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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Iván Duque y el síndrome de Peter Pan

Se cuenta que Peter Pan no solo no quería crecer, sino que no dejaba madurar a los demás. Eso le pasó a Colombia en estos cuatro años con un presidente que se comportó como un niño caprichoso

María Jimena Duzán
El presidente colombiano, Iván Duque, durante una reunión diplomática, en Nueva York, en 2021.
El presidente colombiano, Iván Duque, durante una reunión diplomática, en Nueva York, en 2021.Michael M Santiago/GettyImages

Iván Duque alista sus maletas para salir del poder y en pocos días volverá al mundo real, ese que tanto intentó evitar durante sus cuatro años de mandato en los que gobernó Colombia bajo el síndrome de Peter Pan. Desde que fue elegido, Duque nunca dejó de comportarse como un niño caprichoso de esos que cree que el mundo gira alrededor de él.

En su imaginación se inventó un país del Nunca Jamás para que sus amigos y él se pudieran dedicar a pasarlo bien —a vivir sabroso—, sin tener que rendirle cuentas a nadie. Viajó con sus amiguetes por el mundo, a costa del bolsillo de los colombianos, difundiendo sus fábulas e inventando guerras que nunca libró. Tuvo tiempo para sus parrandas vallenatas y para recorrer en cuatrimoto una isla que había sido arrasada por un huracán, y se dio el lujo de grabar videos en inglés para que los colombianos nos diéramos cuenta de lo bien que hablaba ese idioma.

Así gobernó estos cuatro años. Encerrado en su mundo infantil y narciso, resistiéndose a crecer, exagerando y magnificando sus pequeños logros y responsabilizando a otros de sus grandes fracasos.

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Al gobierno de su antecesor, Juan Manuel Santos, lo responsabilizó por el aumento de los asesinatos de líderes sociales durante su gobierno, y a los jóvenes que salieron a protestar en las calles en el estallido social los señaló de ser los causantes de las pérdidas económicas que sufrieron los empresarios en la época de pandemia.

En sus viajes por el mundo, Duque intentó montar la patraña de que él era el gran defensor del acuerdo de paz cuando en realidad hizo todo por acabarlo y asfixiarlo. Su primer año de gobierno lo invirtió en ver cómo acababa con la JEP, el tribunal de justicia transicional que se creó con los acuerdos de paz para juzgar a los responsables de los delitos atroces que se cometieron durante los 60 años de guerra contra las FARC. Permitió que sus amigotes políticos saquearan los dineros destinados a la implementación de la paz y hasta el final de su mandato se negó a reconocer los atropellos cometidos por los militares en materia de derechos humanos durante la guerra. Su cacareado compromiso por la implementación del acuerdo de paz fue una mentira que Duque fabricó para congraciarse con la comunidad internacional que sí tiene los ojos puestos en Colombia.

Duque también insiste en presentarse como el héroe que sacó al país de la crisis de la pandemia. Pero, en el mundo real, su gobierno supuso un retroceso en casi todos los órdenes.

Su gobierno nos deja un déficit fiscal que es el más alto en los últimos 70 años y un país mucho más pobre y desigual que hace cuatro años. Durante la pandemia, Duque benefició con ayudas a sus amigos empresarios y se olvidó de la clase media y de los más vulnerables. Las consecuencias de esa manera de gobernar fueron nefastas para Colombia porque el país retrocedió más de una década en la lucha contra la pobreza durante su gobierno.

Nuestro presidente Peter Pan no solo gobernó para complacer a sus amigos empresarios. También fue muy generoso con sus compinches políticos. Duque favoreció con grandes contratos y prebendas a las poderosas y corruptas élites políticas de las regiones que terminaron siendo su sostén. En el Congreso le dio fuelle a reformas que el país no necesitaba, pero que si satisfacían la sed burocrática de las mafias políticas corruptas y que, con su bendición, terminaron apoderándose de los organismos de control.

Mientras sus amigotes hacían de las suyas, el presidente se divertía jugando al mandatario verde y fabricaba para la audiencia internacional cifras falsas sobre sus éxitos en la lucha contra la deforestación. Según Duque, su gobierno es el titán de la lucha contra el cambio climático porque logró frenar la tasa de deforestación para este último trimestre. La verdad es que en su gobierno se registró la tasa de deforestación más alta en la historia de Colombia, con 700.000 hectáreas de selva devastadas. Eso dicen las cifras oficiales.

Duque también se opuso a que el Congreso colombiano aprobara el acuerdo de Escazú, ese tratado firmado en el 2019 por varios países de América Latina y el Caribe y que aboga por la adopción de políticas transparentes en materia de acceso a la información, que impulsa la participación de la ciudadanía y crea mecanismos para la protección de defensores del medio ambiente. El mandatario decidió respaldar a los gremios y empresarios que no quieren avalar el acuerdo por considerar que los ata a compromisos con las comunidades que no están dispuestos a conceder.

Duque no pasará a la historia por grandes cosas, pero se le recordará por su habilidad para cantar vallenatos y azotar baldosa, dos cosas que siempre hizo muy bien.

En la historia original se cuenta que Peter Pan no solo no quería crecer, sino que no dejaba madurar a los demás. Eso le pasó a Colombia en estos cuatro años. Los que querían madurar y añoraban el cambio fueron vistos como enemigos y los que se plegaron a sus infantiles designios se convirtieron en actores de reparto de una fábula que se inventó Duque, el presidente que se negó a crecer.

Su salida del poder le devuelve a la política colombiana una conexión y una empatía con la realidad que habíamos perdido. Ya era hora.

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