La rabia
En el caso de muchas mujeres artistas, ese sentimiento es el combustible de su obra, que a veces tiene solo que ver con el simple hecho de ser mujer
La rabia es el alimento de la obra más expresiva de Joan Mitchell, o al menos eso leemos en la mayoría de textos que la abordan. La propia autora sintió en 1964 que había llegado el momento de abandonar ese sentimiento. Necesitaba entrar “en otra cosa”, y se centró en una pintura más densa y oscura, llena de grumos negros. Me pregunto de dónde procedía aquella rabia. Joan Mitchell nació en Chicago, fue hija de un médico que pintaba muy bien y de una madre muy culta que editaba la revista Poetry, leo en Los misterios del rectángulo de Siri Hustvedt. Fue campeona de patinaje, vivió en Francia, en Vétheuil (en la misma casa donde había vivido y pintado Monet) y pudo dedicar toda su vida a la pintura. Pienso que tuvo una vida privilegiada, y que fue una mujer muy libre. Quién sabe, quizás la rabia tenía que ver con el simple hecho de ser mujer: gracias a Hustvedt también sé que despreciaba las obras de pequeño formato porque las consideraba femeninas.
Cojo un palo de madera y remuevo mi rabia. Me veo tumbada en una caja, como Ana María, el personaje en el que la escritora chilena María Luisa Bombal hizo nacer lo que conocemos como realismo mágico: Ana María es la protagonista de La amortajada, una breve novela que vincula muerte con revelación, porque es en su mortaja donde la protagonista comprende lo injusto que el mundo ha sido con ella solo por el hecho de haber nacido mujer. ¿Sintió rabia Bombal al escribir? ¿La abandonó más tarde? “Durante algunos años me hizo mucho daño hacer lo que hago y pensaba que no sería capaz de seguir, porque estaba muy enfadada, estaba muy enrabiada. Pero la rabia se quema, es un combustible que dura muy poco”, afirma la abogada penalista Carla Vall, cuyo objetivo es hacer visible aquello que sucede a ojos de todo el mundo y que con nuestra complicidad seguimos alimentando.
¿Sintió rabia, Mary Shelley, cuando la crítica dijo de su obra que no podía haberla escrito una mujer? ¿Y Sylvia Plath? ¿La sintió antes de suicidarse? Encontró la ansiada perfección con solo 31 años (ser mujer y ser poeta) en la muerte: “La mujer alcanza la perfección. / Su cuerpo / Muerto esboza la sonrisa del éxito…” ¿Y la chilena Teresa Wilms Montt? “Mi opinión sobre las mujeres es tristísima y muchas veces me avergüenzo de ser mujer… Sin ser malas lo aparentan, son débiles, orgullosas, profundamente estúpidas y vanas. ¡Son animales de costumbre!”, escribió.
En el taller tenemos una pared que llamamos la Pared de las despertadoras y en ella aparecen los retratos de muchas de estas mujeres. Le hemos robado el término a la escritora norteamericana Kate Bolick. Nunca observado la pared como la observo estos días, pensando en si también ellas sintieron rabia y si esta fue un combustible de poca duración. ¿Qué dibujaron o escribieron con ella? Alma Mahler era compositora, pero al casarse con Gustav Mahler tuvo que dejar de serlo. Algo parecido le sucedió a la escultora Camille Claudel. La fotógrafa Francesca Woodman, al igual que Plath, se suicidó a una edad temprana. Anne Sexton lo hizo con 46 años.
Llevo dos meses pintando una pieza de dos por dos metros. Es un retrato gigante de una de mis hijastras. En la primera sesión se la reconocía perfectamente: quise hacer un encaje muy académico, con una línea que anticipara las luces y las sombras de la pintura. A medida que avanzo, la pérdida de la que habla Celia Paul se hace más evidente. Se confunden, en mi proceso pictórico, elementos que tienen que ver con la búsqueda, con mi rabia, y con los lugares a los que esta me ha solido abocar cuando se ha manifestado con mayor fuerza. Mi rabia me borra. Me deja muda. Fundo la pintura en la superficie del lienzo y, con ese gesto, fundo también el gesto de mi pincelada, todo lo que soy. Mi rabia no es como la de Mitchell y tengo que hacer grandes esfuerzos para que no me lleve con ella. Cogeré la barra de óleo y recuperaré la forma. Mis grumos serán claros. La línea, densa y blanca.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.