_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Paloma

Él la ayudaba a entrenarse. Imitaba sus sonidos y ella acudía, como un perro. Con el tiempo, empezó a hacer vuelos cortos dentro de un espacio resguardado por una red

Dos palomas, en un tejado.
Dos palomas, en un tejado.
Leila Guerriero

El otro día liberamos a la paloma. Diego, el hombre con quien vivo, la recogió en la calle hace meses, a fines del invierno austral, caída de algún nido. Era un montón de plumas pegajosas, un pájaro ciego. La instaló en un cuarto que, durante el confinamiento, llamamos La Habitación del Pánico: dejábamos allí las compras, la ropa de calle. Fue a buscar una jeringa a la farmacia para alimentarla. Le dijo al empleado que era para un pichón de paloma y el tipo respondió: “Son ratas con alas”. Diego regresó furibundo. Cree en los animales más que en las personas. La paloma creció pero demoró en volar. Él la ayudaba a entrenarse. Imitaba sus sonidos y ella acudía, como un perro. Con el tiempo, empezó a hacer vuelos cortos dentro de un espacio resguardado por una red. No es el primer animal desvalido que habita en casa: hubo iguanas, víboras, tortugas. Después de su convalecencia, fueron liberados en refugios o en el campo. Diego se despide de ellos agitando la mano, diciendo: “Feliz libertad”. La paloma, sin embargo, permaneció demasiado tiempo. El necesario para que crecieran el cariño o el hábito. La maniobra de liberación llevó lo suyo. Nunca parecía el momento adecuado: llovía, hacía calor. Pero finalmente quitamos la red. Ella parecía aturdida. Pasó un par de jornadas volando hasta la ventana de un cuarto y regresando a su espacio. Venían otras, socializaba un poco. Hasta que un día Diego dijo: “Se fue”. Y se había ido. No volvimos a instalar la red de inmediato. Diego sabía que su regreso era imposible, pero la esperó. Hasta que una tarde lo vi sacar las herramientas y colocar la red. Ahora contempla las palomas de terrazas vecinas intentando descubrir al que fue su pichón. Sé lo que se pregunta: si estará viva, si la libertad es mejor que el cobijo. A veces se queda transido y de pronto dice: “¿Estará bien?”. Me gusta su piedad. La de un héroe tranquilo que puede vivir con el corazón roto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_