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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Montañas sin nieve

Las proyecciones científicas sobre los efectos del cambio climático exigen cambiar los planes de explotación turística

Glaciar de Monte Perdido, en el parque nacional de Ordesa y Monte Perdido (Huesca).
Glaciar de Monte Perdido, en el parque nacional de Ordesa y Monte Perdido (Huesca).Greenpeace Handout/ Pablo Blázquez
El País

La percepción intuitiva del cambio climático se extiende de forma cada vez más invasiva y los ejemplos se multiplican en la experiencia cotidiana: la temporada de nieve ha sido este año catastrófica, no por falta de afición o de público, sino de nieve. Según las proyecciones del Observatorio Pirenaico del Cambio Climático, hacia 2050 se prevé un descenso del 50% del espesor del manto nival entre los 1.800 y los 2.200 metros, que es donde suelen ubicarse la mayoría de las estaciones de esquí, y sin que ese horizonte responda a la perspectiva más pesimista sobre la reducción de emisiones. Las temperaturas aumentarán sin duda y de forma más acusada en los Pirineos, según un acuerdo unánime de los científicos.

Los ecosistemas de montaña son especialmente sensibles a los efectos del cambio climático, como vienen advirtiendo los expertos, y de manera muy notable en lo que se refiere a la nieve. Eso significa que en función de cómo evolucionen las emisiones de los gases de efecto invernadero en las zonas de montaña, se puede traducir en que parte de las precipitaciones pasen de caer en forma de nieve a hacerlo como lluvia, con nevadas aún más tardías y deshielos más tempranos. Por supuesto, esto no pasa solo en España, situaciones similares se están dando en todo el mundo.

Este escenario obliga a replantear el modelo económico del turismo de montaña. Abandonar el monocultivo de la nieve es hoy una obligación si se quiere mantener una línea turística viable y de futuro. De hecho, una parte del sector lleva tiempo apostando por la desestacionalización del turismo en los valles con estaciones de esquí y por la diversificación de la oferta en las cuatro estaciones. No se trata de cerrar las estaciones, sino de adaptarlas a la nueva realidad climática.

Consideración distinta merecen los nuevos proyectos de ampliación de estaciones que se están planteando. Cataluña ha incorporado una nueva pista en D’Ossau en Baqueira y dos en Boí Taüll; Andorra, otra en Grandvalira; y Aragón, a la ampliación de Cerler, con 23 kilómetros más en Castanesa en el valle de Benasque, pretende añadir el polémico proyecto de unión de las estaciones de Astún, Formigal y Candanchú. Todas estas iniciativas, que buscan legítimamente mantener el negocio de la nieve como una inversión importante para el desarrollo económico, obvian la realidad previamente descrita: que su materia prima, la nieve, va a verse reducida hasta comprometer en unos casos, y hacer inviable en otros, su explotación económica.

La situación se vuelve más incoherente cuando alguno de estos proyectos se intenta financiar con fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la UE, que tienen como objetivo impulsar la economía verde y el turismo sostenible.

Esas inversiones deberían ir destinadas a proyectar, planificar y, en su caso, ejecutar las infraestructuras, programas y medidas que ayuden a convertir la montaña en destinos de turismo con un futuro menos volátil. El objetivo tendría que ser superar la dependencia de la nieve y proponer una oferta turística para todo el año a partir de los recursos existentes y de las proyecciones científicas sobre el futuro inmediato. El coste de oportunidad, en este caso, puede salir muy caro.


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