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Tribuna
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Para ser relevante en la UE, España debe reconstruir su centro político

Puede que una gran coalición sea una posibilidad distante, pero un Gobierno en minoría de PP o PSOE con el apoyo del otro sería lo mejor para los intereses nacionales dentro y fuera del país

Pedro Sánchez (a la izquierda) y Alberto Núñez Feijóo, antes del debate en televisión el pasado 10 de julio.
Pedro Sánchez (a la izquierda) y Alberto Núñez Feijóo, antes del debate en televisión el pasado 10 de julio.JUAN MEDINA (REUTERS)

Las elecciones generales del pasado 23 de julio han metido en un aprieto a la España que ya se veía en el chiringuito. Pero, a diferencia de los chiringuitos, los aprietos políticos de España no son únicos en Europa. Al igual que en muchos otros países europeos, nuestros líos parlamentarios tienen menos que ver con el auge —o caída— de un único partido que con el hundimiento del centro y la polarización de los grandes partidos de centroderecha y centroizquierda. Desde el naufragio del sistema bipartidista en 2015, nuestro país ha tenido que acostumbrarse a lidiar con coaliciones frágiles, gobiernos inestables y elecciones frecuentes. Esto no es un problema: los gobiernos les duran a la mayoría de nuestros vecinos europeos unos dos años de media. Presidentes y primeros ministros caen y se vuelven a levantar. Algunos duran menos que una lechuga. Otros países se pasan meses sin gobierno. En algunos sitios, gobernaba Berlusconi. En otros lo hizo Tsipras. Hay incluso sitios donde la izquierda y la derecha se ponen de acuerdo para gobernar en coalición. Casi todo lo que nos pasa en España, ya ha pasado antes en otro sitio. Casi todo. El siguiente paso es darse cuenta del precio que los parlamentos polarizados y regionalistas pagan en términos de influencia mundial (que le pregunten al Reino Unido). Y decidir si estamos dispuestos a pagarlo, o preferimos volvernos al centro.

El problema de España en Europa no es Vox, ni Podemos/Sumar, ni los gobiernos inestables o las repeticiones electorales. Nuestro problema es que tenemos una tendencia, cada vez más preocupante, a borrarnos del mapa cuando más se nos espera y se nos necesita. No hablo de la presidencia rotatoria de la UE. La presidencia funcionará bien; tanto el Gobierno español como sus funcionarios han sido meticulosos a la hora de prepararla y la ejercerán con diligencia. La UE también seguirá funcionando: la presidencia rotatoria es una responsabilidad modesta y diseñada para soportar vaivenes políticos de todo tipo. Desde 2009, los países que ocupan la presidencia rotatoria trabajan en equipos de tres, denominados “tríos”. Cada trío acuerda las prioridades y programas de la presidencia con meses o años de antelación. El Consejo de Ministros puede intervenir si una presidencia se tuerce. Y otros Estados miembros pueden ayudar al país de turno en caso de necesidad. En 2010, un Gobierno en funciones belga dirigió una de las primeras presidencias rotatorias tras el Tratado de Lisboa de forma brillante. En 2022, Francia ejerció con éxito su presidencia en medio de una campaña electoral, y la extrema derecha entró de forma inesperada el Gobierno sueco dos meses antes de que Estocolmo asumiera la presidencia rotatoria en enero de 2023.

Sea quien sea que lleve a término nuestra presidencia (un Gobierno en funciones, o uno nuevo si Sánchez consigue sacar adelante una investidura), España ha perdido una oportunidad de oro en un momento importantísimo para la Unión en el que nuestro país tenía la intención de brillar. Esto le viene fatal tanto a Madrid como a la UE.

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España estará distraída durante los próximos meses, que para la UE serán casi existenciales. En este tiempo, los países europeos tendrán que decidir si aceptan a Ucrania (y seis países más) en el club; cómo reformar la gobernanza europea para poder gestionar una Europa de más de 30 miembros; qué hacer con las actuales e ineficientes leyes sobre inmigración y reglas fiscales; o en qué bando estamos en la cada vez más intensa guerra fría entre unos Estados Unidos post (y quizá pre) Trump y la China de Xi.

Con Berlín fuera de juego por las luchas internas de la coalición de Gobierno y su complejo papel en la respuesta europea a la guerra de Ucrania, Varsovia a la greña con Bruselas, y el Gobierno de extrema derecha de Roma intentando encontrar su sitio en Europa, los debates europeos han estado dominados principalmente por París y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. La covid-19 y la guerra de Ucrania han hecho que la Unión se vuelva más multipolar. La UE necesita el mayor número posible de puntos de vista para poder desenvolverse en un mundo cada vez más dividido.

Las elecciones del 23-J han puesto de relieve el defecto más dañino de España: el perpetuo desacuerdo sobre la identidad nacional. La crisis de identidad de España impregna el sistema político del país, que a menudo es rehén de intereses regionalistas y tiene poca cabida para los partidos de centro, a pesar de que la mayoría de los españoles prefieren las posturas moderadas. También limita el protagonismo de España en la UE. Un país con problemas de identidad no puede aspirar a tener más peso en Europa, y mucho menos a liderarla. Sánchez y Feijóo, o quien venga después, tienen más puntos de acuerdo entre ellos que con sus hipotéticos socios de coalición. Puede que una gran coalición sea una posibilidad distante, pero un gobierno en minoría de uno de esos partidos con el apoyo del otro sería mejor para los intereses de España dentro y fuera del país, al menos hasta que España pueda reconstruir su perdido centro político.

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