La grandeza de Carlitos Alcaraz
La ejemplaridad del jugador está hecha de alegría, convicción y originalidad en el juego
La victoria el domingo de Carlos Alcaraz en Wimbledon consagra a este joven jugador como el nuevo fenómeno global del tenis y también del deporte individual: el número uno del mundo venció con 20 años a un gigantesco número dos, Novak Djokovic, de 36 años, en un partido de casi cinco horas tras perder el primer y el cuarto set y sin acusar el momento trascendente que vivía hasta el final, sonriente y cabal. Djokovic no perdía en la pista central del torneo desde 2013, lo había ganado en los últimos cuatro años, y el domingo cayó bajo los golpes, la alegría y el juego brillante y atrevido (voleas, globos, dejadas) de un joven que se divierte mientras divierte a la cancha, que lucha sin exhibir sufrimiento, que jamás da nada por perdido —como su histórico predecesor y modelo en el talante humano, Rafa Nadal— y que nunca proyecta en la pista ni fuera de la pista nada que case con la prepotencia, sino con la voluntad de jugar para ganar y haciéndolo bien.
La sombra del colapso ante el mismo Djokovic en Roland Garros hace mes y medio estuvo en los primeros compases del partido con un Alcaraz nervioso… que dejó de estarlo en cuanto entró en el partido con la cabeza y el cuerpo entero. No es el primero en ganar un Wimbledon casi en el límite de la adolescencia (lo hicieron ya Boris Becker, dos veces, con 17 y 18 años, y Björn Borg, con 20). Lo cierto es que ha alcanzado un puñado de triunfos de primerísimo nivel (como el Abierto de Estados Unidos en 2022) sin exhibir ni la arrogancia del triunfador ni la infalibilidad del señalado por el destino. La naturalidad del juego de Alcaraz, la brillantez de sus recursos, la aptitud para cambiar los golpes y seleccionar el idóneo y a menudo imprevisto, hacen un jugador excepcional de este murciano de 20 años recién cumplidos, orígenes humildes y formado con otra gran figura como Juan Carlos Ferrero (en un momento crucial del partido le dijo: “Piensa”). Alcaraz sonríe, sonríe mucho, y en esa sonrisa transmite optimismo, humildad y ambición, aunque parezcan nociones irreconciliables, y, sobre todo, y ahí tiene lo mejor de Nadal, no se rinde ni cuando llegan muy mal dadas o parece todo definitivamente perdido. No es solo un fenómeno para la afición española (legítimamente enganchada a esta nueva figura) sino también en las portadas de la prensa de todo el mundo. Muchos creen que en él se reproducen las mejores virtudes de tres de los más grandes (Federer, Djokovic y Nadal), sin que sea ninguno de los tres porque es otro, Carlitos (como le gusta que le llamen) Alcaraz. Si nadie sabe demasiado bien cómo funciona la ejemplaridad, Alcaraz es un ejemplo óptimo de la personalidad capaz de atrapar al espectador —en particular entre los jóvenes— y conmover con la raqueta en la mano y sin ella: un joven maestro en la pista y fuera de ella para quienes quieran dejarse seducir. Nadie sabe qué pasará en el futuro porque ha rendido con la misma alegría desacomplejada en tierra, en hierba o en pista dura, pero la victoria en la hierba de Wimbledon sonó a cambio de era en el tenis. Quizá el único rival a partir de hoy sea él mismo.
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