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LA BRÚJULA EUROPEA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuatro peligrosas dependencias de la UE

La Unión tiene debilidades en el sector militar, energético y en los recursos y tecnologías estratégicos. EE UU y China están menos expuestos

Desde la izquierda, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en la conferencia de prensa de cierre de la cumbre europea en Granada, este viernes.
Desde la izquierda, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en la conferencia de prensa de cierre de la cumbre europea en Granada, este viernes.JON NAZCA (REUTERS)
Andrea Rizzi

La cumbre europea de Granada ha terminado poniendo ante los focos un creciente consenso político en la UE para irse preparando, prudentemente, para futuras ampliaciones del club y el persistente disenso entre el grueso del bloque y Polonia y Hungría en materia migratoria. Comprensiblemente, estos dos temas y la guerra en Ucrania han acaparado el grueso de la atención, opacando otra cuestión que quizá resulte en este momento más difusa, pero no es menos importante: las peligrosas dependencias de la UE en cuatro áreas clave, la militar, la energética, la de recursos estratégicos y de tecnologías revolucionarias.

Esta condición de dependencia es definitoria de nuestro lugar en el mundo, y quienes desean que la Unión sea un actor independiente no pueden eludir afrontarla. Los hechos son notorios y poco alentadores.

En términos militares, la UE es una entidad con un gasto conjunto considerable. Los cinco primeros inversores (Francia, Alemania, Italia, España y Polonia) duplican, juntos, el gasto en Defensa de Rusia en 2022, según datos del Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo. Pero el dinero es invertido de manera dispersa y fragmentada, la praxis operativa es mínima, así que nuestras capacidades reales resultan muy bajas. Incluso la principal fuerza del bloque, Francia, potencia nuclear, ha evidenciado graves limitaciones en la intervención militar en Libia o en las operaciones en el Sahel, donde se ha visto que sin el apoyo de EE UU no estaba preparada para sostener misiones completas. La verdad es que la seguridad de Europa depende de EE UU.

En términos energéticos, la UE ha sido capaz de desengancharse de manera eficaz de su enorme dependencia de los hidrocarburos rusos. Pero sigue una enorme necesidad de aprovisionarse en ellos mercados externos, que no puede darse por descontado que serán siempre benévolos. Por ejemplo, la relación con Azerbaiyán, importante productor de gas, va por una pésima senda. Datos definitivos sobre 2021 apuntaban a un 55% de dependencia de importaciones.

En términos de recursos estratégicos, los minerales y metales necesarios para la economía y la seguridad del siglo XXI, la dependencia es casi absoluta en prácticamente todo el espectro de elementos y fases —extracción, procesamiento, etcétera—. La cosa se hace más inquietante cuando se considera que el suministrador de referencia, aquí, es China.

Por último, hay una dependencia de corte tecnológico. La UE perdió hace décadas la revolución digital, en la que se impuso EE UU. Hoy, tanto EE UU como China toman ventaja en áreas clave. La Comisión Europea ha lanzado esta semana un proceso para revisar el riesgo de dependencia en cuatro sectores trascendentales —microchips avanzados, inteligencia artificial, tecnología cuántica y biotecnología— y poder proceder después, sobre la base del mapeo, a tomar medidas.

Por supuesto, en todas estas áreas se están haciendo cosas. El gasto militar aumenta, y hay iniciativas incipientes para mejorar su coordinación interna. Crece la producción de energía renovable, que nos hará más independientes. La conciencia del problema en recursos y tecnologías estratégicas crece, y se mueven cosas, como el programa para impulsar la industria autóctona de microchips. Nada de ello, sin embargo, nos acerca sensiblemente al objetivo de una fuerte reducción del riesgo de la dependencia.

La cuestión, por supuesto, no es dirigirse hacia desacoples abruptos o ideales autárquicos. La UE debe aspirar a permanecer abierta por una cuestión de valores, de visión del mundo y también porque es pragmático que así sea. Pero esto no puede esconder que estamos en una posición de debilidad. El panorama global de estos días nos muestra los peligros detrás de la esquina.

¿Qué pasaría si un EE UU se desentiende de Ucrania? Vemos que los republicanos andan en una senda desalentadora. ¿Qué pasaría con nuestros planes de economía verde si China endurece las restricciones a las exportaciones de materias primas o productos esenciales para ella? Vemos que, mientras nosotros tratamos de protegernos de ciertas prácticas abusivas, Pekín ya responde sometiendo a control algunas de esas exportaciones (productos de galio y germanio). Nuestro déficit comercial, pese a nuestras declaraciones de reducción de riesgo, crece: ya ronda los 400.000 millones de euros anuales, el doble que hace cinco años.

Todo el mundo tiene dependencias, pero tanto EE UU como China gozan de una menor exposición al riesgo. Quienes proclaman el deseo de una UE con posición propia en un mundo de intereses descarnados y flacos principios deben activar los músculos en esas cuatro áreas.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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