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tribuna
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¿Hacia dónde van las relaciones España-China?

Gracias al consenso tácito PSOE-PP y a la ausencia de un debate politizado, el país ha podido mantener una política coherente y estable hacia Pekín, tanto desde el punto de vista práctico como retórico

El presidente del Gobierno Pedro Sánchez y el presidente chino Xi Jinping, durante su reunión en septiembre de 2019 en el Palacio de la Moncloa.
El presidente del Gobierno Pedro Sánchez y el presidente chino Xi Jinping, durante su reunión en septiembre de 2019 en el Palacio de la Moncloa.Uly Martín

Hace 50 años, la España franquista y la China maoísta establecían relaciones diplomáticas. Ninguna lo hacía por especial amistad o interés por la otra: fue un movimiento de realismo político marcado por el giro en política exterior americana de aproximación a China para contener a la Unión Soviética. En Madrid y en Pekín, no importaba tanto la relación bilateral como lo que significaba el otro como pieza de un contexto regional o internacional más grande. A pesar de que la relación entre ambos países es ahora más estrecha, la visión fundamental no ha cambiado: España es importante para China porque es parte de la Unión Europea, y China es importante para España porque es un actor con poder para modificar el sistema internacional, especialmente en un momento de conflicto geopolítico con Washington.

Para Madrid, China nunca ha sido una prioridad estratégica al nivel de la Unión Europea, Estados Unidos, el Norte de África o Latinoamérica. No ha sido un aliado importante o un país donde la diplomacia española haya intentado influir seriamente. China tampoco es una prioridad para los españoles de a pie: Pekín no es Venezuela, Cuba, Israel o Rusia, y el debate sobre ella apenas está politizado, al contrario que en otros países europeos como Alemania, la República Checa o los Bálticos. En décadas de bipartidismo PSOE-PP, ningún Gobierno ha virado hacia una posición halcón o filo-china: España se ha movido en un perfil pragmático y discreto, retóricamente amigable pero marcado por los tempos de la Unión Europea. China ha sido, en las últimas décadas, sobre todo un actor económico interesante para España y un comprador de deuda en un momento crítico. Pero tampoco en el campo económico ha destacado: la segunda potencia económica mundial sigue siendo sólo el octavo destino de las exportaciones españolas. De hecho, si ahora China está ganando peso en el pensamiento de política exterior española no es por lo que pasa dentro de ella, sino por el impacto sistémico que su competición con Estados Unidos puede tener para España y Europa.

Más desconocida que la postura de España hacia China, es la de Pekín hacia Madrid. Pero parten de una premisa similar: España también es un país de segunda fila para China, que considera mucho más importante intentar influir en Alemania, Francia o Bruselas. España en sí misma es poco relevante para China. En cambio, España como Estado miembro de la Unión Europea es más interesante: como apuntaba el embajador chino en España en un reciente artículo, Madrid es considerada una “importante fuerza estabilizadora” en Europa, en un contexto de posturas heterogéneas en la UE sobre cómo lidiar con Pekín. En un momento de ásperas relaciones Europa-China como el actual, un país con una postura no-confrontativa como España ya es algo positivo para Pekín.

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Sin embargo, sería injusto decir que Madrid es un eslabón débil de la UE del que China se puede aprovechar. Al contrario que países como los Bálticos, que ahora han virado a posturas halcones, España en ningún momento participó en iniciativas como el Foro 17+1, que promovía conversaciones con China al margen de la Unión Europea. Tampoco se sumó a la estela de países mediterráneos como Portugal o Italia que decidieron entrar en la Nueva Ruta de la Seda china, el proyecto de influencia geopolítica de Pekín. En votaciones europeas sobre China, España ha seguido a la mayoría, al contrario que Estados miembros como Hungría o Grecia. A diferencia de países que se han aproximado a China, España se ha mantenido dentro de la ortodoxia de las instituciones europeas y ha defendido la alianza atlántica con Estados Unidos. España, gracias al consenso tácito PSOE-PP y a la ausencia de un debate politizado, ha podido mantener una política coherente y estable hacia China, tanto desde el punto de vista práctico de seguir el marco europeo, como desde el punto de vista retórico de evitar estridencias o choques públicos con Pekín.

Si uno quiere entender hacia dónde van las relaciones España-China, debe observar el rumbo de las relaciones Europa-China. Madrid puede parecer más suave en el plano retórico, pero, en el práctico, ya ha integrado el nuevo escepticismo moderado de Europa hacia Pekín, que ve a China no sólo como un socio de cooperación, sino también como un competidor económico y un rival sistémico. Que España pueda mantener su política exterior actual dependerá, fundamentalmente, de cómo maniobre tácticamente la Unión Europea frente al choque geopolítico entre Washington y Pekín. Madrid podría participar en la definición de esta estrategia. El primer paso, sin embargo, sería que España se interesara realmente por China y se dotara de una base experta sólida sobre la que fundamentar sus decisiones. Pese a que seguir el rumbo europeo ya es positivo, poder contribuir a definirlo sería todavía más provechoso.

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