‘Ley trans’: un BOE valiente
Tras dos años de un calvario prescindible, nos encontramos ante un logro histórico. Me temo que aún nos tocará seguir reivindicando nuestra causa y otras tantas. Pero, a partir de ahora, será un poquito más fácil
Unas uñas pintadas de rosa, azul y blanco sujetan el rostro de Goya. Por si las dudas, el multipremiado Sorogoyen lo aclara: “Es la bandera trans”, “para visibilizar al colectivo más machacado de la historia de la humanidad”.
Y es que hay gestos muy importantes para las gestas. Como cuando Taylor Swift escoge a Laith Ashley para interpretar al chico de sus sueños en su último videoclip. Como cuando Sam Smith cede la palabra a Kim Petras al convertirse en la segunda mujer trans en ganar un Grammy con su dueto Unholy. Son guiños aliados que refuerzan nuestros pequeños grandes logros de visibilidad: Ander Puig, Abril Zamora, Jedet, Daniela Santiago, Lola Rodríguez o Daniela Vega protagonizando series de éxito; Rachel Levine o Petra De Sutter tomando decisiones en los gobiernos de Estados Unidos y Bélgica; Elizabeth Duval o Bibiana Fernández debatiendo en tertulias de gran audiencia; Marina Sáenz, Paul B. Preciado o Juani Bermejo despuntando en las universidades a través del derecho, la filosofía o la computación cuántica…
Por suerte, la lista se va ensanchando. Por desgracia, la notoriedad no es suficiente. A cada paso que damos, algo o alguien nos empuja para atrás y nos recuerda que nuestra existencia es incómoda. Primero en las redes, luego en los discursos y, finalmente, en las calles. Que se lo digan a la familia de Brianna Ghey, una adolescente cuyo cuerpo apuñalado amaneció hace pocos días en un parque del Reino Unido. Y como ella, decenas cada mes, en cualquier parte del mundo, a cualquier hora.
Porque pertenecer a un colectivo vulnerable significa convivir con la ciclotimia. La euforia por un aplauso se interrumpe con el miedo a esa mirada torcida que te sigue de vuelta al portal. La promesa de una ley feliz se enturbia con un conflicto de intereses espurios. La feliz modorra de un domingo se convierte en melancolía cuando abres un álbum de fotos. Pasan las décadas y voy teniendo más claro lo que de veras deseo: el radical derecho a la rutina. No sé si viviré para verlo, pero ojalá que las nuevas generaciones tengan la posibilidad de aburrirse soberanamente. Que se suban al bus pensando en la lista de la compra y no en la mano que aprieta el bolso con la fuerza del racismo. Que les dé pereza ir a clase porque no les gusta madrugar, y no por la ansiedad que provoca el bullying. Que busquen otro trabajo porque les apetece algo más creativo y mejor pagado, no por el sexo de su DNI.
Hace tiempo ya que la ONU y la Unión Europea afirman y defienden que los derechos trans son derechos humanos. Pero el odio boxea con los oídos tapados y los puños cargados de bulos. Siempre lo ha hecho, desde el principio de los tiempos. La diferencia es que ya no nos callamos.
Yo recibí pedradas a los cinco años y abandoné mi casa a los diecisiete. Con menos de veinte ya me había prostituido para comer, había dormido en la calle y había sufrido las palizas de una policía que no quería transitar a la democracia. Echo la vista atrás y corroboro que miles de personas trans tuvimos y tenemos que ser valientes. Trágicamente valientes, dolorosamente valientes, inevitablemente valientes. Y el coraje es agotador, créanme. Una es intensa, volcánica, mitinera, pero también vulnerable.
Por eso ha llegado la hora de que un colectivo tan machacado como el nuestro pueda dibujar un futuro cuyo único propósito es disfrutar de una vida digna.
Mientras me leen, la ley trans está más cerca de ser publicada en el Boletín Oficial del Estado. No será perfecta, pero celebraremos los avances: la autodeterminación de género, la despatologización, la prohibición de las terapias de conversión y un largo etcétera. Será de las mejores del mundo, pero nos tendremos que volver a sentar para hablar más de las personas migrantes, no binarias y menores. Tras dos años de un calvario prescindible, nos encontramos ante un logro histórico del Gobierno de coalición progresista. Una norma que ha sido posible gracias a la determinación de los colectivos trans y LGTBI, a la vuelta a la sensatez de la parte importante del PSOE y, por supuesto, a la mandíbula de acero de nuestra ministra de Igualdad.
La responsabilidad del Gobierno de izquierdas no acaba aquí y no se limita a esta ley. Le pido que no le tiemble ninguna mano al ondear la bandera arcoíris, le aplaudo la subida del salario mínimo y le deseo valor con el consentimiento y la vivienda. Más allá de la política, quiero también aprovechar este rengloncito para pedir a la gente que hagamos un pequeño esfuerzo por convivir sin prejuicios.
La inquina, vaya malgasto energético.
Como decía al principio, me temo que aún nos tocará seguir reivindicando por la nuestra y por tantas otras causas. Pero, a partir de ahora, será un poquito más fácil. Mañana nos pesarán menos los hombros tras la aprobación en el Congreso de los Diputados de unas palabras que llenarán el próximo BOE de nuevos derechos humanos. Entonces podré tumbarme en el sofá para ver alguna de las películas finalistas de los Goya que tengo pendiente. Antes de irme a dormir le dedicaré al Gobierno que otrora cuestioné unos versos del poema Amar la vida, de la canaria Covadonga García Fierro:
Tan valiente tu elección para nosotros.
Tan pleno el universo en su victoria irrevocable.
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