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tribuna
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El Congreso de Europa. La Haya, 1948

Aquel encuentro, celebrado hace 75 años, sentó las bases del fructífero proceso de integración continental que seguiría en los años posteriores

Mono Negative
Sesión inaugural del Congreso de Europa, celebrado en La Haya el 8 de mayo de 1948.Cordon press
Enrique Moradiellos

El europeísmo, entendido como el movimiento sociopolítico comprometido con la integración de los Estados continentales en un marco superior de cooperación e interdependencia mutua, es uno de los fenómenos históricos más fértiles de la historia del siglo XX. Aunque tuvo su germen tras la experiencia atroz de la I Guerra Mundial, hubo que esperar hasta mediados de 1945, tras el final de la II Guerra Mundial, para emprender el proceso de integración sobre el legado aterrador de destrucciones y muertes en masa a una escala sin precedentes (no menos de 30 millones de europeos del total de más de 60 millones de víctimas). Empezó en un contexto crítico no solo por esa devastación humana y material, sino porque tras la costosa victoria de la Gran Alianza anglo-ruso-americana contra el Eje germano-italo-nipón, esa coalición comenzó a desintegrarse por la rivalidad entre las dos superpotencias surgidas del conflicto, Estados Unidos y la Unión Soviética: la Guerra Fría.

La precipitada evolución de tensión entre los bloques occidental y oriental permitió al movimiento europeísta iniciar su tarea alentado así por dos factores complementarios. Por un lado, el deseo de evitar la recurrencia de los tres demonios causantes de la trágica historia europea precedente: otra nueva guerra brutal entre países europeos, los regímenes totalitarios destructores de los derechos humanos y la desigualdad social extrema que había sido caldo de cultivo propicio de los otros fenómenos. Por otro lado, el recurso al apoyo de EE UU a la reconstrucción europea según modelos de coordinación supranacional y federalizante, único modo de reforzar la capacidad sociopolítica, económica y militar de unos países arrasados y demasiado pequeños para hacer frente por separado al desafío del imperio soviético en las fronteras centro-orientales del continente.

En ese contexto de devastación material y tensiones bipolares, el recién creado Comité de Coordinación Internacional de los Movimientos por la Unidad de Europa consiguió reunir en la ciudad holandesa de La Haya el llamado Congreso de Europa, entre los días 7 y 10 de mayo de 1948. La ciudad era entonces vivo reflejo de la situación posbélica europea. Situada en la costa del mar del Norte, frente a Gran Bretaña, estaba habitada por medio millón de personas todavía traumatizadas por la experiencia de la brutal ocupación alemana (con la eliminación de más de 10.000 judíos allí asentados durante siglos) y tenía gran parte de su trama urbana devastada por los combates aéreos y artilleros del año 1944 y hasta su liberación, en mayo de 1945. Pese a las dificultades logísticas, acogió a un nutrido grupo de participantes (más de 750 en sus diversas sesiones, procedentes de 18 países europeos) que se reunieron en el venerable edificio gótico del Ridderzaal (Sala de Caballeros).

En atención a su reputación como estadista y su personal contribución a la victoria aliada sobre el Eje, Winston Churchill dictó el discurso inaugural en presencia de la entonces princesa Juliana de Holanda, acompañado en el estrado por el ex primer ministro francés Paul Ramadier (presidente de la Comisión Política del Congreso). Estaban igualmente presentes el belga Paul van Zeeland (presidente de la Comisión Económica y Social y ex primer ministro de su país) y el español Salvador de Madariaga (presidente de la Comisión Cultural del Congreso y recién elegido presidente de la Internacional Liberal).

Apenas cabe duda sobre la importancia de aquella magna asamblea que acogía por primera vez a figuras europeas tan diferentes en nacionalidad, oficio, ideologías (democristianos, liberales, socialistas) y estrategias (desde federalistas puros a intergubermentalistas pragmáticos). Pero todos tan conscientes de los horrores pasados y tan decididos a legar un porvenir mejor para sus hijos. De hecho, como escribió uno de los asistentes al evento, el historiador suizo Denis de Rougemont: “Todo empezó en La Haya”. Allí se gestó la constitución del Consejo de Europa, finalmente creado en mayo de 1949, con la inicial participación de 10 Estados (Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Irlanda, Italia, Dinamarca, Noruega y Suecia), como asamblea parlamentaria de vocación continental comprometida con la defensa de la democracia política y las libertades civiles. De su seno saldrá precisamente apenas un año después el Convenio Europeo de Derechos Humanos, que tan decisiva influencia habría de tener gracias a los pronunciamientos de su correspondiente Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Y el poderoso aliento de La Haya fue igualmente perceptible en el proceso que daría origen a la declaración de Robert Schuman de 1950, que promovió la materialización del proyecto de Jean Monnet para constituir la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA) en 1951, virtual prefacio para la constitución en 1957 de la Comunidad Económica Europea. Buena prueba de la importancia del Congreso de La Haya es el tenor del Mensaje a los europeos aprobado en la conferencia de clausura, cuya vigente actualidad apenas admite dudas 75 años después y refrenda el papel fundacional de aquella asamblea en el fructífero proceso de integración continental:

“Europa está amenazada. Europa está dividida y la mayor amenaza viene de sus divisiones. Empobrecida, sobrecargada con barreras que impiden la circulación de bienes, pero que ya no pueden protegerla, nuestra Europa desunida se encamina a su fin. Ninguno de nuestros países puede aspirar por sí solo a una defensa seria de su independencia. Ninguno de nuestros países puede resolver por sí solo los problemas que le plantea la economía moderna. A falta de una unión libremente consentida, nuestra anarquía presente nos expondrá mañana a la unificación forzosa, bien sea por la intervención de un imperio de fuera, bien sea por la usurpación de un partido de dentro. Ha llegado la hora de emprender una acción a la medida del peligro”.

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