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Columna
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Maleta o ataúd

Armenia ha entrado en un ciclo de sufrimiento colectivo bien conocido y antiguo. Una nueva Jerusalén se instalará en la mente de gran parte de los que han partido

Tres mujeres lloran por la desaparición de sus familiares por una explosión causada por un cohete durante la lucha por la región separatista de Nagorno-Karabaj, en la ciudad de Ganja (Azerbaiyán).
Tres mujeres lloran por la desaparición de sus familiares por una explosión causada por un cohete durante la lucha por la región separatista de Nagorno-Karabaj, en la ciudad de Ganja (Azerbaiyán).UMIT BEKTAS (Reuters)
Lluís Bassets

Nagorno Karabaj es una patria vacía. El éxodo de su población, unos 120.000 habitantes, se ha completado en una semana. Tres décadas ha durado la ficción de una independencia que nadie reconocía, ni siquiera la república matriz de Armenia. Quedan en esta montañosa comarca un puñado de ciudadanos que no han podido huir, los pueblos desiertos y los monumentos de su remoto pasado.

Hubo muertos armenios, alrededor de 200, en la breve campaña con la que el ejército de Bakú se hizo con el control del enclave, pero no los ha habido después, cuando la población tuvo que escoger entre quedarse, tal como formalmente le requería el Gobierno de Bakú, o partir con lo puesto antes de que llegaran las tropas. Sabían que no tardarían en llegar también los expulsados hace 30 años, tras la primera guerra en la que fue armenia la victoria y azerbaiyano el éxodo. Al cambiar las tornas, la opción era entre la maleta y el ataúd.

Armenia ha entrado en un ciclo de sufrimiento colectivo bien conocido y antiguo. Una nueva Jerusalén se instalará en la mente de gran parte de los que han partido. Todas las historias nacionales cuentan con una cuna de donde nació la patria histórica, sea inventada o sea real, como es el caso del enclave en tierra azerbaiyana. Su pérdida suele convertirse en una herida incurable que se transmite de generación en generación a través de los siglos.

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El significado de esta huida vertiginosa desborda los límites del diminuto país que acaba de desaparecer. Es un episodio más de un enfrentamiento secular, en el que se han desplegado casi todos los grados del horror y del exterminio por ambas partes. Para los armenios es un capítulo añadido a su martirio nacional entre 1915 y 1923, cuando perecieron entre 600.000 y 1,2 millones en las matanzas organizadas por el agonizante Imperio Otomano, una tragedia que inspiró la idea jurídica misma del genocidio como delito.

El súbito vaciamiento de una entera región, cercada por un ejército victorioso, tiene todos los visos de una limpieza étnica intencionada. Según un dictamen de quien fue el primer fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI), Luis Moreno Ocampo, es posible calificar de delito de genocidio el asedio al que se ha sometido a la población durante nueve meses de privación de suministros, desde noviembre pasado hasta ahora. En un gesto añadido de la creciente distancia entre Rusia y Armenia, Ereván acaba de ratificar su adhesión a la CPI, la instancia judicial que trata precisamente sobre este tipo de crímenes y que cuenta con Putin como imputado por la guerra de Ucrania.

Rusia ha perdido toda su autoridad en el Cáucaso meridional. El tratado de defensa mutua que la vinculaba con Armenia es papel mojado. Su fuerza de mantenimiento de la paz en Nagorno Karabaj solo ha protegido la huida de los expulsados. Es el precio pagado por la ventaja estratégica que espera obtener en Ucrania.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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