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tribuna
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Turquía vota al son de Paco de Lucía

El país se ha convertido en un extraño régimen en el que una sola persona, elegida por el pueblo, tiene autoridad para decidirlo todo por sí sola y sin rendir cuentas a ese pueblo

Turquía
ENRIQUE FLORES

Desde hace un tiempo, en cualquier parte de Turquía a la que se vaya —ciudades, pueblos, costas y plazas—, retumba una melodía estruendosa. Jóvenes, mujeres y niños cantan esta melodía por las calles. Es el Palenque de Paco de Lucía. En turco se llama Volverá la primavera y se ha convertido en el himno oficial de la oposición unida contra Erdogan.

Las elecciones de hoy son el momento en el que se tomará la histórica decisión sobre qué tipo de república va a ser la República de Turquía, que cumplirá 100 años el 29 de octubre de 2023. No son unas elecciones corrientes. No es un enfrentamiento democrático entre Recep Tayyip Erdogan y la oposición, que es lo que parece a simple vista. Son la respuesta a la pregunta crucial de si Turquía va a evolucionar hacia una república laica y democrática o hacia una república islámica como otras en Oriente Próximo.

En cierto sentido, Turquía es un campo de pruebas de la tesis de Samuel Huntington sobre el “choque de civilizaciones” y el país más perjudicado por el conflicto entre Oriente y Occidente. Porque Turquía es histórica y geográficamente tanto Oriente como Occidente, pero, al mismo tiempo, ninguna de las dos cosas. La descripción que hace George Duhamel de nuestro país como “el más oriental de los países occidentales y el más occidental de los países orientales” es cierta. Pero también es cierto que Turquía, como puente entre Asia y Europa, está experimentando una crisis de identidad.

A principios del siglo XX, el Imperio otomano, que tenía el corazón, la mente y el peso administrativo en los Balcanes, se derrumbó. El régimen republicano, en forma de Estado nación, lo instauró un grupo de altos funcionarios procedentes de esa zona, especialmente de Salónica, que se encontraron con que les quedaban las tierras de Anatolia, hasta entonces la más abandonada y utilizada solo como reserva de soldados y agricultores.

A Anatolia llegaron millones de personas que huían de los territorios otomanos perdidos durante la Primera Guerra Mundial, es decir, los Balcanes, el Cáucaso y Oriente Próximo; para ellas era un último refugio. No había ningún factor que uniera a aquellas comunidades salvo el de ser antiguos súbditos otomanos. La lengua, las costumbres, la música, la cocina, la religión y las sectas de cada una eran distintas.

En 1923, a partir de esos pueblos tan dispares, el general Mustafa Kemal —después conocido con el sobrenombre de Atatürk— creó un Estado nación, oficialmente la República de Turquía. En las primeras décadas, la joven República prosperó gracias al carisma de su fundador, pero, con el tiempo, empezó a sufrir convulsiones étnicas y religiosas; el espíritu de la época creó las condiciones propicias para el enfrentamiento político de los grupos étnicos y religiosos.

En los años noventa del siglo pasado surgieron en Turquía tres polos políticos diferentes, que podemos clasificar de forma resumida como islamistas, laicistas y kurdos. La polarización convirtió a los laicistas y los islamistas en adversarios, mientras que los kurdos se unían a estos dos grupos o se distanciaban de ellos en función de sus propios intereses.

En la primera década de este siglo, los neoconservadores de George W. Bush, en especial, elaboraron una fórmula para Turquía. El país debía convertirse en una república islámica que defendiera los intereses de Estados Unidos en Oriente Próximo, renunciar a su ambición de entrar en la UE, ser un país de Oriente Próximo y abolir el legado laico y occidental de Atatürk. Para que ese objetivo se hiciera realidad, era necesario un partido que tuviera raíces en el legado del califato islámico otomano y que representara al movimiento islámico suní.

Además, las supuestas administraciones militares y civiles, los golpes de Estado, la corrupción, las torturas, las persecuciones y una grave crisis económica habían desgastado a los kemalistas.

Entonces se fundó el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) y su presidente, Erdogan, llegó al poder con el 34% de los votos. La gente, harta de los viejos regímenes, empezó a apoyar el nuevo movimiento. Erdogan enardeció a los conservadores con su retórica islámica, la promesa de proporcionar prestaciones sociales y permitir las órdenes religiosas organizadas y los sueños de resucitar el Imperio otomano. El AKP consideraba que estaba ejerciendo la revancha contra la era de Atatürk. Durante el periodo de su fundación y su ascenso al poder, aprovechó el desencanto general con el sistema corrupto y estrangulado de los años noventa que quedaban como restos del golpe. En esos momentos iniciales y en sus primeros años de gobierno desplegó conceptos como democratización, derechos, ley, justicia y libertad que nadie podía rechazar.

El hecho de que los partidos del centroderecha y la izquierda estuvieran dedicados a sus disputas internas en lugar de preocuparse por los problemas de la gente ayudó al AKP a hacerse con el poder. Y el partido no ha dejado pasar ninguna de las oportunidades que se le han ofrecido.

En los años posteriores, la polarización, cuyas semillas se habían sembrado en los años noventa, empezó a ser uno de los principales instrumentos del AKP para mantenerse en el poder. Los discursos que ahondaban la segregación y la marginación en la sociedad llevaron a la conclusión de que quienes preferían la comodidad de estar del lado de los poderosos iban a cerrar filas con el AKP gobernante. En cambio, quienes no estaban en ese bando acabarían eliminados.

He aquí algunas frases de Erdogan:

“La democracia es un tranvía; me puedo bajar cuando llego donde quiero”.

“Llevaré una túnica de sacerdote, si es necesario, con tal de beneficiar mi causa”.

“No necesitamos la inmoralidad de Occidente. Somos hijos de una civilización más grande”.

Erdogan, en el poder desde 2002, ha destruido todas las instituciones de la República y ha acabado teniendo el control absoluto del poder judicial, el ejecutivo, el legislativo y, sobre todo, el militar. Es un presidente sectario que ha convertido el régimen en una fusión del Estado y el partido. Ha intentado someter a millones de mujeres laicas que consiguieron el derecho al voto en 1934 y eran grandes ejemplos en muchos campos, como la ciencia, el arte, la educación y la política, a las opresivas reglas islámicas. Anuló el Convenio de Estambul, que garantizaba los derechos de la mujer.

El tendencioso aparato judicial encarcela desde hace años a filántropos como Osman Kavala, políticos kurdos, periodistas y defensores de los derechos humanos y, al mismo tiempo, ha declarado que no piensa acatar las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH).

Después de cada elección y cada referéndum que ha ganado el AKP en los últimos 20 años, el tren de la democracia continuaba su recorrido, pero iba cada vez más despacio. Ahora este proceso ha llegado a la última parada. El tren acaba aquí.

Turquía se ha convertido en un extraño régimen “republicano” en el que una sola persona, elegida por el pueblo, tiene autoridad para decidirlo todo por sí sola y sin rendir cuentas al pueblo.

Se ha utilizado el mecanismo del voto para crear un “sultán electo”. Después de ser “siervos” durante 600 años, bajo el yugo de un sultán califa, algunas personas estaban dispuestas a aceptar esa situación.

Ahora que Turquía sufre los efectos de una grave crisis económica, seis partidos de derecha e izquierda se han aliado bajo la dirección de Kemal Kılıçdaroglu, jefe del Partido Republicano del Pueblo. Su programa conjunto promete todo tipo de cosas, desde el compromiso de obedecer las sentencias del TEDH hasta la transparencia política.

En concreto, promete resolver unos casos de corrupción que suman cientos de miles de millones de dólares (las cantidades robadas ascienden a 418.000 millones de dólares).

La tercera alianza, la Alianza de la Izquierda Verde, formada sobre todo por kurdos, también respalda este movimiento, hoy denominado Alianza Nacional.

Todos los grandes partidos que se oponen a Erdoğan apoyan a Kemal Kılıçdaroğlu en las elecciones presidenciales. Kılıçdaroğlu es hijo de una familia de rentas bajas perteneciente a la minoría kurda y aleví (musulmana universalista). Él es funcionario de la Administración desde hace años y, dada su identidad étnica y religiosa, hay quienes dicen que, si saliera elegido, su caso sería comparable al de Barack Obama.

De momento, todas las encuestas muestran a Kılıçdaroğlu por delante de Erdogan. No obstante, entre los laicistas existe la preocupación de que Erdogan tome las medidas que hagan falta para continuar, lo que puede derivar en algún incidente desagradable.

Hay mucha tensión y ni siquiera las manos mágicas de Paco de Lucía bastan para rebajarla. La noche del 14 de mayo será de euforia flamenca para unos y de fados tristes para otros.

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