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Columna
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Varsovia no puede dirigir Europa

Además de sus reformas iliberales para controlar el poder judicial, del Gobierno polaco son inquietantes tanto sus ideas sobre la soberanía nacional como sus resquemores antieuropeos y antialemanes

El presidente de Polonia, durante la celebración de la Constitución del 3 de mayo.
El presidente de Polonia, durante la celebración de la Constitución del 3 de mayo.Pawel Supernak (EFE)
Lluís Bassets

Como efecto de la guerra, se ha desplazado el centro de gravedad del continente. Está conformándose un bloque báltico liderado por Polonia, junto a Finlandia, Letonia, Estonia y Lituania, los países que más han sufrido el expansionismo ruso a lo largo de la historia. Gozaron brevemente de la independencia entre las dos contiendas mundiales y solo se liberaron del yugo a partir de 1989 con el hundimiento soviético. Para ellos, a diferencia de los otros socios de la UE, Rusia es una amenaza existencial, permanente y directa.

Finlandia libró dos guerras y perdió además parte de su territorio, pero mantuvo un independencia limitada por un régimen de vigilancia como el que Putin quería para Ucrania. El primer zarpazo lo sufrieron en 1939 cuando Alemania y la Unión Soviética se las repartieron como un pastel en el pacto de no agresión firmado por sus ministros de Exteriores, Ribbentrop y Molotov. Fueron invadidas, empezó la guerra y, a excepción de Finlandia, desaparecieron del mapa. Aliados y soviéticos repitieron la jugada en las cumbres de Yalta y Potsdam en 1945, y quedaron otra vez atrapadas bajo el área soviética.

La OTAN nunca ha sido el problema, sino la tabla de salvación. De ahí las prisas de Finlandia para incorporarse, como Polonia en 1999 y las bálticas en 2004. Putin añora aquellos viejos e infames pactos y quienes los sufrieron los temen como si estuvieran vivos. Como ahora a Ucrania, nadie les podía negar las máximas garantías para no perder de nuevo la libertad, la independencia y la vida de muchos ciudadanos.

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No es extraño que sus gobiernos, extremadamente inclinados ahora hacia la derecha, sean los más afectados por la invasión. Se entienden sus acerbas críticas a quienes comprenden a Putin, mantienen la ambigüedad y la equidistancia o pretenden obtener ventajas de la guerra, como China y otras potencias del Sur Global.

Nada que objetar, si no fuera por el actual Gobierno de Polonia, el país con mayor peso demográfico, político e incluso militar de todos ellos. Además de sus reformas iliberales para controlar el poder judicial, son inquietantes tanto sus ideas sobre la soberanía nacional como sus resquemores antieuropeos y antialemanes. Su Europa es thatcheriana, hostil a Bruselas, orgullosa de unas raíces que reivindica solo como cristianas, más autoritaria que pluralista y más próxima al reaccionarismo nacionalista de Putin que al federalismo de la unión cada vez más estrecha entre los europeos contemplada por el Tratado de Roma.

Si son legítimas las demandas de seguridad e imprescindible la solidaridad con Ucrania, merecen todas las cautelas sus pretensiones de liderazgo en un momento de desentendimiento entre París y Berlín. Y más si empujan hacia una peligrosa polarización global entre un bloque transatlántico dirigido por Estados Unidos y otro euroasiático encabezado por China.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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