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Tribuna
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Después de Bucha

Si Alemania e Italia siguen rechazando un embargo de petróleo y gas tras las últimas atrocidades, ya no se podrá defender la integración europea por motivos morales

Soldado ucranio en Bucha (Ucrania).
Soldado ucranio en Bucha (Ucrania).Luis de Vega
Wolfgang Münchau

Las unidades holandesas de la ONU miraron hacia otro lado cuando las tropas serbias cometieron la masacre de Srebrenica en 1995. Lo que están haciendo ahora Alemania e Italia es aún más reprobable desde el punto de vista moral: el problema ahora no es que no intervengamos cuando los soldados rusos están ejecutando a civiles como han hecho en Bucha, cerca de Kiev. Seguimos haciendo bien en no enfrentarnos a Rusia directamente. Pero con las continuas compras de gas y petróleo, estamos ayudando a Putin a estabilizar la economía rusa, permitiéndole liberar recursos para financiar estas atrocidades.

Que no quepa duda: Putin no está derrotado. Se está reorganizando. Tiene el Ejército más grande. Tiene armas nucleares, químicas y biológicas. Como ha demostrado una y otra vez, está dispuesto a infligir atrocidades indecibles. Y cada día le enviamos unos 700-800 millones de euros por sus combustibles fósiles. Por lo que más quieran, dejen de animar y fantasear con llevarlo a un tribunal de crímenes de guerra. Y dejen de decir que Alemania por fin está cambiando.

Esta semana espero que Mario Draghi y Olaf Scholz vuelvan a sufrir un grado de presión sin precedentes por parte de la opinión pública y de sus aliados para que renuncien al gas ruso. Podrían aprovechar el momento, o resistirse con los mismos argumentos que han empleado antes: que un embargo de petróleo y gas no afectará a la maquinaria bélica de Putin; y que la solidaridad occidental no se puede dar por supuesta si las consecuencias de las sanciones fueran una grave recesión.

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La respuesta a esto último es la siguiente: el dolor de la recesión fue autoinfligido. Fue el resultado del mayor error político cometido por dirigentes anteriores, como Silvio Berlusconi y la tan celebrada Angela Merkel. Hicieron que sus países dependieran del gas ruso para sostener un modelo industrial cada vez más insostenible basado en el consumo excesivo de gas.

Es posible que defiendan su negativa a cortar el gas diciendo que eso no detendrá la guerra. Esto es a la vez cierto y engañoso. El clásico hombre de paja. Por supuesto que la guerra no se detendrá en el momento en que se detenga el gas. Pero son nuestras compras de gas y petróleo ruso del pasado las que han dado a Putin los recursos para financiar su guerra de hoy. Lo que le pagamos ahora le permitirá librar futuras guerras.

Si Scholz se resiste, nadie recordará su decisión de acabar con el gasoducto Nord Stream 2. Eso no le costó nada. Se recordará su vacilación de ahora. La gente tampoco recordará los monumentales logros de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo. La forma en que recordamos a los líderes políticos no es un ejercicio de cálculo del resultado final en un balance. Lo mismo ocurre con la forma en que recordamos los crímenes de guerra. Las imágenes de los ejecutados cubriendo las calles de Bucha nos impactarán más que lo que quiera que ocurriera en Srebrenica. Las imágenes que recordamos de Srebrenica son las de las fosas comunes. Allí no vimos lo que pasó. Aquí es diferente.

El debate de los próximos días será crítico no solo para esta guerra, sino también para la unidad europea. Si Alemania se resiste, espero que al menos algunos Estados miembros se cuestionen la conveniencia de alinearse estratégicamente con un país que sigue persiguiendo su propio interés a costa de los demás. La UE y sus Estados miembros no tienen un historial de enfrentarse a Alemania. No lo hicieron durante la crisis de la deuda soberana de la eurozona. Permitieron que Alemania enmarcara esa crisis como una crisis de despilfarro fiscal en lugar de una crisis de desequilibrios del sector privado que se derivaba, en primer lugar, de la política interna alemana. La OTAN no se enfrentó a Alemania e Italia cuando asumieron objetivos de gasto en defensa de la OTAN que nunca pretendían cumplir. Y la OTAN no se enfrentó a Nord Stream 2.

La razón por la que las sanciones sobre el gas y el petróleo son necesarias es que Putin y su equipo económico tienen mucho éxito a la hora de eludir las sanciones. Después de que Occidente impusiera las sanciones al banco central hace más de un mes, el rublo cayó a casi 140 por dólar. Ahora ha vuelto a los niveles de antes de la guerra, en torno a 80 y tantos rublos el dólar. Esto significa que las sanciones no están funcionando.

Lo que hizo Putin la semana pasada fue conseguir que los compradores de gas occidentales realizaran transacciones de divisas en rublos que, de otro modo, serían más difíciles de realizar. La mitad de los activos extranjeros de Rusia están congelados. Pero los activos congelados se compensan sobradamente con las continuas entradas de dinero europeo. Putin también se beneficia de la subida de los precios del petróleo y del gas, consecuencia en parte de sus propios actos. Debemos dejar de engañarnos. Desde la perspectiva occidental, esta guerra no va bien.

Sancionar a los oligarcas y confiscar sus yates es un populismo revanchista absurdo. Dejando de lado por ahora el debate sobre las consecuencias a largo plazo de las sanciones al banco central ruso, estas no tienen sentido si no llevan aparejado un embargo de petróleo, gas y carbón. Olvídense de los elogios sobre la unidad sin precedentes de la UE. A los europeos nos gusta felicitarnos por andarnos con medias tintas en respuesta a cada crisis. Si volvemos a fracasar, como hemos hecho tantas veces en el pasado, ya no habrá argumentos morales a favor de la integración europea.



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