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Columna
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Entre generaciones

Es verdad y es ley de vida que los años y los desengaños arrastran a muchos hacia esa pérdida de velocidad llamada conservadurismo; pero tampoco es cuestión de propasarse con la sal

Dos jóvenes con sus teléfonos móviles en Barcelona.
Dos jóvenes con sus teléfonos móviles en Barcelona.Raquel Maria Carbonell Pagola (LightRocket via Getty Images)

De la famosa y actual batalla entre generaciones.

Se pasa uno la vida siendo joven y así es como finalmente ocurre lo que ocurre, que en el momento menos pensado llega por la espalda una generación de gente aún más joven, de niños de 30 o 40 pidiendo paso, reclamando el sitio por el que ha peleado uno durante décadas. Las preocupaciones vitales de hoy, las más urgentes, ya no son las nuestras de antaño. O quizá sí, pero su comprensión requeriría un cambio de perspectiva, además del manejo de adminículos de fabricación reciente. Nos tocó consumir nuestras energías en otras batallas. Acudimos a ellas provistos de pertrechos teóricos que, mal que nos pese, ya no sirven para comprender, no digamos explicar, un buen número de fenómenos actuales.

Lo último que deseo para mí es la vejez del malhumorado crónico, enemigo del presente; la del que, subido a un péndulo, oscila hacia el extremo opuesto de lo que en otros tiempos defendió y levanta la voz contra los jóvenes de ahora, olvidando el sarpullido que producían en sus mayores las melenas, el punk, las broncas callejeras y otras modas revolucionarias. Es verdad y es ley de vida que los años y los desengaños arrastran a muchos hacia esa pérdida de velocidad llamada conservadurismo; pero tampoco es cuestión de propasarse con la sal. Más estomagante me resulta la figura del viejo pelotillero que todo lo acepta y lo comprende con tal de granjearse el beneplácito de la carne joven, el palmero de cualquier novedad dispuesto a parapetarse con su tos y su andador tras la barricada hecha por otros. Queda, como tercera opción, la postulada por Horacio, fray Luis de León y los pocos sabios que en el mundo han sido. Consiste en retirarse a disfrutar de un último tramo de serenidad, ponerse a buenas con los recuerdos y admitir que la juventud actual tiene derecho a consumar sus errores como nosotros consumamos en su día los nuestros.

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