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Columna
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La erótica del poder

Francia, como es sabido, no está en estos momentos para el tradicional exhibicionismo de sus élites

El ministro francés de Economía y Finanzas, Bruno Le Maire, en el palacio del Elíseo, en París, el pasado 26 de abril.
El ministro francés de Economía y Finanzas, Bruno Le Maire, en el palacio del Elíseo, en París, el pasado 26 de abril.BERTRAND GUAY (AFP)
Fernando Vallespín

La bronca que se ha montado en Francia por la publicación de una novela del ministro de Economía Bruno Le Maire no es porque pueda tener contenidos eróticos, es, entre otras cosas, porque esos pasajes son malísimos. Que, según cálculos de la prensa francesa, en estos últimos años haya escrito más páginas que un escritor profesional como su amigo Houellebecq me parece secundario. Aunque este ha sido el argumento dominante, ¿a qué se dedica en realidad un ministro si puede permitirse el lujo de producir como el más prolífico de los escribidores? Si tuviera un pequeño ministerio aún se podría entender, ¿pero Economía? Lo raro es que no le hayan acusado de tener a alguna pluma en la sombra, como en su día se dijera de Jacques Attali cuando recibió las acusaciones de plagio. No, creo que la causa última es la distancia sideral que existe entre la erótica del poder y el erotismo verdadero. O, mejor, que pretendan confundirse ambas esferas; que no baste con arroparse con los atributos del poder, encima hay que presumir . Y de formar parte de la República de las Letras.

Francia, como es sabido, no está en estos momentos para el tradicional exhibicionismo de sus élites. Recordemos que el elegante Dominique de Villepin, el mentor de nuestro ministro, compaginaba también la política con la escritura de sesudos tratados de historia, y el propio Macron alardeaba de haberse criado a los pechos del mismísimo filósofo Ricoeur. La causa última que ahora mismo abruma a nuestros vecinos no es la ampliación de la edad de jubilación, es la pérdida creciente de auctoritas de su clase dirigente, algo que empieza a notarse también en el Reino Unido con sus políticos de Oxbridge. Hay una verdadera rebelión de las masas frente a esa minoría que pretende acapararlo todo, a la que ya no le basta el dinero, el poder, el prestigio; encima ahora presume de erotómana. Y, claro, en un país como Francia eso ya cruza todos los límites. Si además lo hacen de forma tan patética como nuestro protagonista, ¿qué menos que se monte esta pendencia?

El trasfondo del mal francés es una crisis de representación. Ese sistema mayoritario a dos vueltas que ofrece tanta estabilidad tiene gato encerrado, al final sale elegido el menos malo. No se opta por quien se desea, sino que se elimina al indeseado, algo que últimamente se ha acentuado cuando Le Pen empezó a convertirse en verdadera alternativa. Por eso hay una mayoría que no compra a Macron el argumento de que ya había anunciado sus medidas sobre la jubilación en su programa electoral, como si fuera elegido por su programa, no por evitarse a la líder de la Agrupación Nacional. Por eso es tan peligrosa la situación, porque la arrogancia de quien ahora ostenta el poder puede revertir la dinámica electoral tradicional y acaben con Le Pen de presidenta. Urge que instauren una VI República, o que sus élites tomen conciencia de que ya no basta con épater les citoyens.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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