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columna
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Vidas inteligibles para gente común

Con el fallecimiento de Isabel II y de Gorbachov, irrumpen los tiempos largos de la historia en plena época de la instantaneidad

Isabel II y Mijaíl Gorbachov, durante una visita del líder soviético al Reino Unido.
Isabel II y Mijaíl Gorbachov, durante una visita del líder soviético al Reino Unido.ANDRE DE WET (AFP)
Lluís Bassets

El café instantáneo y soluble de la actualidad apenas permite acercarnos a la realidad del mundo con una perspectiva que supere el ciclo de 24 horas. El nerviosismo patológico de las redes sociales ha agravado la enfermedad de la desmemoria y la descontextualización que está convirtiendo a los humanos en seres sin pasado y ajenos a la historia.

Recordar y conocer los sucesos del tiempo transcurrido para orientarse en el presente y construir el futuro se hace cada vez más difícil, no tan solo por el presentismo y la volatilidad de la cultura mediática, sino porque son muchas las resurgencias historicistas que brotan de las fuentes tóxicas y contaminadas del poder, alrededor de añorantes mitologías imperiales para justificar agresiones militares o asaltos a la democracia.

Las noticias falsas, no tan solo sobre el presente, sino también sobre el pasado, sustituyen así a la divulgación y a la reflexión históricas. La voluntad disruptiva de los populismos de derechas y de izquierdas, apoyados en narraciones mitológicas e historietas manipuladas, rompe así con la idea del tiempo largo del devenir histórico.

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No es un problema académico, ni siquiera estrictamente intelectual a resolver en los debates entre historiadores. Es una cuestión que pertenece a la época del cortoplacismo político, el oportunismo y la demagogia electorales, y la búsqueda de los máximos beneficios económicos inmediatos. El cambio climático, el retroceso de la democracia liberal o las crisis energética y alimentaria echan sus raíces más profundas en la enfermedad del tiempo corto e inmediato.

De ahí la sorpresa que nos asalta a todos cuando de pronto nos vemos compartiendo con amplísimos públicos una visión algo más larga de la historia que nos permite acercarnos e incluso comprender mejor los avatares de nuestra vida presente. Esto acaba de suceder, y por partida doble, con el fallecimiento de Mijaíl Gorbachov y de Isabel II, ambos vinculados al declive de sendos imperios, el ruso y el británico, y a dos potentes ideas políticas tan transcendentes como el comunismo soviético y la monarquía parlamentaria.

La muerte fija definitivamente el balance de una vida y permite recoger e interpretar el legado del difunto. Respecto al balance, hay casi unanimidad alrededor del último presidente soviético y de la última reina de Inglaterra. No puede haber legado, en cambio, que no sea objeto de debate, aunque está claro que en el caso de Gorbachov es la impugnación entera de la violenta Rusia de Putin y, en el de Isabel II, la estabilidad y la popularidad de la monarquía británica.

Walter Bagehot, en su libro La Constitución inglesa, cifró el valor de la monarquía en su inteligibilidad por parte de la gente común, una fórmula que no vale tan solo para Isabel II sino también para el desmontaje del comunismo soviético protagonizado por Gorbachov, que le valió el reconocimiento de tantos demócratas y la inquina de tantos autoritarios.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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