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Maderoterapeuta

Desenterrar huesos de personas asesinadas, catalogarlos, mostrarles el respeto que merecen no es lo mismo que convocar un concurso público para desatascar un pozo

Trabajos de excavación para recuperar cuerpos de una fosa común en el cementerio de San Rafael (Málaga), en 2019.
Trabajos de excavación para recuperar cuerpos de una fosa común en el cementerio de San Rafael (Málaga), en 2019.JULIÁN ROJAS
Marta Sanz

Este neologismo no alude a psicoterapeutas de la policía nacional cuyos miembros ya no lucen el uniforme marroncito que les dio nombre. Madero era uno de esos apelativos callejeros y pandilleros que le gustan a la presidenta de Madrid: según ella, así deben ser los partidos; su deseo es coherente con la ideología de las maras —honor, mafieta, corruptibilidad, navajeo— y con esa reivindicación del nacionalismo capitalino que ahora muta en apología de una kale borroka redecorada con polo Lacoste. Ayuso no se acuerda de los pandilleros y callejeros Guerrilleros de Cristo Rey. Su implante coclear —Miguel Ángel Rodríguez— no sabemos si será pandillero y callejero, pero macarra sí: empuja a las periodistas. Qué tío. Cómo marca el territorio.

El término maderoterapeuta viene de la maderoterapia que, según la web de las clínicas Minerva Alonso, consiste en “masajes para tonificar el cuerpo, minimizar la retención de líquidos, tratar la grasa localizada…”. El escritor Isaac Rosa me mandó fotos de un artefacto que confundí con una brocheta de cordero y en realidad era un rodillo maderoterapéutico. No una porra para abrir la cabeza a delincuentes, sino un instrumento de drenaje. Relajante y milenario. Pese al milenarismo, se nos escapó: “Lo que no inventen…”. A partir de ahí, Rosa presentó un muestrario de hallazgos del capitalismo que entrarían en el cajón del emprendimiento, avalarían el dicho de que la realidad siempre supera la ficción y nos permitirían calibrar el peso de una imaginación capitalista que nuestras suaves ocurrencias izquierdistas nunca podrán contrarrestar. Es el caso de Homeless Hotspots, empresa que quiso utilizar a las personas sin techo como puntos de acceso a internet a cambio de limosna. En las camisetas de los participantes en este “experimento caritativo” se leía: I’M [FIRST NAME], A 4G HOTSPOT SMS HH [FIRST NAME] TO 25827 FOR ACCESS. Se recomendaba donar 2 dólares por 15 minutos de conexión. El colmo de la desvergüenza me llega con una noticia aparecida en El Salto del País Valencià: “Una sociedad mercantil carente de experiencia directa en materia de memoria histórica, y uno de cuyos socios hace apología de extrema derecha en las redes sociales, ha resultado beneficiaria de un concurso público de la Generalitat Valenciana para exhumar víctimas de la Guerra Civil por ‘haber presentado la mejor propuesta calidad-precio’”. Mercantilización y lógica de la rentabilidad contaminan incluso a un Gobierno de izquierdas. Se pone en peligro la dignidad de las víctimas de la guerra, del sistema, de la pobreza. Desenterrar huesos de personas asesinadas, catalogarlos, mostrarles el respeto que merecen no es lo mismo que convocar un concurso público para desatascar un pozo. Convertir a la gente sin techo en un poste de telecomunicaciones tampoco parece muy humano. Que la salud y la educación no sean gratuitas e iguales para todo el mundo también es inmoral. Pero todo llegará en las ciudades del “socialismo free” con su desmantelada atención primaria, sus franquicias cuquis, sus desenterradores por horas, sus maderoterapeutas, sus carniceros liposuccionadores, sus puestecillos astrológicos, sus libérrimas casas de apuestas, su seguridad privada, sus gallinejas envasadas al vacío, sus eco-colmados a 5 euros el kilo de garbanzo pedrosillano a granel, sus sucursales bancarias sin personal y sus Homeless Hotspots.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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