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Columna
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Macron nos visita

Europa tiene demasiados retos por delante para que sus políticos tiendan hacia lo gaseoso

Emmanuel Macron, durante la cumbre entre España y Francia el pasado 19 de enero en Barcelona.
Emmanuel Macron, durante la cumbre entre España y Francia el pasado 19 de enero en Barcelona.LUDOVIC MARIN (AFP)
David Trueba

El presidente Emmanuel Macron visitó la semana pasada Barcelona para la cumbre francoespañola. Y aunque estuvo en apariencia física, siempre provoca una leve sensación de evanescencia. Desde que irrumpiera como una cuña en el Gabinete del presidente Hollande, su peripecia política ha sido tan exitosa como poco esclarecedora. De hecho, la pregunta perpetua que se hacen intelectuales y politólogos es siempre la misma: ¿quién demonios es Emmanuel Macron? Para consolidar la duda, se atrevió a soltar entre líneas durante su conversación para este periódico con Javier Cercas una frase que provoca asombro: “No estoy seguro de dedicarme a la política, hago ejercicios democráticos.” Bueno, de entre las millones de cosas que uno le ha escuchado decir a los políticos para evadir el reconocimiento de su oficio, la frase de Macron es antológica. Me temo que Macron confirma una de las grandes verdades sobre las figuras históricas, aquella que dice que sencillamente se trata de personas que ocupan el espacio vacío que los demás dejan desguarnecido en un instante fundamental. En otras palabras, estaban donde se les precisaba mientras el resto se perdía en laberintos inanes. Así los socialistas franceses acabaron por perder su lugar frente a este candidato sin partido que alcanzó la presidencia en un momento de polarización.

Cuentas las crónicas que Macron se quedó para visitar a fondo el museo Picasso de Barcelona, incluso cuando terminó la parte oficial del recorrido. Es ahí, en su vertiente literaria, donde se ha labrado un nombre. Su figura salió muy tocada, sin embargo, de la penosa escena de su bajada al césped tras la final del Mundial. Allí, le dedicó caricias y consuelos al futbolista Mbappé, que acababa de perder la reñida final, hasta lograr irritar a todos los espectadores. Macron fue un plomo, invasivo y narciso, mientras el futbolista daba muestras evidentes de que hubiera agradecido que el político lo dejara en paz y soledad. Es cierto que el presidente Macron había sido importante a la hora de lograr que Mbappé rechazara finalmente la oferta de venirse al Real Madrid. Se entiende que el presidente de la República defienda los intereses publicitarios de su propia liga nacional, pero tampoco se comprende el exceso de personalismo. A veces da la sensación de que los franceses se liberaron de la monarquía para acabar concediendo a su presidente los galones de un rey. Eso lleva a algunos incluso a cierta locura representativa. ¿Se sitúa ahí Macron? ¿En el margen estrecho entre la realidad y la ficción?

El día de su visita a Barcelona, la cumbre entre los dos países que se necesitan pero aplican recetas opuestas, permitió al Gobierno de la Generalitat hacer de la esquizofrenia una bella arte, pues entendió el evento como una oportunidad única para sumarse y boicotearlo al mismo tiempo. En Francia, mientras tanto, se desarrollaba una manifestación masiva para protestar ante el nuevo proyecto de jubilación laboral. En ese cruce se definía el Macron reformista y el Macron escapista. Europa tiene demasiados retos por delante para que sus políticos tiendan hacia lo gaseoso. Se necesita aplomo y, sobre todo, autenticidad. El continente requiere fortaleza. No es la mejor receta contra el desconcierto que muchísimos ciudadanos se planteen ante sus líderes una duda tan incómoda como esta: ¿pero quiénes son realmente estas personas?

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