía si primero había que profundizar en el proyecto europeo y luego ampliar hacia el Este o si, por el contrario, el camino debía ser el inverso. En aquel momento se optó por el justo medio. Se puso en marcha una reforma de los Tratados con el fin de preparar a la UE para la incorporación de diez nuevos miembros, pero, sin embargo, se obviaron otras cuestiones no menores que hoy en día todavía no se han resuelto, entre otras, la unión fiscal o los controles internos hacia determinadas derivas. No se quiso, a la espera de la aprobación del Tratado constitucional, realizar reformas de calado, pero con el fracaso de éste la salida de emergencia fueron los arreglos cosméticos del Tratado de Lisboa.

La incorporación de ocho países del centro europeo desplazó el eje geopolítico de la UE hacia el Este otorgándole un mayor poder económico, pero también político, a una Alemania recién reunificada, pero que no supo o no pudo resistirse a esa hegemonía y para no perderla, no sólo no ha frenado, sino que ha permitido, de la mano de Angela Merkel, unas derivas iliberales en países como Polonia y Hungría que se han hecho fuertes y saben cómo jugar sus cartas en el contexto comunitario. En términos de Ivan Krastev, la política de la imitación ha dado paso a la política de la impugnación, donde se cuestiona no sólo la democracia liberal, sino también el marco europeo tal y como está articulado. Así, no sólo la UE se ha desplazado hacia el Este, sino que además también se ha movido, en su dimensión ideológica, hacia la derecha, sin impugnación del modelo económico.

Pues bien, en este contexto —y con la propuesta política verbalizada por parte de los principales líderes europeos, de avanzar en la construcción de una Europa geopolítica capaz de adaptarse a la nueva situación internacional— se ha propuesto la incorporación al marco de la UE de una serie de países disparares entre sí pero con algo en común; todos ellos tienen el objetivo de incorporarse al marco europeo y todos ellos tienen la necesidad imperante para conseguirlo de realizar reformas en profundidad. En unos casos, como los Balcanes Occidentales, llevan casi veinte años esperando a las puertas de la UE —la Cumbre UE-Balcanes data de junio de 2003— y en otros, como Moldavia o Ucrania, la guerra les ha permitido avanzar en una perspectiva europea de un modo express y casi sin frenos.

La UE se encuentra, por tanto, ante un reto sin precedentes donde para poner en marcha este proceso es imprescindible emprender reformas de calado que le permitan mejorar su capacidad de absorción, pero también necesita realizar una reflexión de fondo sobre la su misma naturaleza. Si se quiere ir demasiado rápido se podría encontrar con una vuelta a los momentos previos a Maastricht, a un gran mercado común pero sin integración política, y de base intergubernamental, donde países como Hungría y Polonia se encontrarían a gusto.

No se trata, por tanto, de ampliación o reforma, se trata de realizar ambas a conciencia, profundizando en la reforma institucional, pero también en el modelo de valores y normas al que aspira, al tiempo que a los países candidatos se les ofrecen garantías de devolución con unos plazos realistas. De lo contrario, el marco europeo sufrirá un total descrédito y falta de confianza por parte de poblaciones que, transcurrido el tiempo, mirarán hacia otras latitudes. Nada que no se haya visto ya anteriormente.

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