Una pregunta “inocente”: ¿qué es lo mejor para tu tipo de cuerpo?
El cuerpo se ha convertido en una valoración moral y así nos atrevemos a decir tranquilamente que uno u otro es bello, aunque lo bello no es un asunto físico sino que forma parte de una ideología estética
En la pantalla aparece una especie de quesito del Trivial, es un diagrama donde aparecen seis cuerpos de mujer ilustrados con diferentes bikinis, cada uno de un color. En letras mayúsculas aparece escrito AYUNO INTERMITENTE. Y una pregunta ¿cuál es el mejor para tu tipo de cuerpo? Podría hacer swipe y seguir navegando pero antes dedico unos segundos a averiguar qué clase de cuerpo es el mío. Al del bikini rosa le han dibujado un culo muy grande, al del bikini verde unos muslos sobresalientes, uno de los cuerpos tiene barriga y a éste le han cubierto con un bañador azul. Comprendo que no están dibujando cuerpos sino posibles complejos y entonces observo que se trata de una publicidad de un reto de 28 días relacionado con cambiar tu cuerpo dejando de comer. Como se trata de publicidad que me impacta desde mi cuenta de Instagram se supone que he sido elegida especialmente para mí, pues la publicidad no es la misma para todos. A lo mejor es porque soy mujer, a lo mejor porque tengo 43 años, a lo mejor es porque debería dejar de comer para cambiar mi cuerpo.
Poco tiempo después asisto a otro incidente desconcertante. Una mujer me mira fijamente desde un vídeo que no he elegido reproducir en mi teléfono y comienza a hablarme con voz retadora. “¿Creías que no podías adelgazar comiendo carbohidratos?”, pregunta inquisidora. Después, el reel avanza reproduciendo su voz en off mientras una sucesión de alimentos se van tachando con flechas rojas en la pantalla mientras otros se aprueban con tics verdes. De nuevo se trata de un contenido patrocinado. Analizo durante una semana esta clase de impactos y compruebo que recibo decenas de mensajes diarios relacionados con el poder de controlar el cuerpo a través de la comida. Compruebo además que a menudo son usuarias o influencers (usuarias con cientos de miles de seguidores) y no solo marcas quienes patrocinan y distribuyen esta clase de propuestas.
En algún otro momento, buscando información de actualidad en un medio digital en abierto, se me aparece una publicidad que dibuja detalladamente cuatro tipos de barrigas. Son dibujos anatómicos con apariencia científica y esta vez el reto es asociar una dieta a cada tipo de “tripa”. Se trata de publicidad programática, esa que se distribuye al peso por Internet sin apenas control ni seguridad. La encuentro en un medio español pero el medio en cuestión no tiene ninguna relación con el anunciante dado que se limita a comercializar su espacio a un algoritmo. Evidentemente no es lo que llamaríamos una “publicidad segura”, pero en Internet, cuando salimos de los conocidos como “publicadores premium”, una gran parte de la publicidad que nos impacta no lo es. Me pregunto cuántas veces recibo y supero esta clase de mensajes violentos cada día y sospecho que, la mayoría de las veces, no me doy ni cuenta. Todos hemos aprendido a navegar sin mirar, “saltando la basura” primero y más tarde, poco a poco, perdiendo criterio para diferenciar lo que es nocivo de lo que no lo es.
La etiqueta #Pérdidadepeso en TikTok tiene más de 10.000 millones de visitas y solo el 1,4% de los consejos nutricionales son publicados por nutricionistas titulados. Un hecho que impacta de forma decisiva en la salud mental de una audiencia vulnerable (adolescentes) con un riesgo cada vez mayor de padecer un trastorno de alimentación, peligro que se dispara en el caso de las chicas. Con todo, sospecho que la proliferación masiva de esta clase de publicaciones es el reflejo de un abismo donde los trastornos de alimentación representan la punta de un iceberg enorme, invisible y profundo.
De hecho, el control de la vida a través de la comida es una forma muy vieja de control político del cuerpo y eso implica una cantidad de hábitos, de actitudes y de opiniones que influyen decisivamente en la toma de decisiones, en la valoración que hacemos de una persona y finalmente en la enfermedad. El cuerpo se ha convertido en una valoración moral y así nos atrevemos a decir tranquilamente que tal o cual cuerpo es bello, aunque lo bello no es un asunto físico sino que forma parte de una ideología estética. Lo bello, lo enérgico, lo útil son valores de carácter moral, ideológico y no físicos. Y son además valores de control que funcionan con absoluta precisión siempre y cuando se mantengan invisibles a nuestros ojos. Padecemos la enfermedad del control del cuerpo a ciegas, igual que la Grecia clásica no supo ver que estaba enferma de pederastia o muchos estadounidenses del sur no “vieron” el daño que estaba produciendo la esclavitud.
El poder, igual que las religiones, ha controlado a las personas a través de la comida desde siempre. Ya el tercer libro del levítico es una guía detallada —con pulcritud instagramer— de lo que se puede comer y lo que no. En las democracias occidentales, el Estado no prohibe ningún alimento, pero sí nos dice cuánto comer. Y cada vez más qué tipo de alimentos y cómo han de ser dichos alimentos, además de qué es “lo sano”, una clasificación que no está libre del sesgo ideológico y que varía además con el tiempo. De modo que el control alimentario y moral se teje con el triunfo de una política decidida a controlar el cuerpo en todas sus expresiones. Desde la forma en que debe morir pasando por el tiempo de trabajo, la cantidad de tiempo y energía que debemos entregar a la sociedad o la libertad de género. Expresiones de control que se agudizan (y monetizan) siempre que se encuentran con el cuerpo de las mujeres, especialmente en lo que respecta a su poder reproductivo (desde el aborto al vientre de alquiler) y deber ser sexual (desde la prostitución hasta el uso comercial del cuerpo de la mujer una vez convertido en un objeto más).
Así que el Estado controla y el individuo decide controlar. Y cuanto más controlados, mayor es nuestro deseo de control. Dicen que a las mujeres nos importa más nuestro aspecto físico y que por eso tenemos una relación complicada con la comida. Pero me permito añadir que las mujeres recibimos una mayor carga de violencia en el control que se ejerce sobre nuestros cuerpos y por este motivo estamos más necesitadas de tomar el control, de “rebelarnos”. Si vives en una sociedad controladora, el control se convierte en una suerte de ambición para los individuos. Y si vives en una sociedad enferma de control sobre el cuerpo, el ayuno intermitente, el realfooding o la obsesión por un vientre plano pueden llegar a parecer una forma de tomar el mando de tu nave. La situación es compleja y la violencia es grande. No sé si hay mucho que podemos hacer. Yo de momento, cada día antes de dormir le digo unas palabras a mi teléfono: “no creo en ninguna forma de control sobre mi cuerpo”. Dirán que no sirve de nada, pero se equivocan. Dicen que los teléfonos son los únicos que de verdad nos escuchan.
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