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Columna
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Degradación

¿En qué consiste una corrida? No en verónicas de alhelí ni en magníficos pases de pecho, sino en la forma con que la belleza de este animal, al que se le exige casta y nobleza, mediante la violencia, en solo 20 minutos se convierte en un agónico amasijo que sangre

El diestro Fernando Robleño brindaba el martes su toro a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la tradicional Corrida Goyesca del 2 de mayo, en la Plaza de Toros de Las Ventas, en Madrid.
El diestro Fernando Robleño brindaba el martes su toro a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la tradicional Corrida Goyesca del 2 de mayo, en la Plaza de Toros de Las Ventas, en Madrid.Borja Sánchez-Trillo (EFE)
Manuel Vicent

Como quien después de un largo y sudoroso viaje uno llega a casa y se pega una ducha fría para quitarse la suciedad de encima, desde hace ya mucho tiempo, un día al año, por San Isidro, escribo un artículo contra la corrida de toros, por supuesto sin éxito alguno. Incluso entre los taurinos más acérrimos se admite que la fiesta nacional está llamada a desaparecer, más pronto que tarde, por ser económicamente inviable. El público ha dejado de acudir a las plazas. Puede que también se deba a que la sensibilidad de la gente, sobre todo entre los jóvenes, cada vez soporta peor que se le sirva la muerte de un animal como espectáculo. La violencia está en todas partes, pero es muy difícil hallar en este caso un punto de estética bajo tal cúmulo de sangre. Lo más repugnante de la corrida no es tanto la muerte como la previa y humillante degradación a la que se somete al animal más hermoso de la tierra, cuya presencia en el campo es una de las imágenes más bellas que se puede contemplar. Las perrerías comienzan cuando lo meten en un cajón para llevarlo a la plaza. Sacudido por el traqueteo del camión durante varias horas, el toro cruza en plena oscuridad media España hasta que es depositado en los toriles. ¿En qué consiste una corrida? No en verónicas de alhelí ni en magníficos pases de pecho, sino en la forma con que la belleza de este animal, al que se le exige casta y nobleza, mediante la violencia, en solo 20 minutos se convierte en un agónico amasijo que sangre. Lo que queda de la fiesta nacional se lo ha apropiado la derecha castiza como bandera, hasta el punto de convertir la plaza de las Ventas en la feria de San Isidro en un espejo de la España soñada, pero que ya no existe. Lo mismo que sucede en la corrida, sucede en la política. Lo peor es la degradación en que la ha sumido el odio entre los políticos hasta convertirla en un humillante espectáculo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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