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Tribuna
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¿Qué es eso de “literatura electrónica”?

La integración con nuestros dispositivos digitales también se está dando en la creación literaria, donde nuevas y provocadoras formas de lectura e interacción surgen al margen del mundo impreso

Una niña lee en una tableta digital.
Una niña lee en una tableta digital.SAMUEL SÁNCHEZ

Nos encontramos en un momento posdigital, esto es, de integración con nuestros dispositivos y artefactos conectados sin vestigio ya de perplejidades en su momento inicial de revolución tecnológica. Quedó atrás la ansiedad producida por la presencia del libro electrónico que se auguraba acabaría con el libro impreso, conviviendo en la actualidad ambas tecnologías y, de hecho, manteniendo el papel su estatus dominante (apenas un 5% de la venta de libros corresponde al formato electrónico). La tecnología de la imprenta sigue imponiéndose, contradiciendo de algún modo la integración cibernética en nuestro día a día, una cotidianidad invadida de apps, tiktoks y memes. En la intersección de dicha discordancia se encuentra acaso la llamada, entre otras acepciones, “literatura electrónica”, es decir, literatura creada sobre la base de recursos digitales y paradigitales, y que a pesar de su espléndida presencia en internet sigue sorprendentemente al margen de la producción cultural hegemónica. Como en el caso de las publicaciones en papel, los festivales, certámenes y concursos literarios se reproducen y expanden sin que se incluyan literaturas construidas y experimentadas a través de los mismos medios electrónicos que manejamos de forma “natural” y cotidiana. Paradójicamente, estudiantes de cualquier punto del planeta se extasían ante un producto literario electrónico, con el que sienten una afinidad infinitamente mayor que con un soneto del más elocuente poeta del Siglo de Oro.

Las razones para dicha desconexión, especulo que van más allá de los intereses de la lucrativa industria editorial, activándose ansiedades de un colectivo asentado firmemente sobre la tecnología del libro como transmisor del conocimiento, una tecnología relativamente reciente, por cierto, y de menor duración y éxito que la del papiro o pergamino en su momento. Así que, en principio, no debería ser obstáculo atender a nuevas formas de experimentar la literatura en función de nuestro momento de integración posdigital, sea en formato de hipertexto (historias/poemas creados y experimentados a base de enlaces electrónicos), narrativa en soporte de videojuego o Twine, poesía cinética (a la manera de los caligramas, ahora en movimiento), o formas multimodales de acceder a un texto literario: escritura generativa, realidad aumentada, realidad virtual, poemas CAPTCHA, robopoem@s, etcétera.

En la genealogía de la literatura electrónica encontramos propuestas predigitales en textos como Rayuela, en el que el autor, Julio Cortázar, propone la aventura “interactiva” que invita a permutaciones de lectura. También la poesía concreta o los caligramas podrían considerarse un estadio predigital de visualización de un texto que las nuevas tecnologías permiten mover y maniobrar. Otras permutaciones aleatorias no computacionales se rastrean en creaciones de la Península como las del portugués E. M. de Melo e Castro en los años sesenta y setenta, extendible a los trabajos pioneros ciberliterarios de Pedro Barbosa. En los años ochenta, el uruguayo Luis Bravo construyó trabajos poéticos en formato de CD. Más recientemente, ya integrados los medios computacionales en intersección con la literatura, destacan las creaciones de María Mencía o de Belén Gache.

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No es cuestión de hacer defensa y reflexión retroactiva de propuestas multimodales literarias, sino de constatar una realidad supeditada al statu quo editorial moderno, y al férreo puño del canon sobre el mismo. La literatura como formato interactivo ha existido desde siempre, e incluso podría considerarse la oralidad, primera forma de transmisión cultural y literaria, como el soporte primigenio de interacción susceptible de autoridad múltiple, al modo de trabajos contemporáneos que invitan a intervenir el texto, poema o artefacto digital. Otro apunte posible histórico se encuentra en el Sutra del diamante, considerada primerísima muestra de libro impreso conservado, (868 después de Cristo, o sea, más de quinientos años antes de la imprenta de Gutenberg), a modo de texto multimedia que incorpora arte y literatura, e incluso opciones de interacción e intervención: en un breve espacio de tiempo se inscribieron 800 comentarios sobre ese mismo texto, una recepción envidiable para cualquier persona activa en las redes sociales.

La intersección entre literatura y tecnología electrónica implica retos, pero también hallazgos y provocadoras —y hasta necesarias— opciones de lectura e interacción. Resultan necesarias porque nuestra manera de interactuar en el nuevo milenio se produce en gran medida a través de dispositivos y apoyos tecnológicos que asimismo hacen reconsiderar nuestras relaciones sociales y condición misma humana. La ansiedad que provocan esas nuevas configuraciones, debido quizás a la celeridad con que se están manifestando, existe en consonancia con cambios profundos en la manera de pensarnos y pensar nuestro entorno. Se trata acaso de un momento existencial que expone y reivindica realidades que habían sido limitadas o excluidas por el canon y su principal mecanismo de construcción y difusión: la imprenta. Con las nuevas tecnologías y la sociedad de la información empiezan a reconsiderarse dicha construcción e interfaz, diluyendo, con cada vez mayor rotundidad, los principios binarios que la sustentan: hombre-mujer, autor/a-lector/a, papel-dígito. Acaso con la integración de estos procesos podamos llegar a una forma de ver y relacionarnos definitivamente más amplia, coherente e inclusiva. ¿Qué es eso de literatura electrónica? La literatura electrónica es la instancia inevitable de transmisión y comunicación de una nueva conciencia, en el nuevo milenio.

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