Cambios en el mapa: preguntas pendientes
El multilateralismo en América Latina vive una crisis de fragmentación
El mapa de América Latina se mantiene geográficamente inalterable, sólido. Y no hay amenazas reales en sentido contrario. Lo que no es señal de indiferencia frente a temas pendientes que pudieran existir entre países vecinos sino de un extendido –y ejemplar– sometimiento al Derecho. Dice bien de nuestra región.
En récord histórico, los recientes “asuntos pendientes” por contenciosos limítrofes entre latinoamericanos fueron todos sometidos a la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia (CIJ). No derivados, pues, a las infanterías, los cazabombarderos o las fragatas, ni a otros cauces bélicos de procesamiento. En la década que ha terminado, el 40% de los casos en La Haya, sede de la CIJ, han sido contenciosos entre latinoamericanos.
En paralelo, sin embargo, nuestro multilateralismo entró en una crisis centrífuga. Se impuso en los últimos dos lustros, más bien, una dinámica de fragmentación y centrífuga. No se transmitió a este espacio igual fuerza institucionalista y viene sufriendo más de una década de lamentables altibajos. En realidad, más “bajos” que “altos”.
Esto llegó a su dramática máxima expresión durante los momentos más trágicos de la pandemia de la covid-19. Costó muchas vidas la incapacidad de los gobiernos de la región de concertar estrategias frente a temas tan obvios y cruciales como las apetecibles vacunas. Pasada la curva del año pasado, momento más letal de la pandemia, y notificadas las sociedades de la impaciencia extendida de gentes dispuestas a votar masivamente por el cambio, se plantean una serie de retos que ponen por delante la urgencia de articular comunes denominadores.
¿Cuánto de esta aluvial fuerza y dinámica social se podrá canalizar hacia una constructiva y efectiva institucionalidad multilateral, que hoy básicamente languideciente y en crisis? A primera vista, el espacio del multilateralismo latinoamericano no se ve muy alentador. A la “sopa de letras” de una OEA ya en crisis y de Unasur, surgida el 2008 entre bombos y platillos, se suman Prosur y CELAC. En esto, sin embargo, no todo es desalentador ni esta suma de siglas es solo eso.
Al cambiar en los últimos años de la década pasada el curso político en varios de los países fundadores de Unasur, seis de ellos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú) se retiraron el 2018. En ese contexto surge el 2019 Prosur, a instancias de los presidentes Duque y Piñera, en paso que fue leído como un proyecto de signo ideológico alternativo a Unasur. Con una reciente cumbre celebrada en Colombia, Prosur a estas alturas plantea, sin embargo, pocas concreciones y más bien genera interrogantes y dudas sobre su futuro dentro del panorama de los cambios de gobierno que se viene llevando a cabo. Empezando por el inminente en Chile y el previsible cambio gubernamental colombiano –que no prolongaría al de Duque–, sea que salga elegido Petro o Fajardo.
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), por su parte, pretende abarcar los 33 países de la región y, por ende, significar un espacio mayor y más ambicioso al cual habría que darle hoy mucho más atención. Podría ser la baza del momento.
Creada el 2010, como entidad sucesora del Grupo de Río, la CELAC celebró en setiembre del año pasado en el Castillo de Chapultepec, México, su primera cumbre presidencial después de muchos años. Desde ella se llevó a cabo un fructífero diálogo con Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, y con el propio Xi Jinping, presidente de China. Dos señales claras de una visión de la indispensable interacción con el mundo global. El expresidente de Chile Ricardo Lagos ve, con razón, en la Celac del 2022 “un espacio en el que los 33 países de América Latina y el Caribe deben pensar en cómo responder a los desafíos actuales, y buscar los consensos y puntos de encuentro para el diálogo consigo mismos y con otros”.
De cara a la Cumbre de las Américas, a la que está invitando para junio de este año en Los Ángeles el presidente Biden, no cabe duda que CELAC podría –debería– ser el espacio amplio y articulador de una amplia variedad de países de la región. Y, por ende, en capacidad –en teoría al menos– de coordinar mensajes comunes y articulados tanto ante Estados Unidos como, en otros escenarios, ante la Unión Europea y la China. En función de eso, puede ser un buen terreno para avanzar hacerlo con el objetivo de vertebrar una agenda común en torno a los cuatro ejes definidos para la Cumbre: prosperidad económica, seguridad, derechos humanos y dignidad
Mirando más allá de la “sopa de letras”, pues, lo expresado en el foro de Prosur de la semana pasada por el canciller de Perú hasta este martes, Oscar Maúrtua. Dio en el clavo en cuanto a orientaciones fundamentales. Primero, que se debe “pensar en la integración regional más allá de las coyunturas y mucho más allá de las orientaciones ideológicas”; segundo, “el diálogo debe ser integrador y extenderse a todos los países de la región”.
En un escenario como este, pues, las circunstancias y exigencias de la hora podrán ir decantando la sopa de letras y encontrar en Celac un útil referente operacional y de inaplazable afirmación concertada de políticas regionales.
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