El misterio de la fuerza de las redes sociales en Brasil
Es importante que el futuro Gobierno de Lula se adapte a las nuevas tecnologías, porque el bolsonarismo digital seguirá vivo y coleando
Desde el viejo Orkut, que revolucionó las comunicaciones en Brasil y llegó hasta a los más pobres, en el manejo de las nuevas tecnologías de los algoritmos de hoy, este país ha sido seguramente uno de los con mayor efervescencia desde el inicio de la nueva era digital. Hasta tal punto que han sido las redes sociales las que han desbaratado hasta la política y colocado a Brasil al borde de una ruptura institucional de extrema derecha.
Y si es cierto que el nuevo tipo de comunicación tecnológica ha sido tan profundo en este país que ha revolucionado la política, quedan pocas dudas de que ese fenómeno seguirá vivo, aunque con un Gobierno, como lo será el de Lula, a los extremos del de Bolsonaro.
Los futuros libros de historia deberán explicar muchas cosas en este campo que hoy es aún difícil de entender e ilustrar. Empecemos por el fenómeno aparecido, a primera vista, de la nada, del excapitán sin historia ni contenido, Jair Bolsonaro y su familia con tres hijos políticos Hace solo cuatro años, eran totalmente desconocidos y han llegado a colocar al país con su Gobierno al borde de una ruptura institucional. Han envenenado a una sociedad con vocación de felicidad, han devuelto los fantasmas de un nuevo golpe militar y dividido salomónicamente al país en dos, enfrentándolo al borde de una guerra civil.
Ya no es ningún secreto que hace cuatro años el entonces desconocido excapitán del Ejército Jair Bolsonaro llegó al poder gracias a la perspicacia de uno de sus hijos, Carlos, un simple concejal del ayuntamiento de Río, al parecer con graves problemas psíquicos, quién tuvo la intuición de usar a tope y con generalidad las redes sociales a favor de la campaña electoral de su padre que mal sabía utilizar un teléfono móvil.
Carlos, considerado la oveja negra de la familia por sus presuntos desequilibrios psíquicos, entendió enseguida una verdad que los propios brasileños ignoraban y es su predisposición innata a la comunicación. La brasileña es una sociedad que coloca su vida, sus sensaciones y sentimientos en manos del primero que se le acerca. Son gentes comunicativas por naturaleza, necesitan contar su vida, exponerla a la luz del día y son ávidos en conocer las entrañas de los otros.
El genio de las nuevas tecnologías de la familia Bolsonaro, visto como un desequilibrado afectivo, pero como un visionario de las nuevas redes de la comunicación, entendió enseguida que su padre solo podría ganar las elecciones si se hacía conocer y amar por la nueva generación digital. Y así fue. De ello no existe hoy duda. Y pasa porque en Brasil ese gusto por la comunicación ha hecho que sea uno de los países del mundo donde la gran masa de pobres, las clases más desfavorecidas económica y culturalmente, han entrado de lleno en la dinámica de las nuevas redes de comunicación. Podrán ser hasta semianalfabetos, pero no sin un celular y sin divertirse con TikTok.
Esta larga introducción es para hacerse una pregunta de algún modo inquietante sobre lo que será capaz de hacer el nuevo Gobierno de centroizquierda del exsindicalista Lula da Silva, que a contramano de un país volcado en lo digital, usa poco el móvil y está lejano de todo el ruido digital que abrigó al gobierno Bolsonaro.
Más aún, no solo Lula personalmente, sino el núcleo duro de lo que será su Gobierno, que deberán ser las figuras históricas del viejo Partido de los Trabajadores (PT), están también a miles de horas de distancia de la efervescencia, de la dinámica y la ambigüedad de las redes sociales que dominaron el Gobierno bolsonarista.
Quizás por ello, el columnista del diario O Globo Pedro Doria ha revelado que el nuevo Gobierno de Lula, consciente del déficit de estrategia digital que lo va a afligir en comparación de lo que fue el de Bolsonaro, ha decidido “copiar las leyes digitales de Europa”. No es una mala idea, aunque tiene un pero, y es que los brasileños no son ni se sienten europeos y entienden de forma muy distinta el mundo de la comunicación. Los brasileños son desparramados, mientras los europeos somos más bien recogidos en nuestro mundo personal.
Recuerdo aún, cuando después de un tiempo aquí en Brasil, volví a la redacción central del periódico en Madrid. Conversando con una compañera a la que expliqué que aquí en Brasil, si te sientas al lado de alguien esperando un autobús o el metro y le das los buenos días, es normal que enseguida empiece a contarte su vida con pelos y señales. Lo necesitan. Son así. La extrema derecha bolsonarista lo intuyó a través del hijo más conflictivo de la familia del presidente e hizo una campaña basada en la comunicación personal a través de las redes de una forma casi familiar, mezclando verdades con mentiras. Daba igual. Si estaba en el celular es porque era verdad y no se discutía.
Dentro de poco estará en el poder en este país el nuevo Gobierno de Lula, en el que a pesar de representar a diez partidos de diferentes ideologías, no me cabe la menor duda que los Ministerios y los puntos clave del poder estarán en manos de las viejas guardias de su partido, el PT, justo las menos habituadas a usar las nuevas tecnologías de la comunicación.
Es importante que hayan empezado a tomar conciencia de ello. Deberán no olvidar sin embargo, que el clan Bolsonaro aún no ha muerto y que seguirá vivo, justamente en las redes, que saben usar como pocos para adoctrinar y confundir. Y las redes hoy, curiosa paradoja, por lo menos aquí en Brasil, están también masivamente en manos de los millones de pobres y hasta de los semianalfabetos. Son gentes que podrán no saber escribir tres líneas, a veces por vergüenza de hacer errores, pero manejan como pocos los celulares para conversar, para pasarse informaciones, verdaderas o falsas, da lo mismo. Si un día para dar fuerza a una noticia, se decía “está en el periódico”, hoy hasta para los menos culturalizados si está en las redes es verdad y punto final.
Más aún, el bolsonarismo ha sido capaz no solo de revalorizar a las redes sociales, sino de contraponerlas a los medios tradicionales de información contra los que, en estos cuatro años, declararon una guerra dura, implacable, hasta con insultos y actos de violencia contra los periodistas.
Dicen que Lula ni tiene celular propio, que cuando lo necesita usa el de los otros. No me lo creo, pero si fuera cierto, mejor sería para la democracia de este país y para no dejarse ser devorado por un bolsonarismo herido, pero no muerto que le regalaran uno, el más moderno y ya. Y eso porque el bolsonarismo digital seguirá vivo y coleando en las redes y buceando en las aguas turbias de las faknews de las que el bolsonarismo no solo es maestro, sino hasta genio.
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