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tribuna
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La pausa digital ya termina

La fase más disruptiva de la revolución tecnológica está cerca del final y los indicios apuntan a un futuro menos injusto y asfixiante con mejores condiciones laborales

Un modelo de ordenador portátil, durante una demostración con motivo de su lanzamiento en San Francisco.
Un modelo de ordenador portátil, durante una demostración con motivo de su lanzamiento en San Francisco.Jeff Chiu (AP)
Josep M. Colomer

Probablemente, estamos cerca del final de la fase más disruptiva de la revolución digital. Los cambios económicos y sociales acumulados durante las últimas décadas son comparables, por su magnitud relativa, a los de la revolución agraria del Neolítico y la revolución industrial moderna. Pero se están ralentizando. Aparece en el horizonte un posible nuevo paisaje con una prosperidad más ampliamente distribuida.

La señal más clara del fin de un periodo con enormes beneficios de las grandes tecnológicas es la oleada de despidos de las últimas semanas. Decenas de miles de personas han sido despedidas de Google, Microsoft, Amazon, Twitter, Facebook y otras empresas. Los ingresos del año pasado fueron mucho menores que los anteriores. Los proyectos desaforados para cambiar el mundo, como los viajes espaciales, los drones de reparto, el Metaverso o los coches sin conductor se dejan discretamente de lado. Los años dorados han pasado.

Mientras tanto, el mercado laboral parece reestructurarse y las tasas de empleo suben. ¿Anuncian estos problemas el final de una “pausa de Engels” con niveles de vida estancados? De ser así, significaría que en un futuro previsible podrían surgir mejores condiciones laborales y niveles medios más altos y mejor distribuidos de bienestar económico.

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Como todo el mundo sabe, la Revolución Digital ha traído consigo pros y contras. A diferencia de sus predecesoras, las revoluciones agraria e industrial, cuyos productos se derivaban directa o indirectamente de la Naturaleza, la Revolución Digital se basa en la información y el conocimiento. Las nuevas tecnologías, como los ordenadores, internet y la Red mundial, han producido dos tipos de consecuencias.

Por un lado, fantásticas ventajas como hacer posible la comunicación instantánea a través del correo electrónico, los smartphones y las redes sociales, la información fácilmente disponible a través de los medios de comunicación digitalizados y la televisión en streaming, o el dinamismo de actividades económicas mediante el comercio electrónico y los servicios profesionales y empresariales en línea.

Por otro lado, las nuevas tecnologías han fomentado la concentración de capital en unas pocas grandes empresas y el surgimiento de nuevos multimillonarios. Muchos puestos de trabajo quedaron obsoletos y el desempleo aumentó temporalmente. El poder adquisitivo de la mayoría de los asalariados se congeló, o incluso disminuyó. Indirectamente, esos cambios tecnológicos y económicos también han fomentado divisiones territoriales y migraciones sin precedentes.

De todos es sabido que, en periodos de innovación tecnológica, paga más el primero que compra un nuevo artilugio cuya producción haya requerido una enorme inversión inicial. Les ha ocurrido desde hace varias décadas a los ansiosos primeros consumidores de nuevas versiones de ordenadores, smartphones y cualquier novedad chic. A medida que la industria se desarrolla, puede reducir los costes de producción, lo que permite bajar los precios al consumidor y aumentar las ventas y los beneficios. Sin embargo, en un cierto momento, solo nuevas invenciones tecnológicas podrían sostener un mayor crecimiento. Es posible que ya estemos en esta fase.

Estos mecanismos y etapas básicos reproducen los de la revolución industrial de hace 200 años. Para los primerizos, una “acumulación primitiva” de capital estuvo enlazada con el sistema colonial, incluida la esclavitud altamente rentable. Después, una revolución tecnológica que sobre todo sustituyó mano de obra generó enormes beneficios empresariales, la aparición de ricos magnates y un aumento de la desigualdad económica.

En Gran Bretaña, en la primera mitad del siglo XIX, la productividad, o producción por trabajador, aumentó y la tasa de beneficios se duplicó, mientras que mucha gente vivía en la abyección y la pobreza. Friedrich Engels, el coautor de Karl Marx, describió cómo se habían estancado los salarios reales de los trabajadores y empeorado sus condiciones de vida en su libro La condición de la clase obrera en Inglaterra, publicado inicialmente en alemán en 1845. Sin embargo, cuando el libro de Engels se publicó en inglés, más de 40 años después, las condiciones ya habían cambiado a mejor. El periodo de sobreexplotación había terminado. Entre 1840 y 1890, los salarios reales se multiplicaron por casi dos y medio, en consonancia con la productividad. Esto llevó al historiador económico Robert C. Allen a etiquetar el periodo anterior como “la pausa de Engels”.

Algunos historiadores económicos han sugerido paralelismos con el periodo más reciente de innovación tecnológica y estancamiento salarial. La Gran Recesión iniciada en 2008 puede verse como el comienzo de otra “pausa” en la que ha decaído la condición de los trabajadores, se ha producido una amplia redistribución de la riqueza y han fracasado formas tradicionales de desarrollo económico y social. Como en el siglo XIX, las relaciones privadas de familia, trabajo y residencia se están transformando en prácticas innovadoras basadas en la comunicación en línea. Sin embargo, la ralentización de las grandes empresas tecnológicas y su discreta revisión de proyectos desenfrenados indican que la pausa digital puede acabar pronto.

Al igual que los beneficios sociales derivados de la difusión de la máquina de vapor, el ferrocarril, la electricidad y la mecanización, también la difusión de los beneficios de la revolución digital conlleva tiempos y ritmos diferentes en distintas partes del mundo. Pero, globalmente, parece vislumbrarse una nueva etapa menos injusta y asfixiante.

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