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tribuna
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La guerra de Ucrania durará

El que Putin no pudiera tomar Kiev al inicio de la invasión no ha mitigado su obsesión por el territorio. Rusia quiere la destrucción del país. El conflicto puede prolongarse al menos uno o dos años más

Una pareja herida en el bombardeo del centro comercial de Kremenchuk, Ucrania, el pasado 27 de junio.
Una pareja herida en el bombardeo del centro comercial de Kremenchuk, Ucrania, el pasado 27 de junio.STRINGER (REUTERS)

Nos cuesta aceptar verdades que implican maldades extremas. Llamémoslo oclusión cognitiva: la mente se obtura como una cámara de fotos, y la luz no pasa, porque es una luz terrible. Es fácil ver verdades horribles del pasado (Holocausto), pero no tanto cuando hechos similares pueden suceder hoy.

Las fuerzas rusas y la retórica de Moscú eran de invasión total, y los servicios de inteligencia de EE UU y Reino Unido decían la verdad. Pero en febrero, en Kiev, como gran parte de Occidente, casi nadie creía el peor escenario. “¡No estará tan loco! (Putin)”, escuché. Los bares y clubes de la dinámica capital, abarrotados, aún en un ambiente enrarecido. Un tercio de la población sí lo veía y se unió a defensas territoriales u otras iniciativas. También algunos de sus responsables político-militares, lo que explica parte de los primeros éxitos ucranios.

Pasados el shock y la indignación iniciales, este problema cognitivo condiciona el debate sobre el final de esta guerra. A ello se une otra actitud: ante imágenes dantescas como Kremenchuk a finales de junio, con gente quemada viva en un centro comercial destruido por misiles rusos, queremos que acabe el horror. O desconectamos.

Pero no es una guerra territorial. El liderazgo ruso anhela la destrucción de Ucrania. Para reconstruir el imperio ruso, Putin, cínico pero en misión histórica irredenta como otros líderes fascistas, debe destruir Ucrania. Un elemento definidor del genocidio es la incitación pública y directa al mismo (artículo 3 de la Convención del Genocidio, 1948). Esa incitación viene de los máximos responsables del régimen ruso, hoy proto-totalitario. Al afirmar que Ucrania es una “creación bolchevique”, Putin dice que es un error a corregir (por la fuerza), aunque en el mundo real es un país que da muestras diarias de su existencia. “Nazis”, amenaza existencial, son los que se opongan —casi todos los ucranios. Líderes, medios oficialistas rusos y propagandistas como la redactora jefe de Russia Today, Margarita Simonyan (quien hace poco justificó delante de su jefe una potencial hambruna mundial para lograr levantar las sanciones), hacen apología constante de la destrucción de este pueblo (”nazis pasivos”) y de sus élites. Hablan de “solucionar la cuestión ucrania” y “desucranizar el territorio” de “la antigua” Ucrania. Deshumanizar a los ucranios justifica su eliminación. A ello se unen lo que se conoce como acusaciones en espejo. Por ejemplo, alegar genocidio en Donbás (ficticio) prepara el terreno argumental para uno (real) contra los ucranios. Lo mismo hicieron los nazis en su día o Milosevic y sus secuaces serbobosnios. Este fanatismo es mainstream en la Rusia actual y hay indicios de que cala en soldados rusos involucrados en violaciones de derechos humanos.

La Convención enumera actos que corroboran la intención de destruir, en todo o en parte, un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como matanzas, infligir condiciones de existencia que acarreen la destrucción física de un grupo, total o parcial, o deportaciones forzosas de niños. Varias de las atrocidades rusas encajarían en estas categorías, incluida la violencia sexual. Bucha, donde la ONU ha confirmado ejecuciones sumarias de civiles, refleja una pauta. Otra es la eliminación de élites —por ejemplo, la alcaldesa de Motyzhyn, con su hijo en una fosa común, su marido en un pozo— y líderes de sociedad civil. Las deportaciones forzosas de ucranios oscilarían hoy en torno al millón, incluidos niños (en la escala baja, miles; en la alta, más de 200.000). Rusia destruye sistemáticamente infraestructuras y medios vitales para la existencia de la población y la viabilidad del Estado ucranio. También instituciones educativas (casi 2.000 dañadas, a fines de mayo) y culturales. Todo lo que sea ucranio. Los bombardeos rusos contra hospitales, escuelas, refugios, corredores humanitarios, áreas residenciales, etc., son consustanciales a esta guerra, en la que aplica su manual sirio. Un amigo de Kiev me decía que misiles rusos como los de Kremenchuk, son idénticos a actos terroristas: Ucrania sufre varios cada día. Hace poco pude comprobarlo en una plaza ucrania, con niños desplazados, a pocos kilómetros de donde cayeron varios misiles (esta vez interceptados). Dicha lógica militar no es solo barbarismo ruso, que también (Grozni, Siria, etc.): es consecuencia de esa lógica política.

Así, un exhaustivo informe del think tank New Lines y el instituto Raoul Wallenberg, concluye que hay un serio riesgo de genocidio de parte del pueblo ucranio. No es una palabra que yo use a la ligera. Pasé dos años de juventud en Bosnia este, la zona limpiada étnicamente por los serbios, entre otras cosas, monitoreando exhumación de fosas comunes. Esta guerra, con casi 17.000 potenciales crímenes de guerra en investigación, tiene mucho de eso. Para algunos, será peor. Ucrania está además perdiendo lo mejor de su generación, como perdió a otra asesinada en el Gran Terror de Stalin. Se les conoce como el “Renacimiento Ejecutado” tras las hambrunas soviéticas que mataron a cuatro millones de personas. Se augura una catástrofe demográfica por muertes de guerra, emigración y declive de natalidad.

Que tras Kremenchuk, un portavoz de Putin pida la rendición de Ucrania, dice mucho. Guerras así terminan con la derrota total o parcial del agresor; destrucción total o parcial del agredido, o una mezcla de ambos escenarios. De ahí que se hable de mínimo uno, quizá dos años de guerra. Probablemente continúe, de una u otra forma, mientras Putin y su círculo sigan en el poder. Hay un obsesivo elemento sádico suyo con Ucrania, que le ha derrotado antes. Veremos pausas operativas; los rusos buscarán reorganizarse para atacar, de Donbás a Jarkov, Dnipro, Kiev y Odesa. De ahí lo ingenuo de sobredimensionar su retirada de Kiev (recordemos Madrid en 1936). En defenderse e intentar recuperar territorio, les va a los ucranios todo. Apoyarles al máximo y de forma sostenida, evitando una Ucrania más hundida y sin futuro, ni europeo ni libre, no solo es interés estratégico de Europa, también amenazada: es una obligación internacional y moral de primer orden. ¿La victoria ucrania? Que Rusia no consiga sus objetivos, viéndose obligada a negociar de verdad, y que sobrevivan a Putin. Este pasará a la historia como fascista de manual y uno de los peores criminales de guerra de este siglo. Pero en la era digital y de satélites, no podremos decir que no lo sabíamos. Tanta posverdad cuando quizá la pregunta es, en palabras de Nietzsche, en Ecce Homo, “¿cuánta verdad puede soportar el hombre?”.

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