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Venezuela
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Venezuela: ¿la hora de Perla Huerta?

En la masiva migración venezolana hacia América Latina, el grueso de los 6,8 millones se encuentra en países del “sur global”. El tratamiento que los medios y la atención internacional ha sido muy distinto, por cierto, al de refugiados marchando hacia países del norte global

Diego García-Sayan
Dos fotografías de Perla Huerta, acusada de reclutar a 48 migrantes en Texas para mandarlos a Martha's Vineyard en vuelos ordenados por el gobernador de Florida
Dos fotografías de Perla Huerta, acusada de reclutar a 48 migrantes en Texas para mandarlos a Martha's Vineyard en vuelos ordenados por el gobernador de Florida.RR. SS.

La escena tenía algo de surrealista. Tal como la narró The New York Times la semana pasada, una estadounidense, llamada Perla Huerta, ocupaba el centro de la escena como reclutadora de inmigrantes venezolanos para usarlos en un juego político dantesco. Ella no es una simple entusiasta en Texas del Partido Republicano. Había sido agente de contrainteligencia en el Ejército estadounidense durante 20 años y como tal había operado en tierras calientes como Irak y Afganistán.

Con toda esa experiencia, se desempeña ahora como activa e icónica reclutadora de inmigrantes venezolanos desde Texas para usarlos en un juego político dantesco. En esos días, al menos, era la persona que organizaba y dirigía a venezolanos buscadores de asilo para montarlo en vuelos privados, fletados por republicanos adinerados, para trasladarlos a otros puntos del país para fastidiar a los demócratas. Como si se tratase de ganado, poniéndolos, sin consultarles, en vuelos hacia Massachusetts (“Marthas Vineyard”) o a otros destinos de hegemonía demócrata como Nueva York o Washington.

Sin embargo, esta no es sino la punta del iceberg de lo que viene ocurriendo con la emigración venezolana y su complejo telón de fondo. Condiciones difíciles en su país de origen han llevado a más de 6,8 millones a salir de su país frente a lo cual la comunidad internacional se ha mantenido básicamente pasiva frente a este proceso migratorio que es, de lejos, el mayor en la historia latinoamericana.

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En la masiva, pero asordinada, emigración venezolana de los últimos cinco-seis años hacia América Latina, el grueso de los 6,8 millones se encuentra en países del “sur global”. Solo en Colombia más de dos millones o en Perú, más de 1,5 millones. El tratamiento que los medios y la atención internacional ha sido muy distinto, por cierto, al de refugiados marchando hacia países del norte global.

El caso, por ejemplo, el caso de la poderosa Alemania, que ha recibido más refugiados/asilados, de distintos orígenes. De acuerdo a la información de ACNUR, hay 1,24 millones de refugiados en tierras teutonas, dentro de los cuales cerca de la mitad serían de Siria (mucho menos de la cantidad de venezolanos en Colombia o Perú). El ruido que este flujo hacia Alemania desde hace años y el drama de quienes huyen hacia ese país y otros europeos desde la conflagrada Siria, no pasa desapercibido para los medios ni para Europa en su conjunto; son “todo un tema”.

En la emigración venezolana algo está cambiando y se dan condiciones que deberían ameritar dejar de lado la relativa indiferencia con la que el mundo la ha venido mirando, desde lejos. Hay tres asuntos capitales a destacar, dentro de lo cual la guerra en Ucrania no ha hecho sino hacer más difíciles las posibilidades de obtener recursos internacionales para tratar esta emergencia humanitaria.

Primero, el dato de los últimos meses de un flujo de emigrantes/refugiados de origen venezolano que ha empezado a dirigirse por tierra a la frontera de EE UU en Texas. Fenómeno nuevo y reciente. En el último lustro menos de 100 inmigrantes venezolanos anuales eran detectados por intentar ingresar ilegalmente por la frontera sur. Esto cambió: en el último año lo han hecho -o pretendido hacer- más de 150.000. Más noticias y artículos sobre la inmigración venezolana han aparecido en los últimos meses, en The New York Times y otros medios estadounidenses, que en los últimos dos años.

El empeoramiento de las condiciones económicas en países usuales de destino, Colombia, Perú o Ecuador, por el impacto de la covid-19 y la crisis internacional ha volcado las miradas hacia tierras estadounidenses, pese a los extraordinariamente peligrosos trayectos por tierra a través de zonas como el Tapón del Darién.

Cuando Blinken visitó tres países sudamericanos la semana pasada y participó en la Asamblea General de la OEA en Lima, el tema de la migración venezolana -ya convertido en asunto de política interna- mereció, por primera vez, atención prioritaria de la Casa Blanca. Se ha conocido en estos días que el Gobierno de Biden afina planes para dar un permiso condicional humanitario en suelo estadounidense a 24.000 venezolanos que tengan patrocinadores financieros, siguiendo política semejante a la ya otorgada a ucranianos. El número que se recibiría es pequeño (se podría aumentar nos dicen). Esta medida no tendría ninguna relevancia si en paralelo EE UU no destinará recursos importantes a los países latinoamericanos en donde ya están cerca de siete millones de personas. Hay señales positivas que se espera se traduzcan en definiciones concretas y sostenidas.

Segundo, los tres millones de barriles de petróleo diarios; otro crucial y gravitante asunto para los EE UU que lleva a ponerle atención a Venezuela. Las conversaciones que, vox populi, siguen produciéndose entre Washington y Caracas para ese efecto son muy importantes. De hecho, de llegar a buen puerto podrían repercutir en cambios en el acelerado deterioro de las condiciones de vida de la población. Ello en la medida en que en la gestión interna del país se superen las prevalecientes condiciones de ineficiencia y corrupción. Yendo a “la fuente”, pues, se podría reducir la necesidad para muchos de emigrar.

Tercero, los pasos que viene dando en Venezuela el Fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) para hacer indagaciones ante los alegados crímenes de lesa humanidad en ese país. Es una dinámica relativamente reciente y que puede tener efectos ambivalentes sobre las condiciones del país. Porque si bien, a primera vista, las indagaciones podrían anunciar un panorama de más tensión y confrontación, podría ser una oportunidad que es de desear no se desaproveche. Oportunidad, pues, para una salida constructiva conversada que ponga en marcha la institucionalidad esencial y que le pueda mostrar a la comunidad internacional que hay una institucionalidad judicial que funciona y que es capaz de lidiar y procesar alegadas violaciones graves de derechos humanos.

Situación, pues, compleja y llena de claroscuros en la que todo parecería pasar por una combinación de respuestas: entre la canalización de más recursos internacionales para los países sudamericanos que ya han absorbido a millones de venezolanos, negociaciones bilaterales fructíferas entre EE UU y Venezuela y un marco interno -aunque sea parcial y gradual- de institucionalización en tierras bolivarianas. Todo esto, combinado, podría hacer de alguien como Perla Huerta, alguien prescindible y sin función.

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