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COLUMNA
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Bendodo en el Far West

Frivolizar con la legitimidad del acoso en la calle a los políticos que dicen cosas que no nos gustan reabre las puertas a las maneras despóticas e incontroladas del Lejano Oeste

Elías Bendodo, este lunes en una rueda de prensa en la sede del PP, en Madrid.
Elías Bendodo, este lunes en una rueda de prensa en la sede del PP, en Madrid.AITOR MARTIN (EFE)
Jordi Gracia

Gran parte de los argumentos de la derecha contra la decisión de Pedro Sánchez —premeditada con alevosía—de que Óscar Puente fuese su hombre en el debate de la investidura de Feijóo tiene un punto y hasta un buen pedazo de razón: rebajaba así la relevancia institucional de la sesión (pese a la comedia política que encarnó todo el Parlamento sabiendo desde el principio que no iba a salir Feijóo investido) al no ser el actual presidente en funciones quien diese la réplica al candidato popular. O, peor aún, escogía a un personaje destacado por su solvencia retórica en el debate parlamentario, la contundencia de sus argumentos, la transparencia de su palabra y hasta la temeridad de algunas de sus ironías sarcásticas al límite del efecto bumerán.

Pero el acoso filmado en directo contra Puente por parte de un pasajero del AVE entre Valladolid y Madrid y retransmitido por las redes sociales hasta el hartazgo estaba dando una oportunidad al PP para condenar actos incívicos y frenar cualquier tentación de repetir el asedio público y físico a los representantes parlamentarios de los partidos. Elías Bendodo ha hecho todo lo contrario y ha venido a señalar que se lo tenía merecido Óscar Puente por ser tan “faltón”. Bendodo no es concejal de un respetable pueblo de 50 habitantes, sino el coordinador general del PP, y esas declaraciones constituyen una temeridad imprudentísima que una democracia puede pagar muy caro en forma de incidente desgraciado, accidente imprevisible, ataque de un descontrolado o hecho aislado… De sus palabras no solo se deducía la comprensión explícita del acoso del ciudadano de Valladolid, sino su aprobación o incluso su aplauso. Según Bendodo, la culpa de ese acoso público y repudidado por buena parte del pasaje del AVE la tiene Pedro Sánchez por haber escogido al “diputado de Valladolid” (Feijóo dixit) como portavoz de las razones por las que el PSOE no iba a votar la investidura de Feijóo.

Tantear o incluso tontear con la legitimidad del acoso en la calle a los políticos que dicen cosas que no nos gustan reabre las puertas a las maneras despóticas e incontroladas del Far West. Bendodo está obligado a matizar, rectificar o condenar sin más unas declaraciones que pueden amparar cualquier acto vandálico en las calles contra políticos contrarios a lo que piensa nuestro grupo. No son los algoritmos ni Twitter ni las redes sociales quienes siembran la tentación de la violencia, sino los irresponsables altos cargos públicos dispuestos a jalear la violencia o la intimidación en la calle. Que Santiago Abascal se permita dejar flotando en el aire insinuaciones de rebelión civil en la sociedad española, como hizo la semana pasada, entra en el cuadro degradante de una ultraderecha autoritaria; que se asocie a ese delirio el portavoz de un partido de Estado sacude por dentro la conciencia y la misma dignidad de una gran cantidad de votantes del PP, y sin duda de buena parte de sus cargos, pese al silencio disciplinado que mantienen.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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