Treinta años después de 1992
Los JJ OO de Barcelona permanecen como referencia de acuerdo político, gestión honesta y proyecto transformador
Hoy se cumplen treinta años de la clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona. El evento ha merecido celebraciones públicas y parabienes mediáticos con razones poderosas que van mucho más allá de la nostalgia: se colocaron entonces y permanecen hoy como una poderosa referencia de cohesión social, proyecto transformador, hito colectivo y simbolismo constructivo.
Sus connotaciones menos halagüeñas han sido un cierto exceso de complacencia o la posterior desembocadura de la sociedad civil que los generó, barcelonesa y catalana, en una fase endogámica de reflujo sobre los valores que encarnaba el mismo 92. Pero ni siquiera incorporándolas al balance global impiden que esa celebración —muy bien flanqueada por la coetánea Exposición Internacional de Sevilla— se haya convertido, más allá de su significación deportiva, en piedra angular en lo político, psicológico e infraestructural, de la España democrática. La imagen de modernidad de una ciudad y un país fraguada entonces consolidó a Barcelona y a España como polos de atracción en un mapamundi que pugnaba —y aún batalla— por abolir fronteras.
En efecto, la candidatura a los JJ OO se presentó muy poco después del fallido intento de golpe de Estado de 1981, tributaria de una aportación doble: a la trayectoria deportiva y cosmopolita de Barcelona y como contribución al asentamiento democrático de España en clave internacional. El secreto de su éxito se basó en la capacidad de suscitar acuerdos, muchas veces entusiastas, a distintos niveles y sin recelos, al menos visibles, a varios niveles: entre la ciudad y su entorno metropolitano, con la nación histórica de la que es capital (Cataluña) y con la nación de naciones (España) que contribuyó a forjar, y entre la sociedad y las administraciones y su entramado institucional.
Que el liderazgo de una operación de esa envergadura lo ejerciese una ciudad periférica subraya la voluntad de revalidarse como cocapital española, aunque el nacionalismo catalán dejó aflorar también sus recelos: declinó cofinanciar las obras junto al consorcio municipal/estatal, seguramente porque los principales dividendos favorecían al socialismo federalista barcelonés. Pero acabó resignándose y sumándose al proyecto.
Los JJ OO de Barcelona permanecen también en la historia de España como un paradigma de gestión económica y urbanística eficiente. No hubo dilapidación de recursos ni rastros de corrupción. Insólitamente, cuadraron las cifras de inversión y la entrega a tiempo de los proyectos. La cuidadosa planificación procuró que las obras proyectadas desbordasen su uso coyuntural y fuesen de utilidad social después: de la villa y el puerto olímpicos a todas las instalaciones deportivas. Ahora mismo se proyecta reutilizar algunas zonas del estadio y el puerto deportivo para albergar empresas start-ups tecnológico-deportivas.
Desde cualquier óptica que se escoja, deportiva, urbanística, social, ciudadana o cultural, desde el voluntariado a la colaboración entre Administraciones, de la economía a la arquitectura y el diseño, los JJOO de 1992 marcaron niveles de excelencia cuya estimulante ejemplaridad sigue vigente hoy.
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