“No estoy bien”
Molly Russel se suicidó. Tras su muerte, sus padres descubrieron el lado oscuro que había crecido en su móvil y sus redes sociales
El Metaverso llama a nuestra puerta cuando aún somos incapaces de digerir la mutación que las redes sociales han supuesto en nuestras vidas. Vivimos en un intento desesperado de ajustarnos al ritmo que nos marca la tecnología y damos por inevitables algunos efectos indeseables o devastadores. Como Molly Russell. Tenía 14 años cuando el 20 de noviembre de 2017 sus padres la encontraron muerta en su habitación de la residencia familiar en Harrow, al noroeste de Londres. La noche anterior, los Russell habían cenado todos juntos. Vieron un poco la tele y se fueron a dormir. Las fotografías publicadas en la prensa devuelven la imagen de una adolescente de larga melena y ojos expresivos. Molly lideraba el baile de fin de curso, se pirraba por la música de los 5 Seconds of Summer y buscaba en redes como Instagram o Pinterest cuentas sobre moda, joyería o Harry Potter, algunos de sus temas predilectos. Su padre la recuerda como una muchacha alegre y brillante, si bien durante el último año de su vida pasaba algo más de tiempo sola en su habitación. “Solo es una fase”, explicó a sus padres cuando estos le dijeron que estaban preocupados por ella.
Tras su muerte, los Rusell descubrieron el lado oscuro de Molly, que había ido creciendo como una tela de araña en las profundidades de su teléfono móvil. El examen forense realizado por la policía reveló que había visitado y compartido miles de publicaciones e ilustraciones encontradas en Instagram o Pinterest sobre la idea del suicidio, la autolesión y expresiones romantizadas sobre la depresión. “Es un gueto del mundo online”, denunció su padre. “Una vez que caes, el algoritmo hace que no puedas escapar y sigue enviándote más contenido”. Ian Russell, el padre de Molly, ha dedicado los últimos cinco años de su vida a identificar al detalle el mecanismo que llevó a su hija adolescente a una realidad paralela, envolvente y letal.
El pasado 30 de septiembre, un tribunal forense del norte de Londres presidido por el instructor Andrew Walker dictaminó tras examinar el contenido de las cuentas de Molly, escuchar a los padres de la joven, a expertos psicólogos y a responsables de Instagram y Pinterest, que “los efectos negativos del contenido online” contribuyeron al suicidio de la adolescente. “Cuando Molly visitaba esas cuentas, algunas de ellas no eran seguras, ya que permitían que niños de 14 años pudieran acceder a contenido para adultos”, estableció el coronel Walker en referencia a decenas de imágenes de suicidios y autolesiones. Un material “perturbador y angustioso” que quitó el sueño a Navin Venugopal, la psiquiatra infantil que testificó durante la vista, según ella ante el tribunal.
El dictamen del tribunal forense de Londres tiene una dimensión histórica y obliga a las plataformas a reforzar los medios que dedican a la moderación y supresión de contenidos sensibles. Actualmente, las búsquedas en Instagram de determinados términos como “suicidio”, “morir”, “depresión” u otros relacionados desembocan en una ventana de alerta que ofrece ayuda al usuario. Proliferan las publicaciones terapéuticas y positivas. Todas no son así. Una investigación de The Guardian revela que, tras el veredicto sobre Molly, han vuelto a Instagram las imágenes de autolesiones. Una búsqueda simple en otros idiomas, como el castellano, permite encontrar reflexiones, fotografías y dibujos sobre la infelicidad irremediable y las ganas de morir. Como defiende el padre de Molly sin regulación adecuada y una formación específica en los entornos familiares será tarea imposible acabar con ese lado oscuro tan seductor durante la adolescencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.