Un pequeño Putin del Cáucaso
La operación dirigida por el azerbaiyano Ilhan Aliyev sobre Nagorno Karabaj es lo que el líder ruso había imaginado en Ucrania
Una rápida operación especial, como la que había imaginado Vladímir Putin en Ucrania, pero a menor escala, ha resuelto en 24 horas el problema enquistado que significaba Nagorno Karabaj para Azerbaiyán desde 1988, cuando el soviet de este territorio pidió infructuosamente a Moscú su anexión a la república soviética de Armenia. A escala microscópica, es lo que el Kremlin quería hacer con Ucrania, de forma que la pequeña provincia de población armenia, declarada independiente unilateralmente en 1991, pasará ahora entera bajo control de Bakú.
La acción armada también ha sido unilateral, puesto que ha roto los acuerdos de alto el fuego de noviembre de 2020 patrocinados por Moscú, sin que nada hayan hecho las fuerzas rusas de mantenimiento de la paz para impedirlo. La atención del Kremlin se halla concentrada en Ucrania. Putin no tiene ninguna simpatía por Nikol Pashinián, el primer ministro de Armenia, que alcanzó el Gobierno tras una revuelta democrática de las que producen urticaria en el Kremlin. Aunque ambos países se hallan vinculados por el tratado de mutua defensa de la Organización de Seguridad Colectiva, Armenia no ha ocultado sus simpatías por Ucrania y no ha apoyado a Rusia en las votaciones de condena de la invasión de Ucrania en Naciones Unidas. Como en Ucrania, amputada en 2014 de Crimea y parte de Donbás y atacada de nuevo en 2022, el asalto de Azerbaiyán sobre Nagorno Karabaj también se ha efectuado en dos fases. Primero, en 2020, en una breve guerra de 44 días, Bakú recuperó el territorio circundante del enclave, perdido en la primera guerra entre 1988 y 1994, y lo dejó conectado con Armenia solo por una carretera, bajo la protección más teórica que efectiva de las tropas rusas. Ahora, en la segunda fase, se lo ha zampado entero de un bocado sin que nadie, ni la propia Armenia, haya movido una ceja. A diferencia de la imperfecta democracia de Armenia —índice 54 sobre 100 de Freedom House y lugar 82 sobre 167 países en la lista de democracias de The Economist—, Azerbaiyán es una autocracia hereditaria —índice 9 y lugar 134— con imputaciones de crímenes de guerra e incluso serias sospechas de genocidio en el asedio de nueve meses a Nagorno Karabaj para desabastecer a la población e inducir a su desplazamiento. Su presidente, Ilhan Aliyev, en el poder desde hace 20 años, es un dictador surgido de la saga oligárquica postsoviética. Sucedió a su padre Heydar Aliev, un incombustible jerarca comunista y miembro destacado del Politburó del PCUS y del KGB, que alcanzó el poder en Bakú ya en 1969 y luego la presidencia del país desde 1993 hasta 2003. Los armenios son ahora las víctimas del asedio, la invasión y la limpieza étnica que ya se palpa en el ambiente. Antes lo fueron también los azerbaiyanos. El uso de la fuerza en vez de la política y la diplomacia como sistema de resolución de los conflictos étnicos difícilmente conduce a la paz. Por el contrario, es la promesa siniestra de un horror sin fin al que suelen recurrir sin contemplaciones las dictaduras.
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