Gasto mínimo
Arrepentido, pero no mucho, pensé en que lo mejor de nuestra vida es la diferencia entre lo que queremos pagar y lo que nos obligan a pagar
Hace unos días, mientras paseaba, paré en un 24 horas para comprar agua. Cuando fui a la caja se me hizo saber, como siempre, que para pagar con tarjeta había un gasto mínimo, así que me vi otra vez por los pasillos pensando qué llevarme. Es algo lógico: se trata de comprar algo que no quieres para disfrutar de lo que quieres. ¿Qué es eso que no me apetece mucho, no desde luego como para meterme en una tienda a comprarlo ahora mismo, y tengo que llevármelo a la fuerza? Había tardado cinco segundos en abrir la nevera y coger el agua, muerto de sed, y pasé cinco minutos mirando cosas como un bobo para tratar de adivinar, de todos los productos que no me apetecían, cuál me apetecía más. ¿Por qué no otra agua? Porque tendría que llevarme tres botellines: se me pararían al lado los ciclistas.
La práctica irá desapareciendo porque la derrota del dinero físico es irreversible, pero ahora pasa mucho y no solo en los 24 horas, también en algunos bares. De repente hay lugares a los que llego y me encuentro a gente con la mano en la barbilla, desesperada, obligada a comprar algo que no quieren, casi siempre una bolsa de patatas fritas porque lo que no vas a llevarte es un tupper con una ensalada. De alguna manera esto de tener cosas por obligación no solo pasa con el dinero sino en otros órdenes de la vida, como cuando nos cae alguien muy bien y queremos ser su amigo, y se nos comunica que tenemos que ser amigo de alguien más si nos lo queremos llevar. Así, las personas que nos eligen se ven obligadas a hacer más gasto porque nosotros solos no llegamos al mínimo, y para pagarnos hay que llevarse con nosotros a otras personas que nos apetecen menos. Está bien que eso sea así porque uno tiene muy claro lo que debe comprar al llegar a la tienda, y después resulta que lo bueno es aquello que tiene que llevarse a regañadientes.
El día en que paré a comprar un agua me vi obligadísimo a coger una cerveza para poder llegar al gasto mínimo. Al llegar a casa, la dejaría en la nevera. Así que salí a la calle a continuar mi paseo, y cuando di dos pasos me vi ridículo haciendo ejercicio con una cerveza en la mano. Recordé la frase del fisio que me ha curado unos dolores terribles en la espalda que me han tenido parado o con un humor de perros durante semanas, Nelson Amaro, Dios lo bendiga. Al conocerme me preguntó si hacía deporte y le dije que caminaba: “Mira, Manuel. Caminar a los 70 años es deporte; a tu edad es solo una forma de ir a los sitios”. Así que como aquello no era ejercicio ni era nada, me senté en un banco a beber la cerveza y a pensar en la vida. Cuando se acabó, me fui a una terraza a tomar otra, porque la vida da para mucho. Animado al terminarla, llamé a unos amigos para comer, y ocho horas después había un grupo de gente que no conocía en mi salón cantando a voz en grito Total eclipse of the heart.
Cuando abrí la nevera al día siguiente, estaba el botellín de agua sin abrir. Arrepentido, pero no mucho, pensé en que lo mejor de nuestra vida es la diferencia entre lo que nos cuesta lo que queremos comprar y el gasto mínimo.
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