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Chile
Tribuna
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Seguiremos hasta que la dignidad se haga costumbre

Los gestos simbólicos del nuevo Gobierno de Chile apuntan a un reconocimiento de las mujeres, las disidencias sexuales y los pueblos indígenas. Pero no bastan si no van acompañados de una política económica

Gabriel Boric, Presidente de Chile
El presidente chileno, Gabriel Boric, este lunes durante una conferencia de prensa en Santiago.Esteban Felix (AP)

Las vueltas y revueltas de la realidad o de las realidades en Chile han sido vertiginosas. Como escritora, me ha parecido semejante a la trama de un libro, pleno de suspenso, porque el tiempo fue acumulando de manera fragmentaria un conjunto de señas, signos, zonas en conflicto, porciones de malestar, evidencia de sufrimiento social, exclusiones marcadas por la ira. Los criterios para medir el curso del país se transformaron en meras cifras que incluían, de manera segmentada, al conjunto de la ciudadanía. La pobreza fue enfrentada mediante un siempre insuficiente asistencialismo. La vida sostenida día a día, mediante trabajos informales, se multiplicó. La creciente desigualdad era apenas un detalle que formaba parte del modelo neoliberal ultra intensificado. El crédito, la deuda y sus intereses definían una categoría de clase, fundamentalmente la pertenencia a una ultra precaria clase media, donde el salario estaba destinado enteramente a pagar los sitios crediticios: bancos, tiendas de retail, automotoras que certificaban pertenencias. Dicho de otra manera, el cuerpo mismo estaba hipotecado a las diversas compañías, un cuerpo exhausto por los intereses que lo carcomían, no en una (feliz) democratización del consumo como pregonaban los discursos sustentadores del neoliberalismo, sino para garantizar el enriquecimiento asombroso y hasta cierto punto estúpido y carente de sentido del 1% de la población. Los intereses de la deuda se establecieron como condición de vida. Quiero enfatizar que deuda proviene etimológicamente del latín débita que significa: tener sin tener.

La inoculación del consumismo, la sospecha en torno a la gratuidad, la degradación de la educación pública, la salud también enteramente sobrepasada en largas listas de espera, la falta de viviendas, la precarización del trabajo, la delincuencia encabezada por el narcotráfico, la segregación, el elitismo de los barrios acomodados, el maltrato, la situación subsidiaria de las regiones, la organización del pueblo mapuche en resistencia, las mujeres y las asimetrías, estallaron en una misma frecuencia el 2019 rompiendo el espejismo de éxito del modelo depredador.

El estallido masivo, persistente, multifocal, generó muertos, heridos, miles de presos, abusos sexuales, que marcaron una estela de múltiples atropellos a los derechos humanos por parte de una policía desenfrenada. El presidente Sebastián Piñera y la derecha, para sortear su caída, debieron aceptar la escritura de una nueva Constitución. Fue aprobada con una mayoría aplastante. Pero la covid, y su ferocidad, repuso el disciplinamiento. En pocos meses se revirtió la situación política. La ultraderecha mostró su presencia y, pese a que perdió la presidencia, mantiene una latencia peligrosa, que es visible no solo en Chile sino en parte importante del mundo Occidental.

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El presidente Gabriel Boric hoy encabeza el gobierno chileno. Es joven, 36 años, representa el signo y el símbolo de los nuevos paradigmas emancipatorios que lideran una parte de los imaginarios sociales locales e internacionales. Se trata de una experiencia política que garantiza reconocimiento identitario a cuerpos y territorios. Precisamente la tarea del reconocimiento de la diversidad, forma parte fundamental de la propuesta. Como señal de este ímpetu, el gobierno se definió como feminista para pensar equilibrios en la zona históricamente más desigual del mapa social: las mujeres. Los gestos simbólicos apuntan en esa dirección, pues la conformación del gabinete ministerial cuenta con mayoría de mujeres. Y en su interior existen representantes de disidencias sexuales. El reconocimiento a los pueblos originarios es una tarea planteada como primordial, que requiere diálogos, generar puntos de encuentros, romper la estigmatización, recuperar tierras, respetar sus horizontes de vida, validar su historia.

Desde luego, el reconocimiento es prioritario, pero para que ese reconocimiento adquiera poder y potencia, se necesitan políticas que apunten a una economía redistributiva que establezca un nuevo mapa que nivele la desigualdad. No basta el reconocimiento si no va acompañado de una política económica que equilibre las diferencias en el interior de las diferencias. Efectivamente, un gobierno que se autorepresenta como feminista requiere una arquitectura de largo plazo para alcanzar la democratización de los cuerpos y horadar así las estrategias múltiples que permiten la dominación de género. Las mujeres son las pobres entre los pobres, hípermaternalizadas, culpables de su pobreza, atadas a la reproducción.

Pienso que será compleja o muy compleja la tarea en la medida que el proyecto necesita limitar el modelo neoliberal. La nueva Constitución apunta precisamente a establecer frenos ante los excesos y ahora mismo es vigilada y cuestionada de modo permanente. Sin embargo, sería equivocado no entender el funcionamiento de la hegemonía, las diversas estrategias de dominación, la captura de los imaginarios, la inoculación del miedo a perder lo que no se tiene. Incluso la soberanía del narcotráfico en las poblaciones vulnerables puede ser pensada desde esta esfera.

Pero, me permito mantener siempre un horizonte utópico o semi utópico o realista fundado en la certeza de la fuerza de las comunidades, pienso en el cine de Aki Kaurismaki, que, desde la ficción, elabora una poética consistente ante el debilitado acontecer y deposita en los otros la gran fortaleza de la resistencia. Esa unión comunitaria que está impresa, más allá, mucho más allá del individualismo, en cuerpos que se amparan unos a otros, que pese a sus diferencias o bien, por sus diferencias, se entienden y se potencian.

El nombre del eje del gobierno de Gabriel Boric se llama: Apruebo Dignidad. Sabemos que el nombre es sustantivo. Y siguiendo la línea del gobierno y el estallido que lo posibilitó, pienso que: “Seguiremos hasta que la dignidad se haga costumbre”.

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