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Columna
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Mélenchon y la resurrección de la izquierda

Parece que la izquierda francesa aún no ha dicho su última palabra. Después de caer derrotada en las presidenciales del pasado abril, esta ha sabido renacer de la mano del líder de Francia Insumisa

Jean-Luc Mélenchon, en la sede de su partido, en París, tras conocer los resultados de la primera vuelta de este domingo.
Jean-Luc Mélenchon, en la sede de su partido, en París, tras conocer los resultados de la primera vuelta de este domingo.CHRISTOPHE PETIT TESSON (EFE)
Carla Mascia

Parece que la izquierda francesa aún no ha dicho su última palabra. Después de caer derrotada en las presidenciales del pasado abril, con especial estrépito en el caso de los socialistas, en muerte clínica tras cosechar el peor resultado de su historia, esta ha sabido renacer de la mano del líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon. En 13 días y 13 noches de intensas negociaciones, el histriónico Mélenchon ha sido capaz de realizar el sueño de muchos votantes de izquierdas ―lograr por fin la necesaria unión de sus representantes en una misma coalición― y la estrategia ha dado sus frutos: la Nueva Unión Popular Ecologista y Social (NUPES), coalición que él lidera, consiguió este domingo empatar en votos con la lista del presidente Macron en la primera vuelta de las elecciones legislativas y, de paso, resucita a la izquierda como alternativa política.

El dirigente aprovechó las campañas minimalistas de Macron y Marine Le Pen, finalistas de las últimas presidenciales, para ocupar el centro de la atención mediática. Era imposible en las primeras semanas de campaña encender la televisión o la radio y no toparse con un representante de NUPES o con el propio Mélenchon, quien no se cansó de pedir su derecho a convertirse de facto en primer ministro tras afianzarse como la tercera fuerza política del país con el 20,3% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales. Mélenchon también consiguió instalar la idea de que los comicios de este domingo iban a ser una especie de tercera vuelta, rompiendo con la lógica habitual de que las legislativas son la oportunidad para el campo presidencial de consolidar su mayoría en el Parlamento, aprovechando el impulso de la victoria. La palabra cohabitación, que no se escuchaba desde los años de Chirac y Jospin, volvió con fuerza en las discusiones gracias a él.

Frente a su creciente cuota de pantalla, la mayoría presidencial reaccionó con una campaña de demonización. A sabiendas de que Mélenchon, y no Le Pen, era su principal enemigo a batir, Macron prefirió exagerar los peligros de votar a su rival en vez de confrontarlo a través de propuestas. En una entrevista en la prensa regional, por ejemplo, el presidente llamó a sus compatriotas a elegir entre “una mayoría estable y sería” frente a un proyecto izquierdista “de desorden y sumisión”. Tal fue la acometida que incluso Libération dedicó una portada a desmentir las fake news de la macronía sobre un Mélenchon que, sin embargo, sigue en ascenso, visto lo visto este domingo.

Por su lado, Macron no se mostró muy imaginativo y optó por la misma estrategia que en las precedentes elecciones le había funcionado: no hablar del programa y menos aún de los asuntos más urgentes y cuestionados, como su intención de retrasar la edad de jubilación, las demandas sobre la revalorización de las condiciones de los sanitarios o la lucha contra la inflación. De esta forma, se evitaba tener que rendir cuentas sobre las numerosas polémicas que han empañado el principio de mandato de Macron: ya sea la acusación de violación que pesa sobre el ministro de Solidaridades, Damien Abad, la pésima gestión del ministro del Interior en la final de la Champions League en el Stade de France e incluso, más recientemente, el paso en falso de la primera ministra, Elisabeth Borne, ―apodada borne out por sus excolegas― cuando recomendó buscarse un trabajo a una mujer en silla de ruedas sin acceso a ayudas estatales.

El silencio del presidente, que en toda la campaña solo se desplazó dos veces, y su voluntad de mantener la vaguedad en torno a su proyecto ―se limitó a anunciar en los últimos días la enésima creación de un comité de reflexión, esta vez bautizado como el Consejo Nacional de la Refundación― contribuyó, según los analistas, al clima de desafección y de desinterés general por estas elecciones consagradas por la Constitución francesa como las más importantes de la República. De hecho, la abstención marcó un nuevo récord, alcanzando un 53%.

La clave de la victoria de la izquierda ha sido su capacidad para aunar el creciente ascendiente de Mélenchon con la gran implantación territorial de socialistas o comunistas. Todos han salido ganando, por lo tanto, al convertirse la izquierda en la primera fuerza de oposición, con entre 180 y 210 diputados, según una proyección de Ifop. Ahora solo quedará por ver el alcance de su pujanza electoral en la segunda vuelta y sobre todo, cómo se traduce la unión de diferentes formaciones que contarán con grupos propios en la Asamblea Nacional, y si las diferentes sensibilidades respecto a asuntos como la Unión Europea o la cuestión de la energía nuclear, por ejemplo, son aprovechadas de nuevo por la derecha.

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Sobre la firma

Carla Mascia
Periodista franco-italiana, es editora en la sección de Opinión, donde se encarga de los contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es licenciada en Estudios Europeos y en Ciencias Políticas por la Sorbona y cursó el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Antes de llegar al diario trabajó como asesora en comunicación política en Francia.

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