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Asalto al Congreso en Brasil
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bolsonaro dejó una bomba en los cuarteles; Lula debe desactivarla

Si el nuevo Gobierno de Lula no reacciona para que las fuerzas armadas sean controladas por el poder civil y los oficiales legalistas, los cuarteles serán utilizados para mantener una táctica de desgaste político

Asalto al Congreso en Brasil
Soldados prestan guardia en los alrededores de un campamento de simpatizantes del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, hoy, en el Cuartel General del Ejército, en Brasilia el 29 de diciembre.Andre Borges (EFE)

Tras ser elegido presidente, Lula creó grupos de trabajo para la transición en casi todos los ministerios, excepto en Defensa. A pesar de que el número de académicos en el área creció y se consolidó con la Estrategia Nacional de Defensa que formuló el Gobierno Lula en 2008, el presidente electo prefirió no señalar cambios en el estamento militar y no consideró hablar con uno de sus legados, la comunidad académica de defensa. Eligió a un viejo conocido, José Múcio, un experimentado político de la derecha, para dirigir el Ministerio de Defensa.

Pragmático, el presidente Lula optó por ascender a los nuevos comandantes de las tres fuerzas armadas por antigüedad, pero aun así recibió protestas de los que estaban saliendo del poder. El excomandante de la Marina, almirante Almir Garnier dos Santos, se negó a participar en la ceremonia. La crisis previa a la toma de posesión llevó a que el general Julio César Arruda, nuevo comandante del Ejército, asumiera el cargo antes de la investidura de Lula.

Nunca en la historia reciente de la democracia brasileña un comandante militar se había negado a participar en la ceremonia de traspaso del máximo cargo de la fuerza. Garnier había sido el responsable del improvisado desfile militar de agosto de 2021, cuando se utilizaron vehículos de la Infantería de Marina como presión para que el Congreso aprobara una vieja agenda de Bolsonaro, el regreso del sistema de voto impreso.

En el reglamento militar, el saludo se realiza al poder constituido. En una fuerza armada profesional, se trata de un procedimiento impersonal. El bolsonarismo ha distorsionado el estamento militar dando honor al que defiende al político Bolsonaro a costa de los cánones institucionales, republicanos y democráticos. Una de las posibilidades del liderazgo carismático, nos recuerda Max Weber, es la tensión constante con el orden jurídico racional.

El bolsonarismo ha estimulado un militarismo reactivo. Ha heredado de las generaciones anteriores el anticomunismo feroz, al igual que se ha adaptado en las redes sociales al método de difusión de noticias falsas. Como una especie de nuevo fascismo, se aferra a verdades nunca conocidas y a la exaltación del mito.

El militarismo bolsonarista es autofágico y, como todo militarismo, traspasa los cuarteles hacia la sociedad mientras erosiona El profesionalismo militar. Devora a sus partidarios moderados y a todo lo que se señale como oposición. Durante las elecciones, algunos de los generales del alto mando del Ejército que se inclinaban por asumir el cargo más alto en el gobierno de Lula, fueron llamados sandías (verde por fuera, rojo por dentro) por la militancia de Bolsonaro, una vieja expresión para referirse a los oficiales de izquierda.

Más recientemente, cuando los acampantes bolsonaristas se percataron de que los altos mandos respetaban el resultado electoral, se escribió una andanada de maldiciones en las redes sociales: el Ejército y las Fuerzas Armadas se convirtieron en el techo de cristal del odio bolsonarista, y empezaron a ser llamados con el hashtag Frouxas Armadas (Pusilánimes Armadas). A pesar de las críticas, muchos de estos acampantes permanecieron frente al cuartel.

Por primera vez desde el retorno a la democracia, los mandos militares interpretaron a su antojo como manifestación democrática el movimiento que ocupaba los muros de los cuarteles y que pedía la intervención militar, un eufemismo de golpe de Estado. La connivencia de los mandos estaba relacionada con el perfil de los manifestantes: entre ellos, familiares de militares que apoyaban a Bolsonaro.

La bomba instalada por Bolsonaro sólo podrá ser desactivada por el gobierno de Lula si hay un convencimiento de lo obvio: el profesionalismo debe proteger a la institución y a sus miembros. La aventura de Bolsonaro nos ha llevado a un desgaste de los militares y puede llevar a la fragmentación de las fuerzas. Los acontecimientos del domingo mostraron su grado de destrucción.

Hay ciertos aspectos que el presidente podría tener en cuenta. Dentro de la mentalidad de los oficiales generales legalistas, formar parte del alto mando es el resultado exitoso de una carrera de tres décadas en la que el honor se basa en la subordinación a los poderes constituidos y en la capacidad de contribuir a la institución. La idea de honor y sacrificio encaja con la defensa de las instituciones, de la democracia, del Estado, tal y como se define en el juramento que presta el aspirante al convertirse en oficial. Corresponderá a Lula y a su ministro de Defensa, José Múcio, reorganizar el ministerio con civiles capacitados, elegir oficiales perfil legalista, no sólo para el alto mando, sino también para los comandos estratégicos de cada una de las fuerzas. Si el criterio de antigüedad sirvió para elegir a los comandantes de fuerza, el criterio de mérito debe ser evaluado para los demás, a fin de recuperar la institucionalidad y valorar el profesionalismo.

Si no hay reacción por parte del nuevo Gobierno constituido con el apoyo de los oficiales legalistas, los cuarteles serán utilizados como locus para mantener una táctica de desgaste político del Gobierno. Para los bolsonaristas, será una baza; para la democracia, la derrota más aplastante, una especie de Behemoth, el monstruo bíblico que alimenta la guerra civil, inmortalizado por Thomas Hobbes.

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