Buen Bachillerato
La reforma que acaba de aprobar el Gobierno se inclina por la capacitación intelectual antes que por el saber enciclopédico
El decreto ley aprobado el martes por el Consejo de Ministros sobre el Bachillerato contiene algunas propuestas atrevidas, otras muy sensatas y aun otras con un nivel de inconcreción que impide prejuzgar si funcionarán mejor o peor. El criterio fundamental que ha inspirado la reforma defiende que la acumulación de datos e información (el modelo enciclopédico y memorístico) debe compensarse con otro destinado a capacitar al estudiante para un aprendizaje competencial continuado, en presente y en futuro. Será ese el escenario al que habrá de enfrentarse el joven en una sociedad cambiante, donde las tecnologías han acelerado los procesos de cambio en casi todos los ámbitos profesionales. El siglo XXI vive una revolución que aún no ha culminado y aporta novedades con respecto a la concepción sacralizada de una educación canónica y cerrada durante el siglo XX. El estudiante necesita fundamentalmente herramientas estructurales, tecnológicas y conceptuales (las llamadas competencias) capaces de organizar una visión del mundo razonada y también su propio desempeño profesional en el futuro. La información, los datos en bruto, las enciclopedias mismas están en la Red, pero en la Red no están los instrumentos intelectuales que permitan a cada uno de los jóvenes exprimir un potencial inacabable de datos que exige criterio, sensibilidad y capacidad de jerarquizar.
Algunas medidas han causado alarma sin demasiada razón. La posibilidad de obtener el Bachillerato con una asignatura suspendida, pero con una media de cinco o superior a cinco (algo que ha pasado siempre, ya que los profesores podían aprobarlo), asistencia regular a clase y otros criterios de control no tiene nada de disparatada. Se limita a asumir que el fracaso en una asignatura no condena a una repetición irracional de un curso para el que el estudiante no encontrará motivación alguna. Tampoco parece un error garrafal desdoblar el bachiller artístico entre uno orientado a la plástica y otro a la música y las artes escénicas. Tampoco lo es programar como asignatura común en Bachillerato dos modalidades de Filosofía, una conceptual y otra histórica, que familiaricen al estudiante con el ingente mundo del pensamiento de los últimos 2.000 años, incluida la época contemporánea. Nietzsche ha seguido siendo en las últimas décadas, como le sucedió a Ortega y Gasset a principios del siglo pasado, una sacudida intelectual capaz de despertar la avidez por el conocimiento y la reflexión, y no solo por la acumulación de saber. Habrá que encontrar el modo de compensar el estudio de la Historia de España centrada en el mundo contemporáneo, desde finales del siglo XVIII y hasta la actualidad, incluidos los más de 40 años de democracia y la voluntad de atender a figuras o parcelas del pasado que fueron obviadas por la estructura patriarcal y a menudo muy tradicionalista del saber y la sociedad.
Excepto la lealtad a la rutina, tampoco hay ninguna prevención contra la ampliación a un año más (tres) del Bachillerato para perfiles educativos con rasgos específicos, como músicos, artistas o deportistas. La flexibilidad organizativa que defiende este modelo cuestiona la mentalidad más reglamentista, normativista y gremial, pero ajusta la ley y la educación a la realidad de estudiantes, familias y clases sociales del siglo XXI. Eso incluye la creación también de un nuevo Bachillerato general, integrado por materias de ciencias y letras. Es posible que el reparo más grave al decreto sea ajeno a la reforma educativa al exigir que se aplique, aprisa y corriendo, desde septiembre de este mismo año.
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