La construcción narrativa de la integración sudamericana
En un contexto internacional multipolar, con creciente incertidumbre y con amenazas transversales a la seguridad, la unidad regional es prioritaria y urgente, como ha reivindicado el Consenso de Brasilia
Lula, ciertamente, lo logró. Tras casi una década sin encuentros de esta magnitud, el mandatario de Brasil concretó una anhelada expectativa: reunir hace poco a todos los presidentes de Sudamérica, sin importar el color del Gobierno de turno, en una conversación franca y necesaria. Si bien es importante reconocer que este es un logro significativo, el retiro presidencial no estuvo exento de tensiones. Por un lado, los presidentes y sus cancillerías lograron aunar voluntades en un relevante Consenso de Brasilia que incorporó puntos muy importantes para la región pero, por otro lado, las polémicas declaraciones de Lula respecto a Venezuela, el día previo al retiro oficial, caldearon los ánimos y reclamaron la mayoría de la atención mediática del encuentro.
La presencia de Nicolás Maduro fue de gran trascendencia. La región sudamericana ha desarrollado un cierto entendimiento de que para abordar la crisis política, social y humana de Venezuela es crucial tener a Maduro en la mesa común. Esto dista significativamente de la estrategia de la región hace solo tres o cinco años atrás, donde los países acordaron explícitamente ignorar la existencia de Maduro, para canalizar toda conversación exclusivamente con el ya casi olvidado Juan Guaidó. Parecería que ha pasado una era entre el Grupo de Lima y el Consenso de Brasilia. Esta línea de acción, desde luego, constituyó una quimera infértil que no solo olvidaba la voluntad de las urnas sino que se reveló ineficaz al desconocer como interlocutor a quien, guste más o menos, está en el poder. En consecuencia, su presencia en este retiro fue una oportunidad para que Maduro tuviese encuentros, debates y polémicas con todos sus pares de la región, no solo los afines ideológicamente, y para que la violación de los derechos humanos y la masiva migración de millones de venezolanos estén entre los puntos de discusión no excusables.
Este retiro tuvo grandes logros. El primero de ellos, es seguir cultivando un potencial de entendimiento sudamericano. Sudamérica es y seguirá siendo un eje prioritario en las políticas exteriores de la región. Esto no es retórica vacía. En un contexto internacional multipolar, con ascendente incertidumbre, con el auge y consolidación de discursos de odio, y con amenazas a la seguridad transversales, la integración sudamericana es prioritaria y urgente. Un ejemplo concreto es la emergencia climática, muchas veces cuestionada por un negacionismo que hace caso omiso a la evidencia científica. A pesar de tener una responsabilidad mínima en la contribución porcentual de emisiones de gases de efecto invernadero, la región es una de las más afectadas del mundo, lo que se evidencia con la profundización de los daños colaterales que distintos eventos meteorológicos tienen cada año. Esto tiene un efecto dominó, pues impacta la calidad de la salud de las personas, el desarrollo de la agricultura, la biodiversidad y la calidad del agua. La protección solitaria ante estos eventos no solo es una receta condenada al fracaso, sino también es un llamado de atención para el letargo político que afecta a muchos líderes sudamericanos, que deben salir de sus zonas de confort para dialogar con quienes menos desean.
En otras palabras, la integración debe ser concebida, tal como lo indica el punto cuatro del Consenso de Brasilia, como la solución y no como el problema. No es secreto que para Lula esta integración pasa por reactivar la ya extinta Unasur. Sin embargo, su pragmatismo le permite entender que no existe espacio para reactivar modelos de integración obsoletos para los problemas de hoy. A pesar de sus propias expectativas y deseos, Lula entiende que la integración sudamericana tendrá mejores chances de persistir mediante formatos flexibles, modernos, que sean capaces de focalizar urgencias bajo esquemas transparentes y eficientes. La región de hoy no es la de hace 15 o 20 años atrás. La integración requiere de consensos amplios, no rígidos, medibles y, ante todo, que trasciendan el espacio de las cancillerías. Si Sudamérica realmente quiere avanzar en un mecanismo perdurable, se requiere de la participación activa de los empresarios, los emprendedores, los gobiernos locales, y la sociedad civil organizada.
El punto siete del Consenso de Brasilia justamente da cuenta de este desafío. Pues lejos de diseñar tratados constitutivos anacrónicos a los desafíos de hoy, los presidentes establecieron una tarea muy concreta: establecer una hoja de ruta para la integración. Se espera que esta hoja de ruta se diseñe en los próximos cuatro meses, para lo cual las cancillerías deben proponer a los presidentes acciones específicas. Esto es una gran oportunidad para la reactivación de canales de diálogo y negociación entre los distintos países, pero también es un desafío, pues Lula no puede terminar el año 2023 sin presentar un producto concreto para reactivar la integración regional.
En otras palabras, el éxito o fracaso de este retiro se medirá en los próximos seis meses, cuando los presidentes den cuenta del real consenso alcanzado durante meses de trabajo y negociación. La construcción de una nueva fase en la difícil integración latinoamericana es un capítulo abierto. Su narrativa depende menos de las polémicas y más de las iniciativas de cooperación reales. Lula, Sudamérica y sus ciudadanos no se pueden permitir un nuevo fracaso integracionista, pues las respuestas políticas comunes no pueden ser más lentas que las amenazas y peligros que nos afectan en conjunto.
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