La derecha nórdica avanza
La buena gestión de Sanna Marin en Finlandia no consigue frenar el giro conservador de las sociedades escandinavas


La pujanza de determinados mensajes de la ultraderecha, en temas como la inmigración, y las preocupaciones vinculadas a la subida de la inflación —ligada además a la guerra de Ucrania—, donde el partido conservador consiguió dar en la diana con sus críticas al actual Gobierno, han llevado a la formación de Sanna Marin a la tercera posición en las elecciones del domingo en Finlandia. La primera ministra, de 37 años, que mantiene una enorme popularidad dentro y fuera del país, cosechó un buen resultado para los socialdemócratas, ensanchando su base electoral y consiguiendo tres escaños más. Pero ese avance no es suficiente para seguir dirigiendo su país al quedar detrás, en votos y diputados, de dos partidos derechistas, la conservadora Coalición Nacional y el ultra Partido de los Finlandeses. La derrota llevará al partido de Marin a la oposición y conduce a la formación de un Gobierno conservador, probablemente con la entrada de la extrema derecha.
La deuda, la gestión de la inmigración y el euroescepticismo, ideas compartidas en distinto grado por los partidos derechistas de la región, pesan ahora más en las sociedades escandinavas que la cultura del bienestar, el multiculturalismo y la equidad, políticas emblemáticas de la socialdemocracia nórdica. El peso de la extrema derecha, mediante apoyos externos en algunos casos —como ahora en Suecia—, y en otros incluso con participación directa en el Gobierno, está ya normalizado, al igual que ha sucedido en otros países de la UE, gracias a la dispersión del voto y la fragmentación del electorado. En el norte, la derecha radical ha cosechado hasta ahora un poder que, sin embargo, se le sigue escapando en los grandes países del resto del continente —salvo Italia—, y sus posiciones en temas espinosos —inmigración— han llegado a influir poderosamente en la socialdemocracia danesa. Pero ahora la clave es qué significa para Europa, con el calendario electoral que se avecina, que un partido conservador con un mensaje de recorte de gasto gane las elecciones. Y en qué se traduce para la socialdemocracia continental esa preocupación por la pérdida de poder adquisitivo que se detecta con claridad entre los finlandeses.
En sus tres años de Gobierno, Sanna Marin proyectó una potente imagen internacional, no solo por su gestión de la pandemia, el abandono de la neutralidad de su país con su ingreso en la OTAN y su decidida actitud ante Rusia en la guerra, sino también por su juventud y su fortaleza ante los prejuicios y estereotipos de una opinión pública poco habituada a tratar a las mujeres dedicadas a la política con la misma normalidad que a los hombres. La campaña se centró en las políticas económicas más próximas a los ciudadanos: inflación y energía, además del endeudamiento público. Ahí el partido conservador contaba con un potente discurso alternativo, y venció.
Petteri Orpo, de 53 años, líder de la Coalición Nacional, encabezará con casi total seguridad el nuevo Ejecutivo. Y es probable que lo haga en coalición con el Partido de los Finlandeses, una fórmula ya experimentada entre 2015 y 2017 y que ahora se complica por la necesidad de una tercera fuerza para completar la mayoría parlamentaria. Orpo no ha descartado contar con la socialdemocracia para gobernar. La mayor dificultad del actual paisaje partidista, con tres fuerzas muy igualadas en escaños (48, la Coalición Nacional; 46, el Partido de los Finlandeses; 43, el Partido Socialdemócrata), tiene que ver con la radicalización de la extrema derecha, que ha cosechado sus mejores resultados, pero suscita un creciente rechazo en los socialdemócratas por los tintes racistas de su política antiinmigración.
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