Bob Dylan da más de lo que aparenta
En un nuevo libro, el Nobel comenta canciones haciéndolas pasar a través de su imaginario, tan norteamericano, y transformándolas así en letras de un titiritero visionario que podría ser él mismo
Si tienes que llevarle la contraria a Diego A. Manrique, te conviene ir preparado. Lo intento. El documental se titulaba It Was 20 Years Ago Today, conmemoraba los veinte años del Sgt. Peppers y era una reflexión sobre los hippies y el verano del amor. El documental lo pasó Documentos TV y yo lo vi porque básicamente era un niñato repelente. Pero ni idea de quien era aquel viejo barbudo con gruesas gafas y corbata blanca estrafalaria. Aquel tipo con pinta a sabio loco tomaba el vinilo de los Beatles y repasaba una a una las canciones del álbum. No las comentaba como un crítico especializado, sino que en aquellas letras descubría el espíritu de una época. Lo único que entendí, creo, era que la música pop podía ser considerada alta cultura. Y mucho después supe que él era el gritón Allen Ginsberg. El poeta también aparecería en el primer documental de Scorsese sobre Dylan. Allí contaba lo que sintió al escucharle por primera vez. Fue A Hard Rain’s a-Gonna Fall. 1963. A medida que avanzaba la cascada de imágenes —”Vi pistolas y espadas en manos de niños / y será atroz la lluvia que caiga”—, Ginsberg veía cómo la llama de los escritores beat estaba siendo traspasada a una nueva generación.
Al leer Filosofía de la canción moderna he sentido cómo aquel fuego, antiguo y cansado, incendiaba una época. De acuerdo que el Nobel Dylan no da lo que promete en el título, como argumentaba ayer el maestro Manrique. Filosofía de la música, poca. Canción moderna tampoco mucha, ya que la gran mayoría de las canciones que el artista comenta fueron compuestas a mediados del siglo XX. Y no digo que la autoría del volumen no deba ser problematizada. Pero el libro da mucho más porque, en el fondo, es otra cosa. Se parece al ejercicio de Ginsberg con los Beatles: una visión. Diría que en la mayoría de sus páginas se trata de un ensayo autobiográfico para desvelar algo que apenas estaba en su autobiografía y que sí ha visto el dylaniano in chief que es Josep Maria Fradera: “Una larga y luminosa meditación sobre la frustración y la melancolía de la vida en el Midwest de las décadas de 1950 y 1960″. En Crónicas se atisba la histeria nuclear en la que se formó la generación de Dylan, allí estaba la confesión de la incapacidad generacional de comunicarse con los mayores, los padres, los que habían combatido en la Segunda Guerra Mundial. En esa brecha insalvable que abrieron los beat se incrustó la música y, con rabia transgresora, de clase y generacional, el rocanrol. Mostrarlo sin que lo aparente —Dylan es Dylan— es lo que propone el libro.
El Dylan de postrimerías comenta las canciones haciéndolas pasar a través de su imaginario, tan norteamericano, y transformándolas así en letras de un titiritero visionario que podría ser él mismo. “Tienes el alma de un motor atómico, robusta como un buey, hecha de hierro y fuerte como el acero”, leemos en su comentario de Viva las Vegas. Después, en algunas ocasiones, inscribe las canciones en la historia de la música y la cultura de su país para impugnar quienes confunden “la tradición con la caspa” y para descubrir aquello que está oculto en la superficie de la sociedad, la mentira moral disimulada entre la paz de lo tópico. Porque lo que pretende, en último término, es confeccionar un cancionero para homenajear a sus referentes musicales, comprender su tiempo que acaba, retratar de nuevo a los Estados Unidos de los pacatos años cincuenta desde la óptica del artista beat que Ginsberg descubrió en su día. Resuena la voz que incendió su era. No le sigas si no quieres avanzar por ese camino, celebra el nuevo año, olvida las huellas que él escucha en Blue suede shoes de Carl Perkins y que popularizó Elvis Presley: “Esta canción es una advertencia cargada de amenazas, una señal para los intrusos, los fisgones, los gorrones: fuera de mi vista, ocúpate de lo tuyo y, hagas lo que hagas, aléjate de mis zapatos”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.