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ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
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La peatonalización de los hermanos Marx

La vía urbana de prioridad invertida será considerada como una vía urbana con la prioridad invertida

La zona peatonal de la calle Consell de Cent, en Barcelona, en una imagen de junio.
La zona peatonal de la calle Consell de Cent, en Barcelona, en una imagen de junio.Gianluca Battista
Jaime Rubio Hancock

Desde que peatonalizaron Consell de Cent, en Barcelona, muchos tuiteros han compartido fotos y vídeos en los que comparan cómo era esa calle antes y cómo ha quedado. De los coches y el ruido habituales se ha pasado a una calle peatonal, verde y agradable, que se ha convertido en un símbolo y en un ejemplo de que el centro de las ciudades no tiene por qué ser solo para los coches.

Al menos hasta la semana pasada, cuando una jueza de Barcelona ordenó revertir esta peatonalización porque el procedimiento mediante el cual se ordenó no era el correcto: se tendría que haber modificado el Plan General Metropolitano mediante una votación con mayoría en el pleno. La lectura de la decisión de la jueza y de las alegaciones del Ayuntamiento sonaban un poco a Groucho y Chico Marx en Una noche en la ópera: “La vía urbana de prioridad invertida será considerada como una vía urbana con prioridad invertida”. Pero, en fin, es verdad que las cosas hay que hacerlas bien.

Casi todos los tuiteros recibieron la noticia con sorpresa y enfado, igual que los vecinos que venían de aguantar dos años de obras. Los partidarios de la peatonalización consideraban que esta decisión era una insensatez y confiaban en que pudiera revertirse la orden de revertir la obra. Los contrarios a la peatonalización —o, al menos, a Ada Colau— también estaban enfadados, pero sobre todo por otra cosa: se preguntaban si el coste de todas las obras lo iba a pagar la exalcaldesa.

La cuenta que no tuiteó nada fue la de Barcelona Oberta, la asociación de comerciantes que ha llevado el tema ante los tribunales y de la que forman parte empresas y entidades como El Corte Inglés, Diagonal Mar y L’Illa. Es raro, porque deberían estar contentos y orgullosos de lo que, imagino, en su opinión, es un logro para los barceloneses. Sin embargo, y en el momento de escribir estas líneas, la cuenta de la asociación solo ha nombrado la calle en un tuit desde 2014, y fue para anunciar una jornada castellera. Es como si no estuvieran muy seguros de que los tuiteros fueran a aplaudir su campaña contra la peatonalización, y como si tuvieran claro que le habían dado una patada a Ada Colau en el culo de los vecinos.

De hecho, y al día siguiente de conocerse la noticia, Gabriel Jené, presidente de la asociación, aseguró que no pedirá la ejecución de la sentencia, aunque sí se opondrá a la apelación. Un poco como Groucho y Chico, también, que después de liarse con cada párrafo de su contrato, decidían que no merecía la pena discutir “por una tontería como esta” y cortaban lo que no les gustaba, que al final era casi todo.

Jené también afirmó que sacar coches del centro les quita clientes. Esta es una queja habitual de los comerciantes cuando hay peatonalizaciones, pero no se sostiene, si tenemos en cuenta lo que ha ocurrido en otras ocasiones. Como, por ejemplo, en Portal de l’Àngel, también en Barcelona, peatonal desde hace unos 50 años y donde, como mucho, los comerciantes se podrán quejar del precio del alquiler de los locales.

Estas medidas suelen ser polémicas porque damos por hecho que la forma prioritaria, casi única, de moverse es el coche. Pero años después lo que nos sorprende es que alguien viera normal que pasaran coches por Portal de l’Àngel, por la plaza Real o, ya en Madrid, en medio del parque del Retiro. Seguro que tanto entonces como ahora se podrían haber hecho mejor las cosas. Pero solo hace falta pasarse por las hemerotecas o por esas cuentas de Twitter que recuerdan cómo eran plazas y calles de ciudades de hace décadas y darnos cuenta de que nadie, o casi nadie, echa de menos el humo, el ruido y los coches.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor. Estudió Periodismo y Humanidades, y es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de la novela 'El informe Penkse'.

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