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Columna
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Lengua sucia

Hoy en España ya blasfema todo dios, gentes de todas clases, niños, adultos y viejos, incluso los eruditos más finos

Procesión en La Rioja, el pasado abril.
Procesión en La Rioja, el pasado abril.RAQUEL MANZANARES (EFE)
Manuel Vicent

En la religión católica, pese a dar por supuesto que Dios ha creado el universo, que es omnipotente y que además te puede mandar al infierno, existen muchos creyentes que a veces no dudan en plantarle cara. Hasta los pies de su trono los fieles elevan un sinfín de alabanzas y plegarias, cuya cantidad nadie sabe si es o no superior a la de blasfemias con que le obsequian sus detractores. No imagino a un mahometano blasfemo ni a un judío denostando a Yahvé salvo con la ironía al modo de Woody Allen, ni a un protestante lanzando un exabrupto en inglés contra el Ser Supremo ante una mínima adversidad; en cambio, en la católica España las hostias, consagradas o no, van y vienen incardinadas ya en la lengua castellana, en la que el nombre de Dios salta a menudo como un resorte automático unido al acto fisiológico que suele consumarse en el retrete. Si se realizara una apuesta sobre el número de jaculatorias y de blasfemias que se lanzan al aire en este solar ibérico, ponga usted un empate, puesto que es muy difícil saber cuál de las dos expresiones es más genuina del alma hispana. Blasfemias clásicas eran las del arriero ante el asno reacio y las del campesino que miraba al cielo lleno de ira contra ese Dios inmisericorde que le acababa de fustigar el trigo con el látigo del pedrisco o de arruinar la cosecha con la sequía; pero hoy en España ya blasfema todo dios, gentes de todas clases, niños, adultos y viejos, incluso los eruditos más finos usan blasfemias escatológicas para reafirmarse en las disputas académicas. No creo que exista una lengua más sucia, en la que se mezcle tantas veces la mierda con la divinidad como el castellano hablado por los españoles, pese a que Carlos V dijo que era el mejor idioma para hablar con Dios. Todas las plegarias se parecen, pero cada blasfemia lo es a su manera. Algunas sirven incluso para rezar, como hacen los ateos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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